2. Recordar No Siempre Es Posible.

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El frío me hace temblar, tengo los dedos helados y mis músculos duelen gracias a la nieve sobre la que estoy acostada.

No sé qué hago aquí, pero en noches como estas, cuando pierdo el control, amanezco en lugares donde no me esperaría.

Veo una sombra por el rabillo del ojo y el miedo comienza a correr por todo mi cuerpo. Escucho unos pasos que vienen de un árbol cercano hacia mí y me estremezco al darme cuenta de que cualquiera que éste allí no quiere que lo vea.

Me pongo de pie y camino hasta el lugar donde escuché los pasos.
Escucho la nieve crujir, pero esta vez el sonido viene de la dirección opuesta.

¿Qué clase de juego es este?

—¿Quién eres?

Posiblemente no es lo más lógico preguntarle eso a alguien que se está escondiendo, pero el miedo me ha vuelto demasiado estúpida.

Me muevo sigilosamente, pero me detengo al instante; quienquiera que sea ya me ha visto, lo cual me pone en desventaja porque yo solo he escuchado algunos de sus pasos.

Me oculto tras el árbol junto a mí, para mi suerte es tan grueso que cubre todo mi cuerpo de la vista de alguien desde el lado opuesto.

Me quedo allí unos segundos y luego de que todo vuelva al silencio en el que estaba, trato de convencerme de que mi mente me está jugando una mala pasada.

Me relajo de nuevo y me siento. Aunque la nieve no es muy cómoda es lo único que tengo por ahora.

Siento un fuerte golpe en la espalda que me deja sin aire. Mi cuerpo cae boca abajo sobre la nieve que me quema el rostro e intento levantarme; sin embargo, alguien me sujeta por los brazos y hace que mi cara se vuelva a enterrar en la nieve.
Siento como desliza una soga por mis muñecas para amarrarlas.

—¡Suéltame!— intento gritar, pero lo único que consigo es tragar nieve. Forcejeo, aunque es inútil considerando que estoy sometida bajo su fuerza.
Siento un golpe en la nuca y luego todo se vuelve oscuro.

Mi cara está empapada de sudor y veo que el sol ya ha salido, por lo que caigo en cuenta de que estoy en mi cama y no en un lugar cubierto de nieve.

Me despierto más tarde de lo que debería.

Hace aproximadamente dos meses, me dijeron que comenzaría a recibir clases. Me aterraba la idea de llegar a un instituto, lleno de gente desconocida que no pudiera hacer otra cosa más que hacer preguntas que no puedo responder. Por suerte, Christina ya lo tenía previsto, así que contrató a una institutriz llamada Amanda. Creí que una de las ventajas de estudiar en casa sería no tener que despertar temprano, aunque Cristina parece no querer perderse la oportunidad de molestarme, ya que debo recibir mis clases en la mañana.

Cierro los ojos con fuerza antes de despertarme del todo y ponerme de pie para ir a cepillarme los dientes.

Bajo las gradas corriendo, mientras veo como Cristina cocina algo que no puedo distinguir.

—Buenos días— saludo.

Cristina parece cansada, aunque después del drama de anoche hasta yo lo estoy. Esboza una sonrisa y me sirve el desayuno.

Supongo que será una comida silenciosa.

—¡Date prisa!

Cristina ha estado gritando que me apure desde hace media hora y lo cierto es que ni siquiera he estado haciendo nada. Simplemente no me apetece bajar para estudiar algo que no comprendo. Debería decir que una materia en especial se me dificulta, pero la realidad es que no logro entender ninguna. Cristina siempre dice que las entenderé cuando en realidad me esfuerce, pero eso ya lo he hecho antes y no da resultado. Aunque todos me tienen paciencia, supongo que es una ventaja de no recordar nada.

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⏰ Última actualización: Aug 10, 2019 ⏰

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