Jugo de manzana

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(Antonio)

Puede haber sido por la sorpresa con la que me encontró o porque el silencio y las baldosas del suelo y las paredes que hacían que la voz de mi padre sonara mucho más imponente que de costumbre. Al igual que el mío, su nombre era Antonio, y se paseaba por los pasillos del hospital con la soltura y confianza que su cargo de cirujano en jefe le profería. A pesar de ser un par de centímetros más bajo que yo, a su lado no podía evitar sentirme minúsculo con su presencia. -Antonio... ¿Qué haces aquí? ¿no deberías estar ayudando en el piso de cirugía?

Lo primero que atiné a hacer fue morderme los labios y ocultar al pequeño Martín que no dejaba de moverse y balbucear.

-ha habido un pequeño mal entendido... papá. No estoy inscrito en la sección de cirugía. -sus ojos verdes resplandecieron por un momento, y su ceño se frunció sin disimulo. Papá no hizo ningún comentario. -estoy... estoy ayudando al doctor Bonnefoy en pediatría.

-sí, ya veo que sí. -dijo alzando la vista para ver mejor al chico a mis espaldas. -espero que puedas arreglarlo antes de que sea demasiado tarde.

- ¿a qué te refieres?

-alguien más podría ocupar tu lugar, y como sabes estamos muy ocupados. No podemos permitirnos retrasos.

-no ha sido mi culpa. -le contesté apretando aún más a Martín, el solo miraba alternativamente a mi padre y a mi sin saber qué pasaba. Tampoco yo sabía bien que estaba diciendo. Papá me miraba molesto, y no soportaría sus ojos clavados en mi por mucho tiempo. -l-lo siento... volveré a hablar con la encargada de administración. Pronto estaré en la sección de cirugía.

-eso espero. -dijo antes de ponerse en marcha y seguir su camino, dejando un helado ambiente a su paso que no me atrevía a romper ni con mi respiración. Solo los gorgoteos del chico rubio en mis brazos me devolvieron a la realidad, tenía que llevarlo a su cama antes de que las enfermeras lo encontraran, o peor aún... que mi padre decidiera volver.

~

(Lovino)

-te digo que estoy bien, maldita sea. Puedo conectarlo por mí mismo. -le dije acercándome el tubo de oxigeno portátil al pecho antes de que aquel extraño enfermero pusiera las manos en él... o en mí.

- ¡es parte de mi trabajo! -fue su respuesta antes de acercarse aún más. Su nombre era Félix y llevaba varios años trabajando en el hospital. Era extranjero y, después del doctor Bonnefoy, el tipo más raro que había conocido. En todo el tiempo que llevaba ahí, nadie había conseguido que se pusiera un uniforme masculino. Félix insistía en llevar falda al igual que sus compañeras y se veía perturbadoramente bien.

Aunque sin duda una de las cosas que más destacaba de él era su perseverancia, ya que de alguna extraordinaria manera siempre terminaba consiguiendo lo que quería, en este caso que me quedara quieto para conectarme al respirador artificial, como si no estuviera acostumbrado a hacerlo yo. -no fue tan malo ¿cierto?

-¡cierto mi trasero!

-no hables así Lovino, o no dejaré que salgas. -tuve que tragarme los miles de insultos que se me ocurrían, porque me gustase o no tenía razón. Como había estado avanzando bastante bien se me había permitido salir a dar un paseo por los jardines del hospital, no podía desaprovechar la oportunidad de salir de esas malditas cuatro paredes blancas. Así que cerré la boca y apenas Félix hubo terminado la revisión matutina y me hube vestido pude salir arrastrando el carrito de oxigeno tras mis pasos.

Mis viejos tenis hacían ruido en los pasillos y todo estaba desocupado. Era demasiado temprano como para que dejaran salir a los niños más pequeños, y los adultos no tenían ganas de moverse de sus camas. Tendría el lugar despejado y el patio libre para hacer lo que se me viniera en gana. Comprobé que nadie me estuviera viendo antes de sacar debajo de mi chaqueta una pequeña botella plateada. Podía tomarla en la palma de la mano y era muy bonita, pero lo más importante era que dentro había un pequeño regalo de mi amigo Gilbert. Si... no creerán que toda la vida de un jodido enfermo son pastillas y reposo, también tenemos algunos amigos que son lo bastante amables o lo bastante idiotas como para colarse a los hospitales con un poco de alcohol.

