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Observaba detenidamente el paisaje a través de la ventanilla del coche con los audífonos puestos y el volumen de la música al máximo. Llevábamos horas viajando. Mamá estiró el brazo hacia atrás y movió mi rodilla con suavidad. Me quité uno de los audífonos y la miré.

—Casa nueva, vida nueva, amigos nuevos... ¿no es emocionante?

—Claro, supongo —dije mascando chicle y luego haciendo una pompa.

Me mostraba indiferente pero la verdad es que estaba emocionada. Mudarme, a diferencia de mucha otra gente, era algo que sí me gustaba. Vivir en la misma casa, en la misma ciudad y con la misma gente durante años y años me aburría. Por eso cuando recibí la noticia de que nos iríamos a vivir a Los Ángeles no pude alegrarme más.

—Yo si estoy emocionada mamá, odiaba nuestra antigua casa —intervino Carol, mi hermana.

Carol era dos años menor que yo, aunque aparentaba tener más. La gente siempre pensaba que ella era la mayor y tenía sentido porque era bastante alta y estaba bien desarrollada. Aunque mentalmente parecía que tenía diez años.

—¿Qué tenía de malo? —papá la miró a través del espejo retrovisor con una sonrisa.

—¿Estás de broma? Era un cuchitril, ni siquiera era de dos plantas. Espero que esta sea enorme para organizar fiestas e invitar a los amigos que hagamos —me miró con una leve sonrisa socarrona y con voz baja añadió—: ¿Con qué bichos raros te juntarás este año?

—¿Qué personalidad adaptarás esta vez para intentar encajar?

—Al menos yo tengo novio —replicó frunciendo los labios.

—Sí, y es imaginario, como tu cerebro —me burlé.

—¡Mamá! —lloriqueó y yo reí.

—Chicas parad, quedamos en que ibais a intentar llevaros mejor.

—Ha empezado ella —me culpó rápidamente—. Siempre empieza ella.

—Deberíamos haberte cambiado a ti en vez de a la casa —murmuré volviendo la vista al paisaje.

Apoyé la cabeza en la ventanilla y cerré los ojos cuando los párpados empezaron a pesarme. Habíamos dejado Boston hace casi dos días y llevábamos en la carretera desde entonces, salvo por la noche, que paramos en un motel para descansar. Como a mamá le daba pánico volar la opción de coger un avión quedó descartada y de Boston a California había unas 43 horas; demasiadas horas para ir en autobús. Por lo tanto no nos quedó otra que viajar en coche.

—Mel, Melissa, despierta hija. Hemos llegado —me despertó mamá. No recordaba cuando me había quedado dormida.

Cuando papá terminó de aparcar abrí la puerta y antes de bajar agarré a Kira, nuestra perra. Al ver la casa me quedé boquiabierta. Decir que era enorme se quedaba corto. Era de ladrillo y estaba llena de ventanas. Además tenía un jardín inmenso aunque estaba muy descuidado. Desprendía misterio por los cuatro costados. Era aterradora y eso la hacía más perfecta aún.

—Me encanta —dijo papá—. ¿A vosotras no? Es mejor de lo que parecía en Internet.

—Es genial —concordé con él.

Llamamos al timbre y la puerta principal se abrió dando paso a una mujer sonriente que debía ser la agente inmobiliaria.

—Bienvenidos, soy Marcy y ustedes deben ser la familia Payton, ¿verdad?

—Así es —respondió mi padre estrechándole la mano—. Yo soy Robert, ella es mi mujer Anne y éstas son mis preciosas hijas Carol y Melissa.

DESTRUCTION [Tate Langdon] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora