Era prácticamente de noche. Hugo prefirió ir despacio para que Mara no volviera a despertarse. Estaba agotado por conducir durante tanto tiempo, necesitaba dormir. Daniela tenía mucha hambre, hacía horas que no comían nada. Cuando llegaron, casi no había luz. Sólo el hilo de luz que se veía desde las ventanas. Por el resto, todo estaba oscuro. Se oían los búhos, los grillos, el arroyo y la brisa nocturna. De fondo podían oírse las vacas, los cerdos y las gallinas.
Los abuelos tenían una pequeña granja con la que sacaban provecho y dinero. Las vacas con su leche, las gallinas con sus huevos y los cerdos con su carne. También tenían un huerto enorme, con lechugas, tomates, patatas, berenjenas, calabazas y calabacines. Aunque los abuelos comieran muchas hortalizas y verduras, no consumían todo lo que producían. Lo que les sobraba, se lo daban a los animales y lo regalaban a quienes más lo necesitaran. A los abuelos les encantaba ayudar, colaborar y ser solidarios. Se criaron en ese mismo pueblo, donde todos los propietarios de esas cuatro o cinco casas que los rodeaban se conocían, como si fueran una gran familia.
Mara no sabía nada de esto todavía, pero Daniela estaba segura de que le iba a encantar. Se lo iba a pasar genial con las vacas, con los cerditos y con las gallinas. Aprendería a cuidar del huerto y a reconocer muchas verduras y hortalizas distintas, cosa que, por el momento, la haría destacar entre todos los demás niños de la ciudad. A Daniela le reconfortaba pensar en ello. No se sentía tan culpable, tan dolida por llevarla hasta allí. Sabía que aprendería muchísimo, que valoraría las cosas desde una perspectiva diferente y que iba a llevarse un recuerdo y una experiencia vital muy importante. Probablemente se enfadaría mucho al principio, pero es normal. Daniela comprendía que todavía era muy niña. Lo suficientemente mayor para aprender de todo, mejorar sus habilidades y desarrollar su inteligencia, pero lo suficientemente pequeña para no entender las cosas emocional, moral y objetivamente. Sólo las entendería tal y como las vería y sentiría, sin saber valorar todas las perspectivas y visiones distintas de la situación. Un complejísimo trabajo que como madre debería ejercer, y su padre, y sus abuelos también. Enseñarle la parte más delicada y a la vez más importante de la vida: La autocrítica, la perspectiva analítica y la correcta relación entre la objetividad y la subjetividad como apoyo emocional.
Mientras Daniela pensaba en todo aquello, Hugo avisó a sus padres, los saludó y les contó con más calma -porque por teléfono uno no se entiende muy bien- todo lo que les había ocurrido. Que ninguno tenía trabajo, que el dinero se les acababa y que en poco tiempo no tendrían dónde vivir.
- ¿Hijo, por qué tardaste tanto en venir? Llevamos años sin verte, si no fuera por Daniela no sabríamos nada de ti. Gracias a ella supimos que estás bien, que tienes una hija y que todo te iba bien. ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que te hicimos daño? -Hugo iba a contestar con enfado, pero se dio cuenta de que hablarle así a su madre no era cuanto menos adecuado ni propicio en ese momento.- Entrad en casa. Es tarde y necesitaréis dormir.
Al escuchar la conversación, Mara se despertó, aunque se quedó totalmente descolocada: ¿Cuándo se había puesto el cielo tan oscuro? ¿Cuándo habían llegado a aquel lugar tan verdoso y lleno de pinos, arbustos y flores silvestres, cuando el camino no era más que gravilla y tierra? Al preguntarse todo eso, no se percató de que los abuelos estaban acercándose hacia ella para ayudarla a salir. No dijo nada. Simplemente se limitó a bajar del coche, mirarlos con temor y correr hacia su padre. Hugo la abrazó, la cogió en sus brazos y le susurró con dulzura y amor que todo saldría bien.
- Cariño, éstos son los abuelos. La abuela Esther y el abuelo Manuel. Ellos son los que nos van a prestar su casa. Aquí es la casa donde te dije que viviríamos. Mañana te lo enseñaremos todo, ¡verás como te va a encantar! Mamá te enseñará todas las verduras, y los animales, y todo lo demás. ¿Sabías que los abuelos tienen un columpio que está hecho con una rueda de un camión y una cuerda? ¡Es súper divertido! -Dijo Hugo, señalando a sus padres, para que Mara los saludara.
