El viaje en coche había sido muy largo. Mara ya se había despertado hacía rato. Estaba mareada, tenía ganas de vomitar. No se sentía nada bien; el coche vibraba mucho y además estaba muy nerviosa. Todo iba a ser tan diferente que el mundo se le echaba encima. Así como antes todo era pequeño, ahora todo se le hacía muy grande: Las señales, las rocas, los caminos, los pájaros. Todo era tan distinto que lo único que le venía a la cabeza era el miedo. Además, la carretera, aún por encima, no era habitual: Era de tierra, con demasiadas curvas, baches, piedras y arena. ¿Qué clase de sitio era ese? Mara no podía entender nada. ¿No se suponía que iba a ser un sitio precioso, lindo, lleno de animales y colorido? Aquello no lo parecía en absoluto. Pensando en todo aquello, entró nuevamente en un bloqueo mental. Ya iban dos veces en el mismo día.
Mara dejó de atender a su entorno, dejando su mente en blanco y poniendo la mirada perdida. Había perdido toda fe, y pensó que todo aquello que le había dicho su padre era solamente un juego para marcharse sin rechistar. Todavía más bloqueo mental. Daniela sabía de sobra qué mirada era aquella; Hugo la ponía constantemente cuando algo no iba bien. No sabía si decirle algo, si dejarla tranquila o lanzarle un beso, como tanto le gustaba cuando se enfadaba con mimos. Pero ahora Daniela no estaba tan segura de si realmente Mara se había enfadado de verdad, porque jamás se había comportado así, tan distante, tan fría, tan lejana. Tan sólo tenía 6 años, ¿cómo iba a pensar su madre que se comportaría ya así?
Tanto Hugo como Mara eran demasiado impredecibles, no había ninguna pista a la hora de interactuar con ellos. ¿Cuál era la mejor opción? Quizá todo lo que hiciese Daniela en aquel momento estuviese mal, o quizá no y sólo tenía que acertar.
- ¿Cariño, qué ocurre? -Daniela sonó a lo más gentil que podía conocer.
- ¡Sois malos! ¡Mentirosos! Me dijisteis que íbamos a un sitio muy chuli, y sólo estamos en un sitio feísimo, aburrido, asqueroso, ¡y huele muy mal! -Mara estaba muy enfadada. Enfadadísima.
- Mara, todavía no hemos llegado. ¿Cómo sabes si es feo o chulo si todavía no lo has visto? -Mara soltó un gruñido adorable cuando su madre le replicó que estaba siendo demasiado impaciente.- Relájate, yo ya te avisaré cuando lleguemos. ¿Vale? -Pero no sirvió de nada.
Mara empezó a gritar, estaba fuera de sí. Tenían que salir del coche, o los oídos les iban a estallar. En cuanto salieron, Mara empezó a llorar. Empezó a llorar porque echaba de menos a sus amigos. Su parque. La señora del quiosco, con sus respectivas chuches y golosinas. Su ventana redondeada que le permitía ver su pequeño mundo. Su cama con dosel. Su techo pintado con las constelaciones más bonitas que había visto nunca. Todos sus dibujos colgados de la pared. Los ruidos de los coches, los chillidos de los demás niños y los pájaros anidando en los árboles más cercanos. Las hojas volando entre los edificios, el ruido de la lluvia y del viento chocando contra las ventanas. Lloró y lloró, hasta que no pudo más. Todo lo que no había llorado antes, lo soltó ahora.
A Daniela se le rompió el alma. Jamás había visto a su hija en tal estado de ansiedad, de angustia y opresión. Por un momento pensaba que se iba a desmayar. ¿Había sido tan egoísta de no consultar el viaje con su hija? No, no, no. Eso no podía ser. Sí o sí se tenían que ir, papá no tenía trabajo. Además, ella hacía meses que no vendía ni un sólo mísero cuadro o retrato. Se estaban quedando sin dinero, por mucho que eso le pesase a su pequeña, dulce y frágil flor. Pero hoy, la florecilla a la que estaban acostumbrados a ver, se marchitó. Se marchitó hasta tal punto que sus mejillas ya no eran rosadas; sus ojos verdes ya no eran tan brillantes y su pelo negro ya no era tan profundo como el océano. Estaba apagada. Desilusionada.
