Prologo

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Sostenía con fuerza mi taza de café, sintiendo el sabor a cafeína bajar por mi garganta y el humo pasear por mi vista. Lograba sentir el olor a moho en el lugar, estaba un poco asqueada y revolucionada. Me sentía hueca como siempre, desde que tengo memoria soy esa chica sin emoción.

Ahora observe con detenimiento el pecho de Sahara, ella estaba en su silla de ruedas mientras me miraba preocupada. Se veía algo alterada como de costumbre, el cigarro que tenía entre sus dedos temblaba al compás que su respiración lenta y refriada.

-Tengo frio- susurro apenas audible, su mirada cansada estaba puesta sobre mí, a su lado descansaba una parte de lo que fue su desayuno. Estaba más delgada de lo normal, sus orbitas estaban al tope, sus dientes amarillentos me hicieron hacer una mueca de disgusto.

Mi cuerpo se recostó del sillón de metal que descansaba en la habitación.

-No me importa- conteste en tono neutro, ahora apretaba menos la taza, me sentía mejor con el café en mi organismo. Una maña que se volvía más excitante conforme pasaban los días. Estaba atada a ella sin que me lo recordara, apreté mi boca sin decir una palabra, estuve a punto de tomar el café y lanzarlo por su rostro envejecido con el tiempo, algunas canas se asomaban en su cabello.

-Debería- hablo esta vez intentando traerme a la realidad.

Sonreí mostrando mis dientes perfectamente blancos. Sostuve la taza del mango y le observe sin expresión, nuevamente tome otro sorbo y le estudie tratando de encontrar algún remordimiento en mi cuerpo, intentando palpar alguna disculpa proveniente de mi ahuecada cabeza.

-Lamentablemente, no- me moví, otra vez sintiéndome asqueada, envuelta en la frialdad de la mañana, a pesar que habida una ventana donde se podía ver el cielo gris no había ninguna diferencia en mi organismo. Desde los dos años de edad aprendí que yo soy una chica que no siente por más que lo intente, no me inmutaba en lo absoluto, no pensaba esperar un acto milagroso para poder cambiar mi punto de vista, cruel y sin remedio. Todo sería en vano si me intentas cambiar, mucho peor si intentas cambiar lo que ya fue marcado y pagado.

Apreté mi mandíbula al ver una risa sin gracia salir de sus labios.

-¡Deberías!- volvió a decir envuelta en una ira que no me tocaba. Alce una ceja expectante, tome otro sorbo de café mientras observaba lo que no me daba remordimiento de conciencia. - ¡Deberías preocuparte por mí! ¡¿Sabes quién te creo?! ¡Vete! ¡Deberías morirte! ¡Nunca debí haberte creado!- exclamo soltando una calada de cigarrillo.

Fruncí mi nariz.

-Lo has hecho- Mi voz ronca revoto en las paredes grisáceas.

-Soy a la que llamaste madre, ¡La que se encargó de ti! ¡Tú me has dejado donde estoy!- Sahara volvió a mirarme exasperada. - ¿Acaso no te importa?- volvió a repetir, esta vez con toda la atención puesta en mí.

-Claro que me importa- Mentí con descaro, tome otro sorbo de café y el sabor amargo me recibió como mejores amigos, de hace un tiempo me adaptaba al mal humor de Sahara, y sus exigencias sin ninguna respuestas.

-Como si eso fuera posible- susurro lanzando lo que quedaba de su cigarrillo.

Como si eso fuera posible.

Es cierto. Sus palabras me dejaron con el habitual hueco en mi estómago, del cual estaba acostumbrada a diario. Mientras miraba la pared grisácea de mi habitación, mientras me duchaba, mientras miraba a los doctores tomarme con fuerza, mientras buscaba un sentimiento oculto que nunca había sido encontrado. No había nada en mi interior. No podría volver a sentir. Una parte optimista que había creado mi lado cruel, mi lado realista y burlón, que me decía lo estúpido que era.

Puedes sentir si lo intentas una vez más, susurro mi mente.

Como siempre hacia, una risa hueca y fría salió por mis labios secos, me reía de mi mente. De lo cruel e inestable que era conmigo misma.

-Como si eso fuera posible- musite.

VaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora