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Lo miré perpleja y por instinto fui a cerrar la puerta con seguro por si alguien venía.

—¿Cómo demonios has entrado? No puedes estar aquí.

Intentaba no hablar alto pero me sentía demasiado alterada como para controlar mi tono de voz.

—Lo sé, por eso he tenido cuidado de que nadie me viera.

—Pues buen trabajo, lo has conseguido. Y ahora ignoraré el escalofriante hecho de que puedes colarte en mi casa con la habilidad de un ninja —dije provocando que él sonriera—, y voy a preguntarte, ¿por qué has venido?

—Quería conocerte y de noche es el único momento seguro en el que puedo hacerlo. Me gustaría haber aparecido antes pero no tuve ocasión.

—¿Melissa?

La voz de mi padre me sobresaltó. Intentó entrar a mi cuarto pero por suerte antes había puesto el seguro en la puerta así que sólo se limitó a llamar.

—¿Va todo bien? ¿Con quién estás hablando?

Tate me miró de reojo sin alarmarse lo más mínimo, esperando mi reacción.

—Con nadie, estoy leyendo en voz alta —mentí y crucé los dedos esperando que me creyera.

—Pues lee más bajo, se te escucha desde abajo.

—Vale papá.

—No te acuestes muy tarde que mañana tienes instituto. Hasta mañana.

Di un suspiro de alivio cuando oí sus pasos bajando las escaleras.

—Gracias por no delatarme. Soy Tate Langdon.

—Melissa Payton.

Después de presentarme fui a sentarme en mi cama, con los pies estirados sobre el colchón y la espalda apoyada en el cabecero de madera. Masajeé mis sienes intentando asimilar lo que estaba ocurriendo.

—Tu padre es guay —dijo Tate mientras guardaba las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Sí, tan guay como un pañuelo usado —rodé de los ojos—. ¿Cuánto rato llevas aquí? ¿Y dónde estabas escondido?

—No creo que eso tenga importancia —se encogió de hombros y se sentó a mi lado.

—Sí que la tiene. ¿Eres tú el que ha abierto mis cajones?

—No —negó, y cambió de tema—. ¿Tu hermana no nos oirá hablar? Su habitación está al lado, ¿verdad?

—Sí —me extrañé de que supiera eso—, pero se duerme siempre a las once y además usa tapones para los oídos.

Tate asintió ante la información que le proporcioné, y tras unos segundos en silencio, decidió romper el hielo.

—Dime, ¿qué hace una chica como tú en Los Ángeles?

—¿Una chica como yo? ¿A qué te refieres? —lo miré alzando una ceja.

—A que no tienes el aspecto de la gente de aquí. Ya sabes...

—Oye que tú tampoco eres un surfista cachas y bronceado —reproché y los dos comenzamos a reír—. Pero tienes razón, Los Ángeles no sería el destino que yo hubiera elegido para vivir. Prefiero los climas lluviosos y donde haya mucha naturaleza.

—A mí me encanta el otoño.

—A mí también —sonreí.

Tate se levantó de la cama y les echó un vistazo a los libros que tenía en la estantería.

DESTRUCTION [Tate Langdon] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora