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Alejandra tocó el timbre, esperando una respuesta a todo. No podía hacerlo por Whatsapp, no iba a llamarla: necesitaba hablar ese tipo de cosas cara a cara. Un miedo voraz ocupaba cada rincón de su cuerpo y de su mente, pero aún así se mantuvo de pie, esperando algo que quizás no era lo que quería oír. Ya estaba harta de dar vueltas, de mentirle a sus amigos, de mentirse a sí misma asegurando que las cosas cambiarían, de todo. Ella ya había declarado que era momento de sacarse la careta de una vez por todas: o se iba todo a la mierda, o las cosas quedaban exactamente igual a como estaban antes. Nada de términos medios, nada de mentiras. Ese juego no le gustaba nada, y era momento de ponerle un  fin. No era sano para nadie. 

La hizo pasar rápidamente, como si no tuviera tiempo que perder. Subieron a su habitación y ella cerró la puerta con llave, para que nadie pudiera interrumpirlas.

-Hasta acá llegué -empezó Alejandra, mientras daba vueltas por la habitación. No quería sentarse ni estar cerca de ella, o no le saldrían las palabras-, o blanqueamos esto y a la mierda todo, o no me ves nunca más. Estoy cansada de andar mintiendo por vos. La pasamos bien y te quiero mucho, pero no voy a andar escondiéndome porque vos elegís mentir. Él no me importa en lo más mínimo, no somos amigos, pero no está bien que le ocultes esto, y tampoco está bien que lo niegues, creeme que no. Sos como sos y punto, ya está.

-No es tan fácil, Ale -dijo ella después de un rato, mirando a la ventana con los ojos vidriosos-. Yo no puedo agarrar y decirle a todo el mundo que me gustan las minas de un día para el otro. Y tampoco puedo tirarle esta bomba a mi novio y cortarle así nomás. Que ya no me atraigan los pibes no significa que no lo quiera, y quiero que esté bien...

-Justamente por eso le tenés que decir lo antes posible -la interrumpió-. ¿Vos te pensás que le hace bien que ya no quieras coger más con él y sigas estirando una relación que no va a funcionar? Es peor, date cuenta. No te digo que lo hagas ya, pero pensalo. No tenés por qué esconder lo que sos, lo que te pasa conmigo, todo. Si él te quiere, lo va a entender.

-Me da miedo -decía ella, y ya había empezado a llorar-. No quiero que mi familia me odie, que mis amigos piensen mal de mí...

-Tu familia te va a apoyar, al principio quizás cueste, pero...

-No sabés lo que estás diciendo -la interrumpió-. No sabés cómo son con esas cosas. Mi viejo...

-Lo va a tener que aguantar -dijo, y se sentó junto a ella para abrazarla- porque vos sos así. Nuestros viejos nos educan en base a lo que ellos creen que es mejor para nosotros, por eso quieren que seamos de una forma y no de otra, que hagamos esto y no aquello; pero vos tenés que hacer lo que vos creés que es mejor.

-¿Y si me equivoco? ¿Y si no sé qué es lo mejor para mí? -preguntó entre sollozos.

-Entonces te toca salir a la vida con lo que tenés hasta que aprendas -le respondió Alejandra, y le dio un beso en la frente y luego otro breve en los labios-. A prueba y error.

Se besaron despacio y luego más apasionadamente, como si ya no hubiera nada más de qué hablar, como si ya estuviera todo decidido. Alejandra sabía que no era así, que hacían falta más conversaciones como esa -y menos besos y otras distracciones- para que ella dijera la verdad y admitiera lo que era, pero aún podía esperarla. O al menos, eso pensaba cada vez que la tenía frente a ella. ¡Cómo costaba tenerla cerca y no poder hacer nada! Todo el enojo que tenía antes de llegar se había desvanecido en el momento en el que le abrió la puerta. Todo el discurso que había pensado para hacerla entrar en razón se había reducido a una milésima parte. Esa chica era especialista en tomar todo lo que Alejandra pensaba en momentos de lucidez y romperlo en pedacitos. ¿Valía la pena esperarla? Alejandra no tenía ni la más pálida idea, pero sus besos la convencían más y más. Sabía que no era lo mejor, que probablemente se estaba equivocando...

El celular empezó a sonar, y dejó de besarla para atenderlo.

-Hola amor, ¿cómo estás? -saludó, y a Alejandra casi le dio asco. ¡Le estaba mintiendo en la cara! La bronca volvió a subirle hasta la garganta, como fuego de dragón, pero se contuvo. Esperó a que terminara de hablar, sin prestar la más mínima atención a lo que decía, y en cuanto cortó la fulminó con la mirada.

-Ya no lo amás, ¿no? -comentó, sarcásticamente, y agarró la llave de la habitación. Abrió la puerta y bajó las escaleras, destrabó la puerta de entrada y se fue, sin mirar atrás, sin llanto, ni rencor, ni una mierda. Se podía quedar con su tristeza, con su enojo, con todo.

Escuchó que ella la seguía corriendo, y después de unas cuadras decidió darle el gusto y frenar. Se volteó, la miró fijo y le dio un beso. Pudo notar como se llenaba de tensión, incómoda, como si no quisiera que la vieran, pero no le importó. Alejandra no iba a esconderse, y si a ella le molestaba tanto, podía dejarla en paz y nunca volver a hablarle; pero no la soltó. Estuvieron así un rato, hasta que Alejandra cayó en la cuenta de que realmente no podía seguir sosteniendo lo que pasaba. La soltó, sabiendo que no se arrepentiría de hacerlo, y se quedaron mirándose, sin decirse ni una palabra.

-No lo vas a dejar, ¿no? -le preguntó, y ella se quedó en silencio.

-No puedo -respondió, con los ojos llenos de lágrimas-. Te amo, pero... no puedo ahora.

-La puta madre, Laura -dijo Alejandra, con la decisión tomada de alejarse de ella para siempre.

Le dio la espalda y siguió su camino para que no la viera llorar, y esta vez no se detuvo por nada, ni siquiera para decirle ese "Yo también te amo", que quedaría resonando eternamente en su corazón.

La tribuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora