III. La oscuridad.

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Entre las palmas de mis manos está,
sin permiso a escapar.
La silueta de su cuerpo traficaba
los estremecimientos que ella guardaba.
La oscuridad de la madrugada fue el testigo
de sus tenues gemidos.
Ella fue mi placentero jaque
y yo su mate.
La colisión de nuestros alientos
fue el vivo ejemplo de lo que es nuestro.
Nuestro, sin el permiso de un tercero.  



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