4.- Desgraciados pensamientos

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Ya era el décimo vaso de whisky que Jack se llevaba a los labios cuando empezó el sonido, en toda la discoteca, de una de las canciones del momento en una rara versión de electro. Unas manos delgadas y de uñas cuidadosamente pintadas en un color rojo pasión, le tomaron las suyas jalándole ligeramente hacia el centro para bailar. No reconocía el rostro de la chica, ni siquiera sabía si es que tendría que haberlo hecho pero no le sonaba ni de la facultad ni de algún otro lugar…lo que sí sabía era que tenía un aroma de tabaco impregnado en la piel y que, cuando él empezó a besarla tras la oreja, su perfume era uno exquisito, refinado podría apostar.

Faltaron apenas un par de vasos más para que él ya no recordase el resto, salvo que salieron juntos hacia la calle y se fueron a algún otro lugar con ciertos amigos de ella, pero se les hizo muy fácil conseguirse una habitación. No, Jack no recordaba casi nada…y no fue sino hasta la mañana siguiente que pequeñas imágenes como flashes atormentaban su cabeza como si un pajarillo le estuviese castigando picoteándole el cráneo por la tremenda estupidez que acababa de cometer. 

“Bonito tatuaje, ¿Quién es Helene?” “No eres ella…” Risas, prendas fuera…palabras que él desearía no haber dicho…acciones que él desearía no haber realizado.

-Mierda, mierda-murmuraba mientras recogía sus prendas del suelo y se vestía. La chica se encontraba aún en la cama durmiendo plácidamente, así que no se dio cuenta cuando él abrió la ventana y empezó a bajar por las escaleras de fierro hacia la calle.

Jack se vio entonces en un amplio callejón que le decía que había fallado cuando tiempo atrás había dicho que se conocía Londres como la palma de su mano. Empezó a caminar apretando los puños, de vez en cuando se detenía ante los grafitis de las paredes que rezaban corazones con nombres de parejas dentro y, sin pensarlo, golpeaba estas letras con sus puños.

Para cuando llegó al metro, tenía los nudillos rojos y un par de ellos ya habían empezado a sangrar para su desgracia. No se molestó en sentarse, podría haber caminado hacia casa como a él le gustaba hacerlo, pero tenía miedo de encontrarse con alguien de su desagrado en la calle y volarle los dientes de un solo golpe. 

Se sintió entonces contaminado por aquellas miradas por encima del hombro de mujeres mayores que se alejaron un poco en cuanto le vieron entrar. Tras esas ojeras, esas ropas sucias y el cabello revuelto jamás reconocerían al chico que había salido por casi un mes en las noticias hace dos años.

Se bajó en la parada menos lejana a la casa de sus padres haciéndose espacio entre el grupo de gente que se precipitó en cuanto las puertas se abrieron. Caminó por las calles sin dirigirle la mirada a nadie, ni siquiera le dijo un “gracias” al portero en cuando las rejas de la residencial se abrieron para que él pudiese pasar.

Pasó unas cuatro casas más y a la quinta, subió los escalones de mármol. Tocó el timbre una vez, pero no respondieron. Dos, tres…y el rostro de su madre agitado por la carrera apareció tras la puerta de madera de finos acabados. Los ojos azules de ella se fijaron en los de su hijo, y entonces supo que nada andaba bien, porque casi siempre acertaba al suponer algo con tan sólo fijarse en el brillo de la mirada de su hijo.

Jack tenía la mirada perdida en el fuego de la chimenea, su madre bajó del segundo piso con una manta, la cual se apresuró a colocar sobre los hombros del rubio en cuanto éste empezó a toser con fuerza. -6° fuera… ¿Cómo has podido venir caminando así…?-no le reñía, pero se sorprendía de tal descuido  por parte de su hijo.

-Anoche estuve en una fiesta-murmuró Jack cubriéndose un poco más con la manta-Desperté…con una chica-avergonzado, alargó su mano a la taza de té y canela que le había preparado su madre rato atrás. El calor de la bebida le hizo sentir como en el cielo por unos segundos, pero cuando volvió a mirar a su madre la vio buscándole con la mirada. –Que no conozco…

Solo el tiempo sabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora