Capítulo 3. Una lección de historia

178 14 2
                                    


Un olor a tortitas y tallarines recién hechos salía de la cocina. Rodi esperaba que un desayuno tradicional borrase la decepción del día anterior. De repente, se escuchó un portazo en la puerta principal. Esto cogió totalmente desprevenido al pequeño robot doméstico, ya que su protegido nunca antes se había levantado tan temprano. Para cuando llegó a la entrada, Oliver era un lejano punto saltarín que esquivaba a la gente subiéndose por las paredes con sus vibrozapatillas. ¿A dónde podía ir tan rápido? Eso era algo que seguramente le llevaría el resto del día averiguar. Ciertamente, no le buscaría en la escuela, no. Oliver no la pisaba en meses.

En el centro del aula circular, un hombre encorvado manipulaba una proyección holográfica. Su escaso y fino pelo blanco se proyectaba en todas las direcciones como si, en efecto, quisiera abandonar su cabeza definitivamente. 

La imagen mostraba un satélite esférico y rocoso orbitando alrededor de un planeta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La imagen mostraba un satélite esférico y rocoso orbitando alrededor de un planeta. En la parte inferior de la proyección se distinguía el número «2177». Una veintena de adolescentes, entre los que se encontraba Pulpo, contemplaba la simulación con aburrimiento. Sobre las cabezas de los estudiantes apareció la forma tridimensional de una roca un cuarto del tamaño del satélite, moviéndose a gran velocidad. Cuando parecía que iba a impactar directamente sobre el planeta, realizó un giro que la hizo estrellarse contra el satélite. Algunos alumnos despertaron de su letargo y empezaron a mirarse de reojo. La simulación continuó. Como resultado del brutal choque, la roca se descompuso en millones de pedazos cayendo una gran parte sobre el planeta.

—Vamos a «acelegaglo» un poco —el profesor Rachete era tan viejo (algunos le echaban trescientos años) que no aprendió la unilengua de niño, por eso le había quedado un cierto acento afrancesado.

Rachete giró una rosca y el número empezó a subir. 2178...2180...2190... Cuanto más aumentaba la cifra más claramente podía verse como el satélite rotaba cada vez más lejos del planeta. En ese momento asomó una cabeza por la puerta de la clase.

—Don Oliveg «Gay». ¡Qué «placeg» más «inespegado»!

Algunos alumnos estallaron en carcajadas. Rachete sonrió complacido pensando que había hecho una gracia. El resto miró con curiosidad a Oliver, que se había quedado en la puerta dudando si entrar. Pulpo le saludó con la mano.

—Pase, «pog» «favog». No nos deje en vilo —Oliver entró y se sentó—. Llega usted a tiempo. Estábamos estudiando El Colapso.

—Estupendo —murmuró Oliver—. He venido en el mejor momento.

—¿Disculpe?

—No... nada... no es nada.

—Quizás «quiega» «ilustragnos» «sobgue» el cataclismo que puso fin a «nuestga» civilización.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito (Audiolibro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora