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Marcos se despertó jadeando. Otra vez había tenido una pesadilla. Camión, ruta, esa puta canción... se incorporó y tanteó en su eterna oscuridad hasta que encontró el bastón. Lanzó un suspiro de alivio. Por alguna razón que él desconocía, su bastón era lo único que lograba tranquilizarlo. Le daba estabilidad y equilibrio, lo prevenía de tropezar y era imprescindible para casi todo. Podía escuchar un odioso bip a su izquierda, y protestó en silencio al saber exactamente de qué se trataba. Estaban llegando mensajes constantemente a su celular, todos provenientes de La tribu. Decidió que lo mejor era revisarlos más adelante, cuando la cabeza dejara de dolerle. Se dio cuenta de que había dormido con los anteojos puestos, y los tenía torcidos. Los acomodó y se levantó, bastón en mano y muerto de hambre. Entró a la cocina y se alarmó al sentir que no estaba solo. Podía escuchar a su tía respirar, aunque no emitía ningún otro sonido, lo cual le resultó extraño. No hablaban mucho, pero al menos esperaba un saludo, algún reto por haber llegado a las siete de la mañana, un comentario ácido sobre su ceguera. Algo.

-Sé que estás acá, no hace falta que te hagas la misteriosa -dijo él, mientras buscaba la heladera para comer algo, usando dramáticamente el bastón. En realidad, no lo necesitaba para casi nada dentro de su casa: conocía la ubicación de cada mueble, pared y puerta a la perfección. Sabía con mucha precisión cómo moverse solo por todas las habitaciones y pasillos, pero le gustaba que el resto pensara que no era así, hacerles creer que era inútil además de ciego. En especial a su tía, que no hacía otra cosa que no fuera subestimarlo.

-No estoy acá -contestó agitada una voz masculina, que sobresaltó a Marcos. Lo reconoció inmediatamente, lo cual le pareció más raro todavía. Se trataba de Leandro, su mejor amigo. ¿Qué hacía él en su casa? Marcos no invitaba a nadie, y Lean no era la excepción. Ni siquiera estaba muy seguro de haberle dado la dirección...

-¿Necesitás algo? -preguntó, sorprendido por el tono de desesperación que tenía su amigo. Sacó una botella de agua de la heladera y buscó dos vasos- ¿Querés agua?

-Necesito esconderme acá -le pidió, directo. Marcos casi tiró los vasos de la sorpresa. ¿Esconderse? ¿De quiénes? ¿Por qué? ¿Acaso su amigo andaba en algo raro de nuevo? Recordó la última vez que Lean le pidió refugio en su casa, antes de mudarse. Esa noche se había peleado de tal manera con sus padres que se había ido a vivir un mes a lo de Marcos. ¿Cuánto tiempo necesitaría ahora?

-¿Otra vez tus viejos? -preguntó mientras servía los vasos sin derramar una sola gota, guardaba la botella y se sentaba en una de las sillas de la mesa. Tanteó hasta dar con uno de los vasos y tomó un largo sorbo.

-No, esta vuelta estoy en algo jodido, Marcos -le contestó su amigo, y Marcos lo escuchó sentarse y tomar del otro vaso. Se produjo un largo silencio entre ambos, en el cual ninguno de los dos se sentía cómodo-. Gracias por el agua.

-De nada -dijo él, casi automáticamente. ¿Algo jodido? ¿En qué problema tan serio podía meterse Leandro? Marcos ya estaba cansado de tener que escuchar y ayudar a Lean, quien al parecer se las ingeniaba para tener cada día un lío diferente-. ¿Puedo saber o preferís no contarme?

-Si me agarran voy en cana -dijo Lean, y Marcos no necesitó que le diera ninguna otra explicación. Esa respuesta lo puso furioso, casi fuera de sí. ¿Tenía riesgo de caer preso de nuevo? Ya podía suponer muy bien de qué se trataba todo aquello. Se levantó bruscamente de la mesa y respiró hondo para no golpearlo con su bastón.

-Vos me estás jodiendo -exclamó, pero solo se escuchaba el silencio de su amigo-. ¿Te metiste en todo eso otra vez? Me dijiste que lo habías dejado, que no lo volverías a hacer...

-¡No tiene nada que ver con lo que estás pensando! -lo interrumpió Leandro a los gritos- Y cumplí con mi palabra: ya dejé todo eso. Lo que me pasa ahora es otra cosa, carajo. ¡Vos siempre pensando lo peor de mí!

-¿Y qué querés que piense? ¿Eh? ¡Decí algo, explicate porque te juro que no te entiendo!

-¡Nada, no quiero que pienses nada! ¡Quiero que seas mi amigo y me tires una mano, nada más!

-Explicame entonces -pidió Marcos, que por primera vez desde que había terminado con rehabilitación sintió que realmente hablaba con el aire-. Decime qué es lo que pasó. Podés contarme, soy tu amigo, creo.

-Me encantaría decirte todo pero es algo jodido, Marcos -repitió Leandro-. No entenderías...

-Entiendo perfectamente -lo interrumpió-, y no. No te voy a ayudar. Si es algo jodido lo que te pasó, y podés quedar en cana, yo no quiero tener algo que ver.

-Qué amigazo que sos eh, lavándote las manos así -exclamó indignado Lean-. Mirá vos, che.

-No, no puedo mirar nada, no sé si te acordás -dijo, señaló sus anteojos y levantó el bastón-. ¿Sabés por qué no puedo ver nada? ¿Querés que te cuente qué me pasó? Creo que te olvidaste.

-No me olvidé -dijo Leandro, claramente herido. Parecía por el tono de su voz que estaba al borde del llanto-. No pasa un día que no piense en el accidente.

-Eso espero -respondió Marcos con absoluta frialdad, y escuchó a su amigo levantarse e irse, cerrando la puerta de entrada con fuerza.

Golpeó la mesa violentamente y subió a su cuarto. El dolor de cabeza se había agravado, así que se acostó y tanteó en busca de su celular. Le dio las órdenes para escuchar los mensajes de La tribu, y no se sorprendió al enterarse de que todo el mundo estaba buscando a Leandro. Lo que sí lo preocupó fue que Martina, que aparentemente estaba internada por sobredosis y no había despertado aún. Esa chica siempre había sido muy... extremista.

Sus pensamientos se fueron a la noche anterior. Un verdadero desastre: alcohol para emborrachar un ejército entero, música tan fuerte que a Marcos todavía le zumbaban los oídos, gente peleando, bailando, besándose, discutiendo... y en el medio de todo ese lío había gente como él, y como Julieta, que preferían un espacio más tranquilo y silencioso, por no decir más solitario. Ambos detestaban las grandes multitudes, la gente apretujada y el exceso de ruido.

No pudo dejar de sonreír mientras pensaba en ella.

La tribuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora