Dr.Tanner

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A los doce años llegué a la conclusión de que todas las personas en este mundo, incluidos los integrantes de mi familia, estaban en mi contra. Jamás fui un niño problema, pero mis padres me trataban como tal.

Por ejemplo, siempre debía llegar a casa antes de la cinco de la tarde. Este horario tan estricto reducía de forma drástica mis “horas de juego” fuera de casa. No podía recibir visitas de amigos en casa y no podía ir a la casa de nadie. Tenía que hacer mis deberes apenas llegaba a casa, sin importar el tiempo que me tomara. Mis padres nunca me compraron videojuegos, me obligaron a leer libros y después a escribir ensayos para verificar que realmente los había leído.

Pero no hablemos más de ellos, vamos a hablar sobre el psicólogo de mi colegio. Para guardar su identidad, lo llamaremos Dr. Tanner. Como la mayoría de los colegios particulares, el mío tenía un psicólogo disponible en horarios de clase para ayudar a los alumnos con cualquier conflicto emocional, académico, social, de comportamiento, etc.

Para ser sincero, jamás había visto a algún alumno conversando con el Dr. Tanner. Todos los días pasaba por su oficina cuando me dirigía a la cafetería y miraba a través de la pequeña ventana de la puerta. Siempre estaba solo, leyendo o escribiendo algunos documentos.

Creo que la mayoría de los niños tenía miedo de expresar sus problemas a un adulto que prácticamente era un desconocido. Por eso fue que me tomó tres semanas reunir el valor suficiente para ir a su oficina. El 2 de marzo de 1993 fue el día que decidí hablar mis problemas con el Dr. Tanner. Durante el recreo, fui hasta la oficina y llamé a la puerta.

A través de la ventana pude verlo levantar la cabeza, sonreír y hacer un gesto para que yo entrara. Entré.

Me dio la bienvenida, se presentó y me preguntó mi nombre. El Dr. Tanner era un hombre que hablaba con mucha calma, parecía tener una aura de bondad a su alrededor. En menos de media hora, le hablé sobre la forma en que mis padres eran malos conmigo y lo poco que les importaba. Después de un tiempo mi voz empezó a quebrarse y dejé de hablar. El psicólogo escuchó pacientemente todas mis penas, siempre de brazos cruzados y asintiendo con la cabeza. Esperaba que empezara a decir como todo lo que acababa de escuchar era mentira, que mis padres me amaban y blah blah blah. Pero no lo hizo.

El Dr. Tanner se curvó hacía mí con una sonrisa en el rostro y me dijo “Sabes… yo soy el mejor psicólogo escolar del mundo. Te prometo que arreglaremos esto”.

Rodé los ojos. “Está bien pero, ¿de qué forma?”, le pregunté.

“Tengo mis métodos”, respondió. “Soy un hombre de palabra. Te prometo que en un mes la relación con tus padres cambiará para mejor. De forma definitiva”.

Tras una breve pausa, continuó: “pero tienes que hacerme una promesa. Tienes que prometerme que volverás a mi oficina mañana después de clase y no le contarás a nadie que tuvimos esta conversación hoy. Es nuestro secreto”.

Lo prometí.

Al día siguiente, regresé a la oficina del Dr. Tanner después de clases. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde cuando entré. Tras una calurosa bienvenida, me pidió que me sentara frente a su escritorio una vez más.

Mientras estaba sentado, lo vi correr la cortina de la ventana en la puerta. “Listo”, sonrió. “Ahora tenemos la privacidad que necesitamos”.

Empezamos a hablar sobre mis gustos e intereses, mi materia favorita en la escuela, los profesores que menos me gustaban y cosas de ese tipo. Tras una hora de conversación el Dr. Tanner me ofreció un refresco.

Lo acepté muy feliz, pues mis padres nunca me habían dejado tomar refrescos. El Dr. Tanner fue hasta su frigobar y buscó hasta que volvió con dos latas abiertas de refresco. Después, continuamos conversando sobre lo que estaba sucediendo con mi vida pero no demoró mucho para que me desmayara con cualquiera que haya sido la droga que puso en la lata.

Tardé algunos segundos en recuperar mi visión normal cuando me desperté…

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