HORAS

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Nunca lleva en cuenta el efecto que provoca en él realizar una misión, mucho menos cuando está ejecutando una, cuando la vive segundo a segundo. Directamente no le presta atención, a esos acelerados latidos del corazón, adrenalina alta y extrema inquietud por resolver todo tal lo planeado y ordenado lo llama nervios. Sólo un poco de nervios. Es que en realidad hace eso porque, su mínima parte orgullosa -sí, tiene una-, no quiere admitir que el gran Capitán América se pone nervioso ante una misión; aunque también lo hace porque pensar en nervios es dejar la puerta abierta y darle paso libre a los errores. Y eso es algo que él no puede dejar que suceda.

Pero desde que está buscando a su mejor amigo, es consciente que los nervios, y algo más que no puede identificar qué, lo atacan y en mayor medida. Lo reconoce. Comete errores, no puede esquivar las fallas y sus corazonadas ultimamente lo guían a pistas falsas.

¿Será que esta vez los nervios no le jugarán en contra? ¿Podrá encontrar a su amigo?

«¿Bucky estará del otro lado de la puerta?», se pregunta mientras cruza un largo pasillo con el escudo en alto y listo para cualquier ataque o defensa, divisando en el final de éste, una puerta vieja. Finalmente, y después de mucho tiempo, dieron con una pista sólida, aunque un poco difícil de creer, y la siguieron. A Bucky lo tienen oculto en una base secreta y bajo tierra de HYDRA, sigue siendo prisionero de esa organización terrorista que se encargó de complicarle la vida. Así que no lo dudó, siguió esa pista con su nuevo amigo, sus ojos en el cielo, su guardaespaldas en cierto sentido y a veces su conciencia: Sam Wilson, también conocido como Falcon.

Y ahí está, luego de haber derribado a todo hombre que se le interpuso en el camino, se encuentra en frente de una puerta vieja pero gruesa de madera y hierro, con las esperanzas tan altas como sus nervios. Está casi seguro que él está del otro lado, ya está pensando en qué decirle, en qué hacer si intenta atacarlo otra vez, en todo.

Con un fuerte empujón, la ayuda del escudo y sin dificultad alguna, abre la puerta rompiéndose gran parte de ésta.

La habitación, como cada rincón recorrido de toda esa base, está vacía. Bucky no está ahí, y nunca lo estuvo. Otra pista que lo lleva a la nada, otra vez a empezar de cero.

—Sam, ¿estado? —pregunta Steve, apresurado, por el intercomunicador. Su decepción se le escapó en su voz, pero todavía tiene encendida una pequeña chispa de esperanza sobre la respuesta de su amigo que está cubriendo el sector oeste de esa base.

—Nada, Cap. Él no está acá. —le responde, con un tono apagado y desanimado. Sam también estaba muy esperanzado, estaba más que seguro que lo iban a encontrar allí—Lo siento. —agrega al no recibir respuesta de Steve. Sabe que él no responde porque está triste, y Sam haría lo mismo si lo estuviera. Es probablemente por eso que lo ayuda, sabe lo que es perder a un buen amigo y no poder hacer nada para evitarlo y entiende lo doloroso que debe ser recuperarlo... y volverlo a perder. Eso no se lo desea a nadie.

—Larguemonos de aquí. —ordena Steve, luego de soltar un suspiro largo y cansador. Teme que esa pista no sea más que una trampa o los lleve directo a una emboscada.

Sin más nada que hacer, sin más lugar que recorrer ni rincón en el que buscar, los dos desaparecen de esa base tan rápido como entraron, pero esta vez cargando con una gran desilusión y angustia en sus hombros.

Se habían tardado un poco menos de cinco horas en llegar a la ubicación dada, el viaje de ida no se les hizo pesado ni largo, estaban distraídos pensando en que ahí, ese mismo día, iba a terminar su búsqueda.
Pero ahora, llevan tan solo dos horas en el viaje de vuelta y para Steve se le está haciendo una eternidad. Es como si las horas se hubieran duplicado.

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