A medida que bajaban los escalones del metro Dalia sentía cómo el corazón le trepaba por la garganta, quedándose a descansar a la entrada de su boca, latiend con fuerza, bobeando puro terror por sus venas.
¿Qué debía esperarse? ¿Ese tipo realmente les ayudaría? ¿Le dejaría a su suerte con un completo desconocido? ¿Podía realmente confiar en Klaus?
Demasiadas preguntas, ni una respuesta y muy largos se estaban haciendo esos segundos.
Llegaron a la planta baja tras unos momentos que parecían ser tan largos como horas, y Klaus se detuvo a esperarla.
—¿Lista?
Ella asintió ligeramente, tragando saliva.
—De acuerdo, vamos. Sergey está al final de la estación con el resto.
Se le hizo un nudo en la garganta y el sudor frío se le clavaba en las sienes como una corona de espinas, creía que se iba a desmayar.
Iban avanzando por las penumbras de la estación, tan sólo iluminada por un par de fluorescentes que hacían un suave ruido al brillar y que parpadeaban, en sus últimas.
Klaus levantó la voz:
—¿Sergey? ¿Hola? ¿Estáis aquí?
Nada, sólo se escuchaba el ruido de las luces. Volvió a gritar.
—¡Esto no es gracioso, tio! ¿Podéis hacer el favor de...?
Se oyó un golpe seco y las luces se apagaron. Dalia se agarró al brazo de Klaus, al borde del ataque de ansiedad. No se oía absolutamente nada. Uno, dos, tres... el segundero del reloj del joven alemán se escuchaba en la oscuridad. Casi se podían escuchar los latidos de la chica que estaba temblando a su lado.
Una fría respiración le acarició el cuello.
Se giró e iba a gritar cuando una mano completamente blanca le tapó la boca al tiempo que una voz escalofriantemente fría dejaba escapar un susurro.
—Deja de gritar, están aquí. Y no quieres ver que pueden hacer contigo si te escuchan. Síguenos, por aquí.
Dalia miró con auténtico terror a Klaus como preguntando si era el muchacho al que estaban buscando. Él asintió. Sergey, que aún no había ni dejado ver su rostro, retiró su mano del rostro de Klaus y avanzó por delante de ellos. Dalia apenas distinguía la silueta del joven en la oscuridad, pero era alto, bastante alto, y se movía con elegancia como un gato en la oscuridad, sin hacer un ruido. Klaus tiró de ella para que le siguiera, y caminaron tras él. Podía percibir otras presencias como sombras moviéndose a su alrededor, ¿no estaban solos? Caminaron hasta el final de la estación y el misterioso joven abrió una puerta a lo que antes debió de ser el cuarto de seguridad y prendió la luz. Estaban sólo los tres, entonces... ¿quién les estaba siguiendo? Dalia quiso apartar las posibilidades de su cabeza y levantó por primera vez la cabeza en todo este rato para mirar a Sergey de arriba a abajo.
Medía un poco más que Klaus, aunque se le notaba más joven, de su edad, o un poco mayor. Tenía la piel más blanca que había visto jamás, un rostro con los rasgos marcados y salpicado por pecas bajos los ojos, sin apenas expresividad y de un color azul hielo, casi tan frío como su mirada e invadidos por mechones de negros de pelo, largo y liso. Llevaba una sudadera gris y unos vaqueros negros. Era realmente guapo, y no se quedaba corto al lado de Klaus. Él la analizó con los ojos, y le dedicó una mirada interrogante al alemán.
—Se llama Dalia. La he encontrado de camino y no podía dejarla ahí tirada para que muriese a su suerte.
Asintió, sin articular palabra, qué chico más frío.
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Proyecto X: El principio del fin
Ficción GeneralDalia ha llevado siempre una vida rodada, muy fácil, nunca ha tenido que luchar demasiado por lo que quería ni ha tenido dificultades a la hora de llevar a cabo sus metas. Pero dime tú, siendo una niña mimada y creída que poco le ha faltado en la vi...