Sabía que en cinco minutos aquella anciana la regañaría como siempre. Entendía que para la bruja sería la primera vez que la conocía, pero Amy ya estaba cansada de tener que presentarse con ella tantas veces. Estaba harta de estar atrapada en aquel hospital, que blanco y ruidoso, siempre la recibía cuando trataba de escapar de su error; de la gran y eterna condena que le había puesto Azrael cuando era pequeña.
¿Cuántas veces no había tratado de librarse del juego?
Escuchó como los pasos afuera del cuarto se acrecentaban. Respiró profundamente sabiendo que había llegado la hora. Como todos los martes, a las cinco y cuarenta de la mañana, la puerta se abrió lentamente. Tras ella, la mejor maga blanca del reino de Eveness, la anciana Lynn, apareció con un expediente pequeño entre sus manos.
—Señorita Lee, buenas noches —saludó la senil señora—. No esperaba que nos conociéramos de esta forma, pero soy Lynn Hartzler y seré tu doctora.
Amy no contestó, siquiera la miró cuando la decrépita se acercó y esperó a que le contestara. ¿Quién lo haría en su lugar? A la chica de cabello oscuro no le interesaba lo que la vieja iba a decir, porque aunque ella no lo sabía, Amy estaba consciente de que terminaría amonestada aunque hablara o no en su defensa.
—Jovencita, no sé por qué lo hiciste, pero tu padre y madre no estarán muy contentos cuando se enteren de esto.
Se hizo el silencio.
—Debo decir que estoy decepcionada.
«Y créame que yo también», pensó desconsolada la niña, quién a pesar de gritar por dentro, solo se escuchó su respiración molesta como respuesta.
—Cariño, sé que te sientes incomprendida, pero no debes acudir a la muerte cuando la magia aún no es fuerte en tu cuerpo. Tienes quince años y aunque es algo raro para tu edad, sé que...
La curandera calló al ver la sombría mirada celeste puesta en ella. ¿Por qué siempre funcionaba aquello?, se preguntaba Amy. ¿Era su mirada enloquecida, sus pupilas apagadas o los gritos de su alma negra? ¿Qué era lo que veía en ella que la hacía temblar tanto?
Tocaron la puerta. Lynn se disculpó con ella para acercarse al umbral. Amy volteó sus ojos cansada del juego. Ya sabía, que del otro lado de la puerta, un aprendiz le susurraría aquello que ella ya sabía.
Se sonrió al ver como la maga se tapaba los labios con sorpresa, pero agradeciendo a quien lloraba, cerraba la puerta con lentitud. Se tardó, como siempre, en regresar su vista al frente. Ya no le causaba nada aquella cara inquieta y desconsolada.
—No sé cómo decirte esto —comenzó triste y algo perturbada por las noticias—, pero tus padres tuvieron un accidente y...
—Y murieron. —Su gélida voz sonó por primera vez en la habitación. Lynn la miró asombrada por lo dicho—. En la madrugada del lunes, justo en las montañas de Jilord, ¿o no?
—¿Cómo...?
Amy fijó su mirada en la ventana. Afuera todo era oscuro y nevaba. Era de madrugada, por lo que Flenix estaba más frío de lo que acostumbraba. La niña pensó por décima vez, que vivir a un lado de las costas del norte, era una desgracia. Nunca había sol y el mar congelado del infinito invierno constantemente le sugería ahogar, en sus oscuros mares, sus más grandes penas. Amy recordó por un segundo a las crueles sirenas y en cómo la habían asfixiado la primera vez.
—¿Amy, tú lo sabías? ¿Por eso has tratado de...?
—¿De suicidarme? —La interrumpió sin verla—. Sí, pero no funcionó.
—¿Por qué...?
—Ya he llorado lo suficiente.
—No entiendo.
—Y no lo entenderá cuando se lo diga —confesó, mirándola al fin—. Créame, nunca lo hace.
La anciana hechicera la observó de arriba abajo, tratando de buscarle la razón a algo tan ilógico. Amy esperó el análisis con impaciencia. ¿Qué iba a decirle ahora? ¿Esquizofrenia o shock postraumático? Mostró una media sonrisa al saber que no iba a encontrar una respuesta concreta. Al fin y al cabo, siempre la diagnosticaba con una enfermedad diferente. Si no era un trauma, era un trastorno antisocial o depresivo. Constantemente encontraba algo nuevo que la sorprendía... así como cuando había dicho que sufría del trastorno de personalidades múltiples. Aquella vez, Amy había muerto en la silla eléctrica y vaya que le había dolido.
—Podría entender si hablas conmigo —escuchó de la arrugada mujer.
—¿De qué serviría? —Murmuró amargada—. Cuando termine mi cuento, usted estará tan paranoica que me enviará al psiquiátrico o volverá a pedir mi exilio por practicar magia negra.
La bruja volteó a verla petrificada por lo que acababa de decir. En el reino de Eveness, la necromancia estaba terriblemente prohibida desde hacía siglos, inclusive desde que los humanos gobernaban la antigua Terra.
—¿Tiene algún problema, Hartzler?
Esperaba que con ello se fuera como lo había hecho algunas veces en el pasado; sin embargo, esta vez se quedó estática como una roca. La anciana la miró de nuevo, tratando de encontrar un lugar por dónde escarbar.
—Puedo ayudarte si me das la oportunidad.
Amy rio sin ganas al escucharla.
—¿Por qué siempre es tan obstinada?
—¿Siempre?
—Siempre trata de meterse donde no la llaman. —Fijó de nuevo sus ojos en el bosque de Nerost, ese que escondía, aún más allá, el lugar dónde sus padres habían muerto y morirían muchas veces más—. ¿Quiere saber por qué consulté al traidor de Belial o cómo mierda terminé quemando mi paraíso? ¿Quiere saber por qué traté de suicidarme... otra vez? Acérquese o siéntese, mejor dicho. Todo comenzó hace mucho tiempo, cuando yo realmente tenía quince años y no sabía que me iba a condenar así.
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Condena
FantasyAmy Lee vive en el grandioso reino de Eveness, un lugar donde la magia blanca abunda en todos sus rincones: desde los animales hasta las plantas; no obstante, Amy no tiene poderes. Es una no maga en toda la extensión de la palabra. Una rara anomalía...