Lo único que Daniela supo, pudo y quiso con locura hacer fue darle un abrazo. Un abrazo de consuelo, de perdón, de arrepentimiento. Porque Mara jamás tuvo la culpa ni la responsabilidad de esto, ni tenía por qué estar aguantando, ni menos viviendo, esa situación tan forzada, aleatoria y demasiado rápida. Tan solo una semana tuvo Mara para asimilar que toda su vida cambiaría por completo. Que no volvería a ver nunca más a sus amigos, probablemente, ni tendría tablet, ni Internet, ni los vídeos tan graciosos de Peppa Pig en YouTube. Que ya no disfrutaría de su ventana redondeada, ni volvería al mismo cole. Eso, para una niña de 6 años, era demasiado. Demasiado, porque, para un niño, el mundo es muy pequeño y constante. Todo lo contrario de lo que estaba viviendo ahora. Para Mara, ahora, su mundo era una montaña rusa. Una montaña rusa llena de decepciones.
- Cariño, mi vida, mi sol y mis estrellas.- Su padre trató de ser lo más delicado y tierno del mundo, porque lo que Mara necesitaba ahora era calor y comprensión.- Todo saldrá bien. Confía en mí. Ni mamá ni yo te llevaríamos a un sitio donde no fueses feliz. ¿Cómo íbamos a ser nosotros felices si tú no lo fueras? Para nosotros la persona más importante eres tú. Por eso nunca querríamos hacerte daño. Y por eso hoy estás aquí. Porque ni mamá ni papá tienen dinero, y antes de que no puedas comer, vestirte o comprar todos los juguetes que quisieras, prefieren pedirle ayuda a los abuelos. Todavía no los conoces, ni ellos tampoco a ti, pero te encantarán. Te querrán, te arroparán y te contarán historias. Igual que papá y mamá lo hacían en la ciudad, pero en otro lugar.
Daniela se quedó sin decir palabra, porque no había más que decir. La pura realidad en una sola intervención. No tenían dinero, ni valor. Estaban tan asustados como Mara, perdidos y desamparados. Buscaban la ayuda de los padres de Hugo, aquellos a los que él mismo abandonó por miedo, por miedo a volver y encararse a su padre, por no querer sincerarse. Tan necesitados se sentían que lo único que deseaban era sentirse arropados por su familia, por extraña y lejana que ésta pareciese. Por eso no podían enfadarse con Mara, porque estaba experimentando la misma desesperación que llevaban ellos en su interior, en silencio, para darle a su hija la fuerza que necesitaba para seguir adelante.
Los tres se quedaron durante más de media hora abrazados. Y cuando Mara se pudo relajar, comenzó a dormirse de nuevo en los brazos de su padre. Estaba terriblemente agotada. Hugo la metió en su sillita, la abrochó con dulzura, le dio un beso, colocó a su peluche Dumpi en sus bracitos y, delicadamente, cerró su puerta. Al girarse sobre sí mismo para retroceder y acceder a su sitio, Daniela lo interceptó y lo besó con ternura, lo abrazó y le agradeció todo lo que estaba haciendo por ella y por su hija. Hugo soltó una lágrima fugaz y volátil cuando se vio elogiado por primera vez en tantos meses. Se estaba sintiendo, por primera vez en tanto tiempo, fuerte, útil y valiente. No podía amar más a su mujer, porque, para él, ella lo era todo.
Empezaba a refrescar y a esconderse el sol, y se habían retrasado. Pero no importaba, porque lo que era primordial en ese momento era Mara y su felicidad. Daniela y Hugo subieron de nuevo al coche y continuaron lo que les quedaba de viaje. Les esperaba una gran aventura.
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Mi amiga Lola
General FictionMara es una niña que vive en una ciudad, como la mayoría de los niños. Lo que no sabe es que se va a mudar al pueblo donde crecieron sus padres, un lugar totalmente distinto, sin edificios altos, ni cine, ni centros comerciales... Además tendrá que...