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Tras correr una hora por el muelle decido volver a mi apartamento, desde que corro todas las mañanas noto que mi cuerpo está tonificándose. Hace un mes que me mudé a Los Ángeles después de ser aceptada en la Universidad de California y me he ido adaptando bastante rápido, correr por las mañanas se ha vuelto parte de mi rutina.

Con los auriculares puestos saludo a James, el conserje de mi edificio y entro en el ascensor. Estoy bastante acalorada y gotas de sudor resbalan por mi frente. La puerta del ascensor se abre, y salgo al mismo tiempo que paró la música y enrollo los auriculares en mi mano. Saco las llaves de mi apartamento y entro en él. Dejó mi móvil junto a las llaves en la mesita de la entrada y ando a paso ligero hasta la cocina para beber un poco de agua.

Al llegar me encuentro a una chica de espaldas cocinando, lleva puesta una camiseta blanca ancha de hombre con la que se le ve las bragas. Carraspeo para que me mire, escucha y se da la vuelta con una amplia sonrisa, la cual se le borra por completo al verme, esperaba encontrarse a otra persona. Se me queda mirando por varios segundos hasta que frunce el ceño, imito el gesto y me cruzo de brazos.

— ¿Quién eres tú?— me pregunta la chica, río de forma sarcástica y vuelvo a ponerme sería.

— Esa es mi línea, ¿quién eres tú y qué haces en mi cocina?— la chica abre los ojos mientras su cara va tornándose de color rojo.

— Soy la novia de Dylan, ¿tú eres?— me pregunta, alzo una ceja y suspiro, otra vez no.

— Soy su compañera de piso, ¿dónde está Dylan?— le formulo a la rubia.

Y como por arte de magia Dylan aparece, lleva puesto unos bóxers y su torso está al descubierto, se frota la cabeza, me mira y luego a la rubia para volver a posar su mirada sobre mí.

— ¿Qué pasa, por qué tanto ruido?— pregunta el imbécil, bufo y vuelvo a cruzar mis brazos sobre mi pecho.

— ¿Qué hace tu "novia" aquí?— digo haciendo énfasis en la palabra novia y señalando a la rubia con mi cabeza, el imita mi posición y se frota los ojos.

— ¿Mi novia? ¿ella?— suelta una carcajada y vuelve su mirada a la chica medio desnuda en la cocina que nos mira expectante — ¿qué haces todavía aquí? ya he terminado contigo así que puedes irte— que sutil.

— Dylan amor, ¿por qué me dices eso?— a la chica se le empiezan a empañar los ojos.

—Querida, si crees que por pasar una noche conmigo ya eres mi novia entonces tendría trescientas— dice y suelta otra carcajada— me divertí mucho anoche, pero hasta ahí llego lo nuestro, así que lárgate—

La chica furiosa se acerca a Dylan y le abofetea la mejilla, sale corriendo por el pasillo hasta la habitación del imbécil para cambiarse. Dylan se toca la mejilla con la mano y bufa, yo ruedo los ojos. Me aproximo al frigorífico y saco mi botella de agua, le doy un sorbo. Olor a quemado inunda mis fosas nasales, miro hacia la vitrocerámica donde la chica estaba cocinando anteriormente.

Quito la sartén y apago el fuego, miro los huevos quemados y suspiro, pobre chica, qué mala suerte tiene por toparse con semejante idiota.

— ¿Era necesario que la trataras así? ¿no podías ser un poco más amable?— digo mientras tiro los huevos a la papelera y dejo la sartén en el fregadero.

Dylan deja su vaso de zumo en la encimera y coge una manzana del frutero, le da un mordisco y dirige su mirada hacia mí.

— No es asunto tuyo— le da otro mordisco a su manzana, bufo y cojo mi botella de agua.

— Siento decirte que yo también vivo aquí, por lo tanto es asunto mío a quien traes a nuestro apartamento— digo caminando hasta el pasillo, paro y me doy la vuelta— eres un imbécil— suelto y camino hasta mi habitación, encontrándome con la chica rubia en el pasillo llorando mientras sale corriendo.

Quédate a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora