Capítulo 2. El Circuito

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El Día de la Cosecha no era una fiesta cualquiera. Una vez al año los colonos olvidaban dónde estaban y quiénes eran realmente e invocaban el espíritu de los viejos tiempos. Dejaban a un lado sus modernas y prácticas ropas adaptables y se cubrían con prendas elaboradas por ellos mismos. Alrededor de la Plaza Central se montaban puestos en los que se ofrecían viandas al uso tradicional. Nada de los aburridos geles nutritivos o las tabletas de complementos vitamínicos. No, allí podías encontrar tortitas, dulces, empanadas e incluso alguna fruta procedente de los invernaderos inferiores. Había quien de vez en cuando bromeaba con la posibilidad de asar alguno de los animales del Arca, pero la cosa no pasaba de ahí. Aquellos animales estaban reservados para reproducirse una vez llegaran a su destino. También podía suceder que algún delicado estómago sufriera los estragos de un inusitado aporte de nutrientes y la comida acabase saliendo por el mismo sitio por donde había entrado. En cualquier caso, el Día de la Cosecha era una fiesta en toda regla. La gente bebía sidra casera, había bailes y música. Los niños jugaban en el parque o se bañaban en el estanque artificial, próximos a la Plaza Central. Los mayores también tenían sus juegos: la carrera de sacos en grupo, la pelota cesto, el tiracuerda o el temido Circuito.

 Los mayores también tenían sus juegos: la carrera de sacos en grupo, la pelota cesto, el tiracuerda o el temido Circuito

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Oliver dudaba mientras se dirigía a la zona de juegos. Por un lado, no era muy amigo de reuniones o de eventos sociales. Pero había estado entrenando mucho y no se iba a rajar en el último momento. Además, como bien había dicho Pulpo, allí iba a estar «tooodo» el mundo, así que era su oportunidad de lucirse. Esto iba pensando cuando el susodicho Pulpo se le acercó con aire jovial.

—¿Qué tal, Sintonizado? ¿Vienes a degustar un poco del mundo real? ¡Toma! Mira lo que he conseguido —Pulpo le lanzó una manzana que Oliver atrapó al vuelo.

—¿Ahora robas fruta, Manoslargas?

—Me ofendes, la he ganado lícitamente en el puesto de tiro al blanco.

—Pues llevarás toda la mañana intentándolo, porque eres negado con la puntería —se rió Oliver.

—Ah, mira esto. ¡Vas a alucinar constelaciones! —Pulpo se remangó la camiseta mostrando su brazo. Oliver lo miró confundido.

—Interesante... ¿Has estado tomando el sol?

—No, hombre. Espera. Es algo tímido.

Poco a poco unos tentáculos de color verde y morado pintados en su piel fueron apareciendo por su hombro y bajando hasta su antebrazo, revelando la forma de un pulpo.

—¿Te has hecho un biotatuaje? —preguntó Oliver—. Tu madre te va a matar y lo sabes.

 Tu madre te va a matar y lo sabes

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Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito (Audiolibro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora