Capítulo I - Apertura

36 3 2
                                    



-¡Se ha abierto el camino! ¡Ihundar y su tropa han abierto la puerta!

Eran noticias insólitas. La puerta había estado siempre cerrada, siendo el centro de numerosas leyendas. Hubo quien imaginó que escondía un tesoro inconmensurable, tan grande como que cien pueblos pudieran aprovecharlas durante cien generaciones. También hubo quien pensó que tras ella se hallaba un monstruo terrorífico y que, al abrirla, se comería el mundo. Ninguna, por supuesto, tenía base en la realidad; todo estaba basado en la imaginación. Lo que realmente se hallaba tras la puerta era algo completamente distinto, aunque era de esperar.

-¡La han abierto! -siguió vociferando el trovador mientras corría a través de las calles de la ciudad.

-¿Vendrá el monstruo a comernos, papá? -preguntó una niña a su padre, sin que este tuviese forma de responder.

Las leyendas habían calado hondo en la cultura de la gente. Realmente pensaban que la puerta estaba cerrada por algo y que, al abrirla, se desataría el caos. Esto provocó que, durante mucho tiempo, aquellos que intentaran abrirla o siquiera se interesaran por ella fueran mal vistos por la sociedad. Vagabundos, ladrones o locos, nadie que lo intentara se escapaba de una de las definiciones.

-¿Eh? -murmuró alguien que se acababa de despertar.

-¡La puerta está abierta! -la voz comenzaba a flaquear mientras se atenuaba con la lejanía.

-Eh... ¡¿EH?! ¡¿CÓMO QUE ESTÁ ABIERTA?! ¡¿LA HAN ABIERTO SIN MÍ?!

Tras darse cuenta, fue a levantarse rápidamente y se dio de cabeza contra el techo -ventajas de dormir en la cama alta de una litera-. Cuando fue a bajar, dio un traspié y cayó de bruces contra el suelo, "durmiéndose" así por un rato más.

-Eh, Ihundar, ¿qué hacemos ahora? -preguntó Julia, la mano derecha del capitán.

-Sinceramente, Julia, no tengo ni idea de qué hacer ahora. ¿Tenemos antorchas? -dijo Ihundar, mirando a un joven vestido con una túnica marrón desgastada, con el pelo largo y desgreñado.

-Quien se encarga de tenerlo todo preparado es Basil, no yo -respondió el joven, tajante.

-¡Maldita sea! ¡Me niego a depender de ese imbécil para entrar! ¡Polen, ve al pueblo a conseguirnos antorchas! -señaló a una joven vestida con oscuros ropajes que, de haber sido cuidados, seguirían deslumbrando a quien los viera. Sus ojos eran claros, del color de los árboles, su pelo del mismo tono, recortado "a lo chico" para tratar de esconder su condición femenina. Para un desconocido, la mezcla entre sus ropajes, su pelo y la forma de su rostro la habrían hecho pasar completamente por un hombre joven.

-No tenemos dinero, señor -fue su única respuesta.

-¿Me estás diciendo que acabamos de hacer algo que durante siglos ha parecido imposible y no tenemos siquiera lo básico para poder seguir avanzando?

-... exactamente, señor.

Ihundar trató de relajarse durante un minuto, sin resultados. Decidió sentarse, apoyado en la pared de roca tallada de la extraña edificación que habían logrado abrir. Curiosamente, sin que nadie nunca se halla acercado a ella, ni siquiera para limpiarla, se mantenía impoluta y brillante en su plenitud. A nadie parecía importarle lo más mínimo.

-... le esperaremos -suspiró Ihundar entre dientes.

Basil despertó de nuevo, con un tremendo dolor de cabeza y espalda. Se incorporó, no sin dificultad. Trató de mantener el equilibrio, tampoco sin dificultad, tras lo cual salió de la estrecha habitación en busca del baño. Hizo lo que sentía la necesidad que hacer y, mientras se lavaba la cara...

-¡Han abierto la puerta!

Salió corriendo del baño en busca de sus cosas: cuerdas, palos de antorcha, tela, algo de brea y un par de cerillas que logró robar en la taberna a costa de un mechón de pelo que se despegó de su cabeza a causa de un cuchillo lanzado con bastante precisión -aunque no la suficiente-... todas esas cosas que un aventurero podría necesitar en sus aventuras.

Eso era lo que Basil quería creer que era: un aventurero. Siempre preparado para todo. Sin embargo, generalmente, lo que hacía era llevar su enorme mochila repleta de cosas que luego no le iban a servir más que de lastre. Más de una vez, cuando el grupo daba algún golpe para conseguir comida o algún capricho, era a él al que pillaban y sometían a castigo -físico, se entiende-. Con algo de suerte, sólo le quitaban alguna pequeña cosa como compensación, de entre todas las cosas que habían en su mochila. Nada les parecía importante o necesario, así que, para su suerte, no lo tocaban.

Al salir de la casucha se topó con alguien conocido, alguien especial. Su vestido, impoluto, le daba aires de nobleza que, junto con su cabello rubio trenzado y su porte firme, aseguraba su condición de noble.

-Te han vuelto a dejar atrás, ¿verdad? -pronunció una voz femenina, armoniosa. Sus labios se torcieron en una sonrisa sarcástica.

-¡Kiara! ¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos abierto la puerta!

-No te equivoques: lo han conseguido. ¿Dónde estabas tú cuando la puerta se ha abierto?

-¡Eso no importa! ¡Somos un equipo! Estoy seguro de que me están esperando en la entrada...

-¡Tonto! ¿Cómo van a estar esperándote? Te han dejado aquí y se han ido, han conseguido lo que proponían y ahora pueden estar disfrutando de SU tesoro sin ti. ¿De verdad crees que van a dejarte algo? ¿De verdad crees que te necesitan?

Basil se puso firme y la miró a los ojos. Su mirada estaba llena de malicia. Quería hacerle daño y él lo sabía.

-Y dime, seguro que tú tienes algo mejor que hacer para mí que ir a comprobar que lo que dices es cierto.

-¡Por supuesto! Sé que lo que digo es cierto, y por eso te lo vuelvo a proponer: vuelve a casa. Mamá, papá, están todos muy preocupados por ti. Queremos que vuelvas, Basil, queremos lo mejor para ti -su mirada estaba ahora llena de cariño, al igual que sus palabras.

-¿Pensábais todos eso cuando me encerrábais en mi habitación sin libros, sin juguetes, sin absolutamente nada para intentar quitarme mis sueños y mis esperanzas? ¿Lo pensábais cuando me mirábais con indiferencia porque me interesaba más aprender a valerme por mí mismo que a luchar o a hacer lo mismo que papá? ¡Yo no quiero hacer lo mismo que él, ni que nadie! ¡Quiero descubrir, quiero aprender! ¡Quiero vivir! ¡Y vosotros siempre me lo habéis intentado impedir! ¡Aparta de mi camino!

Basil salió corriendo apartando de un empujón a Kiara, lo que la hizo perder el equilibrio y caer, manchando así su antes impoluto vestido.

-Ese maldito crío...

-No te preocupes, Kiara. Volverá -dijo una voz grave a su espalda.

-Pero... ¿y si no lo hace?

-Entonces todos estos siglos no habrán valido la pena.

-Papá... ¿por qué tenía que ser él y no yo?

-Te lo contaré cuando volvamos a casa, cariño. Tenemos que lavar ese vestido y curar ese rasguño en tu brazo.

-Basil...

Basil, por favor, vuelve sano y salvo -pensó Benjamin Derena, padre de Basil Derena-. Te estaremos esperando.

Basil Derena - FortalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora