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DYLAN

– James, ¿estás seguro de que no has visto entrar a nadie con un porta bebés?– le pregunto por segunda vez al conserje.

– Ya le he dicho que no– responde el hombre frotando sus sudorosas manos contra el pantalón.

– ¿Y ha alguien sospechoso?–

– No he visto a nadie, lo siento– suspiro frustrado y tiro suavemente de mi pelo.

Lo último que necesito en mi vida es ser padre, ni siquiera me lo planteo, no se cuidar de mi mismo, ¿cómo cojones voy a cuidar a un crío? Me niego rotundamente, ese niño no es mío, no es posible, siempre tomo precauciones, SIEMPRE. Estoy convencido de que han cometido un error, quien quiera que sea la madre se ha equivocado de tío.

Luego está el hecho de que ese niño tiene cuatro meses y si le sumamos los nueve de embarazo hacen un total de trece. ¿Cómo se supone que encuentre a una tía con la que me acosté hace un año? Vuelvo a mirar a James que se encuentra sentado en su silla.

– ¿Y las cámaras de seguridad?– le pregunto esta vez, con la esperanza de poder librarme del problema.

– Lamento comunicarle que hubo una avería hace dos semanas y todavía no han podido arreglarlas– que irónico.

Cabreado, desesperado y hecho una mierda subo hasta mi departamento donde mi supuesto hijo se encuentra, las ganas de salir corriendo son reales, pero no puedo huir así sin más ¿o sí? Cuando entro en la estancia lo primero que veo es al crío en los brazos de Olivia, mi compañera de piso, esta lo mece de un lado a otro.
Lo observo y no puedo evitar compararlo conmigo, buscando rasgos en común.

Cuanto más lo miro más ganas tengo de deshacerme de él, tener un bebé en mi vida no es algo que pueda permitirme, menos ahora que mi padre me ha dado un ultimátum, me cerrará el grifo si no me controlo y mantengo mis notas, y la carrera de medicina no es un camino de rosas, más aún con la presión de ser el hijo de Michael Evans y el hermano menor de Brandon Evans, el recién nombrado director del Hospital Médico Central, menudo capullo.

La gente suele pensar que me importa una mierda todo, hay veces que es así, y en otras ocasiones se equivocan. Pero si de algo estoy seguro es que en este momento no tengo sitio para un niño. Me acerco a la nevera y cojo una cerveza, la abro y le doy un trago, son solo las seis y media de la tarde pero me importa una mierda, tengo problemas mayores que solucionar. Miro detenidamente al crío de nuevo, pensando en lo que hacer con él, aquí no se puede quedar, pero no sé de dónde ha salido ni quién es su madre. Suspiro y le doy otro trago a mi cerveza, froto mis ojos tratando de pensar en algo.

– ¿Que piensas hacer con tu hijo?– me pregunta una voz femenina.

Levanto la vista hasta el sofá donde Olivia deposita al dichoso crío en su porta bebés, ha conseguido hacerlo dormir y se lo agradezco mentalmente, no soportaría escuchar sus berridos. Pasó una mano por mi pelo y lo remuevo nerviosamente como si eso me hiciera sentir mejor.

– No tengo ni puta idea– le respondo desesperado.

Y cuando parece que ella va ha decirme algo Theo sale del pasillo frotándose el estómago con una mano, está sudado y tiene la cara pálida, y no me extraña que tenga una resaca de la ostia después de todo lo que bebió anoche. Al verme con una lata de cerveza en la mano hace una mueca de asco y se sienta en uno de los sillones.

– Debes hacerte responsable– dice Olivia retomando la conversación claramente molesta por la presencia de mi amigo.

– Ese niño no es mío– declaro.

Ella frunce el ceño ante mi comentario y recoge el papel doblado para leerlo en voz alta.

"Para Dylan: Este es Mason, tu hijo, tiene cuatro meses, por favor cuídalo hasta que pueda hacerme cargo de él" Aquí deja bien claro que sí es tuyo– no se porque esta tía ha decidido molestarme justamente ahora pero no necesito sus consejos en este momento, sino una solución que consiga deshacerse del niño.

Quédate a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora