Inesperado.

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“Se busca compañero/a de habitación. Si están interesados, llamen al 612843402 o visiten la residencia mixta”.

Era el último cartel. Nadia lo pegó en lo alto de una farola, acompañada con un resoplido.  Estaba agotada; había pasado toda la mañana caminando de una lado para otro por los jardines de la academia, buscando lugares idóneos en los que colgar sus carteles. La nariz se le había vuelto de un gracioso color rosado, por culpa de aquel horroroso frío de invierno. Estaba completamente convencida de que, si había precipitaciones durante el día, serían en forma de nieve. Era lo único bueno de los inviernos en Londres: las nevadas.

Casi todas las clases habían acabado ya y ella no había asistido más que a la primera. Pero no le preocupaba. Iba bastante sobrada en las materias del día y alguna compañera le pasaría los apuntes tarde o temprano.

Sin saber muy bien a dónde dirigirse hasta la hora de comer, salió de la residencia de estudiantes, hacia el centro de la capital. Mientras andaba, pensaba en lo que acababa de hacer. La idea de los carteles era muy arriesgada, pues ahora todos los internos (incluidos profesores) sabrían su número de móvil. No la hubiera llevado a cabo si no fuera extremadamente necesario pero, para su desgracia, lo era.

Meses antes, cuando Nadia vivía con sus padres y sus hermanos en España, recibió una beca Erasmus para un año en Londres gracias a sus buenas notas. Sus profesores le habían recomendado que eligiera una carrera como Ingeniería o Medicina, pero a ella lo que realmente le apasionaba era la música. Nadia aún tenía 16 años, pero tenía muy claro que, en vez de hacer bachillerato en su instituto, lo haría en un conservatorio profesional. El problema había sido dónde, pero, tras recibir la carta dándole la oportunidad de viajar a Inglaterra, lo tuvo claro. Su madre no la permitió desaprovecharla, aún sabiendo que la iba a echar muchísimo de menos. Así fue como Nadia, una joven que apenas había abandonado la adolescencia, dejó todo cuanto conocía para mudarse a Inglaterra. Ella era bastante tímida y le costaba confiar en la gente, por lo que no se había hecho muchos amigos durante aquellos meses en la residencia. Sin embargo, los pocos que tenía confiaban plenamente en ella y estaban allí como apoyo para todo lo que necesitaba. Desde el día que llegó, su vida había sido un no parar. Diariamente, asistía a las clases y, durante las primeras semanas, luchó muy duro por entender el idioma. Los exámenes también habían sido una etapa muy dura, pero ya se iba acostumbrando a la rutina de la academia. Al principio, sus padres le mandaban dinero para que no le faltara de nada, pero llegó un momento en el que ella misma se negó a aceptar más. Tenía que independizarse. Eso le recordó que debía buscar un trabajo a media jornada si no quería que la echaran de la residencia.

Le costaba recordar qué se sentía al salir de fiesta por las noches, al bailar en una discoteca, al enamorarse de un chico… En España las cosas eran muy diferentes. Pero ella no iba a permitir que la vida en Londres apagara sus ganas de fiesta típicas españolas. Por eso, había decidido cambiar un poco, empezando por buscar nuevos compañeros.

Divisó un Starbucks al final de la calle y aligeró el paso, ansiosa de llegar a un lugar cálido. De pronto, vio a un chico caminando en dirección contraria a ella, acercándose cada vez más, hasta que los dos chocaron.

– ¡Eh, cuidado preciosa! –exclamó el joven con una bonita voz, aunque entrecortada por el dolor.

Momentos antes, algo había crujido en el brazo del chico. Él se frotaba fuertemente la muñeca derecha.

– ¿E… Estás bien? –murmuró Nadia, tímidamente, aunque muy preocupada.

– Creo que me he doblado la muñeca… –dijo él. Se notaba que le costaba hablar por el dolor.

– Ufff… Lo siento, de verdad. Iba demasiado rápido. Yo… –intentó disculparse, pero las palabras se le atravesaban en la boca.

– Eh, eh, eh, tranquila. No sufras tú tan bien. ¿Cómo te llamas?

Forever Young.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora