No es que sea una persona que no cree mucho en los presentimientos, pero aquel día me había hecho oídos sordos y ojos ciegos a cualquier sensación fuera del dichoso amor. Aquella tarde había sido perfecta para ambos, me las había arreglado para darle el mejor regalo de cumpleaños a Helene que pudiese haber recibido en su vida. Con el permiso de su padre, ella y yo habíamos tomado el primer vuelo con destino a Florencia, Italia, aquel martes 17 de Febrero que aún recuerdo con claridad debido a cada jodida pesadilla que me atormenta de madrugada.
Bueno, Helene y yo habíamos estado paseando durante su día de cumpleaños por todo Florencia: ella llevaba en el cabello una boina de lana crema con unos detalles bordados que a ella le había encantado nada más verla y que, como era obvio, yo se la había comprado. Nos dábamos besos cuando nos daba la gana, yo pasaba mi brazo alrededor de su cintura para tenerla cerca mientras caminábamos por entre todas las personas que salían, en una tarde de invierno, a tomar un poco de aire fuera de sus ajetreados trabajos.
La Canon profesional que había adquirido hace una semana descansaba pendida de la correa alrededor de mi cuello y, de vez en cuando, la encendía para tomarle fotos a mi novia que con una sonrisa me pedía que la fotografiase junto a piletas, esculturas y hasta incluso un payaso que se nos acercó e hizo aparecer de la nada un pajarillo tipo origami en papel rojizo y había hecho gestos con los brazos como si volase.
Todos aquellos momentos quedaron plasmados automáticamente en nuestras mentes y en la inteligente memoria de la cámara.
Hubo un momento en el que, llegando a lo alto de un puente, logramos observar el cómo Florencia se mostraba ante nosotros haciéndonos partícipes de toda su belleza...los ojos de Helene brillaban ¿Cómo no iban a hacerlo si estaba observando a su ciudad favorita, en el día de su cumpleaños...y cumpliendo aquel hermoso sueño que sabía que ella tenía desde muy pequeña? No pude contenerme a sacarle una fotografía improvisada en la que para variar, salía hermosa. Sus ojos marrones me observaban con una cálida sonrisa, sus mejillas estaban teñidas de un tono rojizo que había adorado desde siempre.
– ¿Qué sientes?- recuerdo que me atreví a preguntarle, rompiendo aquel silencio momentáneo.
– No creo que pueda describirte alguna vez cómo me siento...-uno de mis más bonitos recuerdos fue ese momento, yo abrazándola despacio, acogiéndola en mis brazos como si ella estuviese hecha de porcelana mientras su rostro se reposaba en mi pecho. Y ella había llorado, oh sí que lo había hecho, pero su acto no me dejó ni de cerca desconcertado.
Porque yo no sabía lo que era tener que pasar por la muerte de una madre, ni tampoco el tener que mantenerte fuerte para tratar de demostrarle a tu padre que al igual que tus hermanos, puedes mantenerte fuerte. El día del funeral de la madre de Helene ella no había llorado, su mano solo me apretaba con fuerza para asegurarse de que yo no me iba a ir a ningún lado. ¿Por qué lo haría?
Estaba más que consciente que las lágrimas en esos momentos no eran solo de felicidad, pues la tristeza cuando nos embarga puede llegar a, en una milésima de segundo, traernos abajo. Así actúan nuestros sentimientos, de una forma tan caprichosa que no nos da tiempo siquiera para alertarnos y prepararnos.
–Te quiero–mis labios se habían acostumbrado ya a pronunciar aquella palabra que, si echaba a mirar hace un año y medio, me negaba a pronunciar por tratarse un sentimiento fuera del mero carnal que solo emergían los cuerpos de las mujeres para mí.
–Te quiero, y no planeo dejar de hacerlo nunca. Me tienes aquí siempre ¿vale? Yo no me voy a ir de tu lado mientras tú no lo desees. –Helene asentía con la cabeza dándome un beso suave en el mentón, sus lágrimas habían cesado de caer por sus mejillas y le di un tiempo para que lograse recuperar su respiración normal.
–Tengo una última sorpresa para el día de hoy-le había dicho componiendo una de mis mejores sonrisas y jalándola de la mano despacio puente abajo, hacia las calles y puestos de tiendas de todo tipo. –Porque tu cumpleaños aún no termina...-por supuesto que aún no había terminado. Dato importante: Helene nació a las 19:20 horas del 17 del primer mes del año, es decir aproximadamente en unos minutos se haría oficial su cumpleaños.
No le había dado tiempo ni siquiera para sorprenderse porque, dándole una ligera vuelta tomándola por hombros, la había colocado cara a cara con la entrada principal a unos jardines característicos por sus abundantes laberintos en los que a la mayoría de personas les gustaba perderse simplemente para poder disfrutar de encontrar después la salida. Mi padre nos había traído a Nathan –mi medio hermano mayor- y a mí cuando éramos pequeños hace al menos unos 12 años, pero mi memoria, como suele decir mi madre, es tan amplia que hasta ese momento recordaba la mayoría de lugares espléndidos en esos jardines.
Helene detuvo su mirada en un mapa que mostraba desde los aires todo el recinto, entonces logré atisbar aquella sonrisa traviesa en sus labios que me indicaba que tenía la misma idea que había tenido yo desde un comienzo. –Estos dos caminos llevan al mismo lugar-sus dedos se deslizaban por el vidrio que cuidaba del mapa.
-¿Jugamos? Quien llega al otro extremo primero paga los helados de vainilla.- ¿Cómo era posible que me negase a tan sola una idea de divertirnos un rato?-¡Por supuesto!-animados, nos habíamos separado y colocado frente a las respectivas entradas.
-No quiero que me dejes ganar o que me des ventaja solo porque soy yo-ella había hecho un puchero y levantado su dedo índice al aire divertida. –Y tampoco porque es mi cumpleaños.
Con una carcajada, había alzado una ceja observándola-¿Quién dijo que te dejaría ganar? ¡Nos vemos allá preciosa!-y con un guiño, había desaparecido por la entrada del camino que me correspondía. La expresión de sorpresa en el rostro de mi novia por la precipitada acción fue lo último que vi de ella.
Luego de aquella carrera, con el corazón y la respiración agitada había llegado con éxito al otro lado en donde nos esperaba una pileta en forma de león. Me pareció extraño, luego de varios segundos, que se demorase tanto porque suponía que había salido ni bien yo lo había hecho.
-¿Helene?-recuerdo que la primera vez que la llamé mi voz sonaba extrañada, pero tras llamarla dos y hasta tres veces más, el tono de mi voz había empezado a tomar un tono cada vez mayor de preocupación. Cuando me metí a su camino, mis pies por si solos aceleraron el paso impulsados por los latidos fuertes y constantes de mi corazón.
"Vamos, Hel" susurré cuando, al llegar al otro extremo, no encontré a nadie.
¿Cómo me voy a olvidar de aquella ráfaga de viento que me puso los pelos de la nuca de punta?
Esa ráfaga de aire que trajo consigo a un "algo" que chocó contra mi tobillo.
Y ahí se encontraba, el pajarillo rojo de papel que tendría que estar a salvo en el bolsillo de Helene. Pero no, ella no estaba por ningún lado.
Y hasta ahora parece ser así.
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Solo el tiempo sabe
RomanceLa frase "Solo el tiempo es capaz de ayudar y entender a un gran amor." toma más de la necesaria importancia en la vida de Jack. Luego de la desaparición de su novia dos años atrás, sus familiares tratan de convencerle de cerrar el caso y dar por mu...