Mara no articuló palabra. Ya no estaba asustada ni tan enfadada, después de todo lo que habían hablado con ella. Pero eso no significaba que tuviera ganas de estar allí. Ella quería estar en su casa, en su hogar. Ese lugar esa desconocido, estaría con otra gente y no tendría todas las comodidades que podía disfrutar en la ciudad. Se había acostumbrado a tener muchos juguetes, toda la tecnología que ella quisiera, cine, parques, centros comerciales, salas de juegos... No podía pedir nada más, porque no le faltaba nada. Para ella, vivir aquí supondría estar apartada del resto del mundo y de los demás. Sólo se tenía a sí misma, su familia y su entorno. Nada más. Ni ordenadores, ni tabletas, ni wifi, ni tiovivos. Todo lo que ella quisiera hacer para entretenerse tendría que inventarlo, crearlo, sacarlo de dentro. Toda la imaginación que se vio afectada por un mundo lleno de facilidades y estímulos necesitaba desarrollarse desde lo más profundo para que Mara pudiera disfrutar, jugar y pasárselo bien. Claro que no sería fácil, pero no le quedaba otra si quería ser de nuevo feliz. Hoy, desde luego, no iba a serlo.
- Mamá, quiero irme a dormir. -Mara lo dijo con un tono apagado, oscuro y volátil. Sólo quería despertarse de esa pesadilla. Daniela la cogió en sus brazos y la llevó arriba, a la antigua habitación de Hugo. Ellos dormirían en la habitación de invitados.
- Tú dormirás aquí, cielo. Ésta es la habitación de papá. Fíjate, ¡está igual que cuando papá se fue a la ciudad a estudiar! ¿A que es bonita?
La habitación seguía intacta. Seguía la pared con las marcas de las chinchetas que utilizaba para poner notas, posters, recordatorios y cartas de Daniela. Los pocos murales e imágenes que dejó atrás cuando se fue, de los grupos de música que de aquella consideraba favoritos. Seguían los mismos muebles, con la misma decoración, los mismos libros, los mismos objetos que Hugo había dejado allí. La moto de coleccionista de Manuel, los elepés y las figuras de sus comics favoritos que tanta fortuna le habían valido; lo poco que ganaba haciendo faenas por el pueblo se lo gastaba en su música, en coleccionar cosas y en sí mismo y Daniela. Muchísimas cosas se las había llevado a la ciudad, pero algunas las dejó aquí. ¿Quizá por los recuerdos que le traían cuando las miraba? Daniela nunca lo supo. ¿No le cabían en las cajas y maletas? ¿Se las había regalado alguien que Daniela no conocía?
Mara se quedó observando la habitación. En cierto modo se parecía mucho a la suya. También tenía un ventanuco, pero lo que se veía no era para nada parecido: A lo lejos, montañas nevadas que enfriaban la vista; cerca, el arroyo que estaba detrás de la casa, los pinos y los animales de la granja. Un ambiente por supuesto, y a lo menos, bucólico. El techo también estaba pintado, pero no con constelaciones: Hugo había pintado el universo que de aquella conocía, con sus nebulosas, sistemas, planetas... A Hugo le encantaba aprender de manera visual y conceptual, y así lo demostraba. Desarrollando su arte y su cultura de una sola vez.
Hugo era muy estudioso porque le encantaba conocer el mundo. Le encantaba la astronomía, la astrofísica, la paleontología, la música, la poesía y la pintura. Quizás algunas de estas disciplinas no tenían relación entre sí aparente, pero él las conseguía cohesionar en un solo bloque, haciéndolo único y personalizado. Así es como Hugo acabó sacando la carrera y el máster como si fuera jugar a videojuegos. Algo fácil, divertido y con escaso esfuerzo. Conseguía plasmar visualmente todos los conceptos que tenía que aprender y eso le ayudaba a progresar el triple de rápido que los demás compañeros. Sin embargo, Daniela, años después, se dio cuenta que de poco valía esa virtud si no la aplicas durante toda la vida, como si un coche carísimo se quedara en el garaje.
- Mami, me gusta mucho el techo de papi. -Mara había encontrado un espacio donde sentirse cómoda, donde podía sentirse identificada -en cierto modo- y donde podría estar relajada. Se acercó a la cama, que tenía una funda nórdica negra, con dibujos de marcianitos, platillos volantes y planetas coloridos. Mara soltó una risa sosegada, se abrazó al peluche de marciano que había sobre los cojines de colores y abrió la cama- ¿Qué es eso que está pintado? -Mara señaló el techo. Le encantaba, pero no reconocía lo que había representado.
- Es el universo. Ahí vivimos nosotros, pero es tan grande que en ese dibujo sólo tenemos el tamaño de un punto. -Mara quedó boquiabierta, a la vez que se le cerraban los ojos.- Papi te enseña qué es todo lo que está pintado mañana, ahora tienes que dormir. Estás agotada. -Daniela le apartó el pelo del flequillo, le dio un beso, encendió la luz nocturna con la forma de Saturno, apagó la luz y arrimó la puerta.
Un día largo, complicado y con muchas complicaciones. Pero un día no es gratificante si no ha sido difícil.
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Mi amiga Lola
General FictionMara es una niña que vive en una ciudad, como la mayoría de los niños. Lo que no sabe es que se va a mudar al pueblo donde crecieron sus padres, un lugar totalmente distinto, sin edificios altos, ni cine, ni centros comerciales... Además tendrá que...