Sonreí al recordar lo que había dicho "A ver si tomando se te quita esa cara de asco que tienes". Gilbert sabía bien como animarme.

Iba tan ensimismado mirando la botella que no me di cuenta de la puerta que se abría en mis narices. Hubiera sido catastrófico haber chocado con ella, pero en su lugar mi rostro se hundió con algo tibio y suave, unos brazos me rodearon apenas intenté hacerme atrás, y tuve mucha suerte. De haberme dejado solo me hubiera tropezado con el oxígeno portátil.

-Lovi, ten cuidado, te puedes caer. -dijo Antonio con su idiota sonrisa en el rostro, aunque no hablaba de la misma manera, era una diferencia mínima, pero se le veía más apagado.

- ¡Antonio bastardo, suéltame! Mira que estar abriendo puertas como idiota.

- ¿lo... siento? – solo resoplé y miré hacia otro lado. Me tardé menos de un segundo en recordar la botella, pero por más rápido que quise guardármela, Antonio ya la había visto. - ¿Qué traes ahí?

-métete en tus asuntos.

-soy tu doctor, tu eres mi asunto, Lovino.

-aun no eres doctor. -le dije dando un paso hacia atrás para cubrirme la espalda, pero eso solo sirvió para cabrearlo y que se acercara más, cortándome todo el paso. Mi última esperanza de salir huyendo se fue a la basura cuando puso una mano firmemente en el carrito, el muy bastardo me tenía atrapado. -no tiene gracia, déjame.

-no hasta que me digas que escondes.

-no es nada. -le dije sin mirarlo. Por la obvia mentira y porque sus profundos ojos verdes a esa distancia me ponían de nervios.

-mírame, Lovino. -y como si fuera magia, mi cabeza giro y mi mirada se cruzó con la suya. No era el Antonio que había visto antes, no bromeaba ni reía, estaba tan serio que asustaba. -no dejaré que te vayas hasta que me des esa botella.

Apreté los labios y me temblaba la mano, pero poco a poco fue subiendo hasta dejarle la botella pegada al pecho de un golpe, no quería que viera lo mal que estaba. Antonio se la acercó a la nariz para olerla y su boca se torció en una mueca. No solo estaba cabreado, el bastardo estaba furioso. -sabes que no puedes tomar alcohol... todo el avance que has logrado, vas a echarlo a perder. -no le respondí, no podía, aunque quisiera. - ¿en que estabas pensando?

-tengo 15 años, puedo tomar si quiero.

-estas bajo un tratamiento muy delicado.

-es la forma suave de decir que voy a morir, ¿cierto? -no contestó. Ya me lo suponía, qué puedes contestar cuando solo tienes la verdad frente a las narices. Estaba dispuesto a tomar mi botella, mi oxígeno y alejarme lo más rápido posible, pero nuevamente fui detenido, esta vez por su mano aferrándose a mi muñeca con fuerza. -hey, idiota... ¡te acabo de decir que me dejes! -pero su expresión no cambió ni un ápice. Ni en ese entonces ni cuando me jaló por el pasillo hasta la máquina expendedora.

Estaba a punto de beber alcohol a escondidas de los médicos ¿y qué hacia él? Solo a Antonio se le ocurría esconder botella y comprarme un jugo de manzana.

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hola C: buen día a todos/todas espero que estén muy bien y que les haya gustado el cap. Si todo sale bien creo que pasado mañana habrá otro (vienen las vacaciones de fiestas patrias, así que escribiré como condenada :V) Bueno, ahora iré a hacer mi vida de persona normal... ya saben. pagar mis impuestos, pasear al perro.

muchas gracias por sus lindos comentarios <3 

Ninna Nanna (spamano)EDITANDOOOODonde viven las historias. Descúbrelo ahora