SIETE
Solía decirse que cuando Roma cayera, el mundo se acabaría.
El Cardenal Emanuel Calabria sabía a ciencia cierta que esto simplemente no
era así. En un futuro lejano, del que él venía, Roma no era más que un
montón de ruinas, y sin embargo, la civilización había resistido, incluso
después de la catástrofe que había reducido la mayor parte del planeta a
escombros. Sólo una gran ciudad permaneció a salvo del espantoso caos
exterior. Era su misión, en esta era ignorante para él, asegurarse de que en el
futuro de la humanidad, su ciudad sea la única que quede, y no Roma.
A pesar de la intromisión del enemigo infernal, un movimiento revolucionario
en cierta ciudad de E.E. U.U.
Roma, La Ciudad Eterna, estaba delante de él mientras cenaba en un
restaurante al aire libre en el Valle Trinita dei Monti. El crepúsculo pintaba
sombras púrpuras sobre las azoteas de la metrópolis.
Peatones se lanzaban al otro lado de la calle, esquivando hábilmente motos y
taxis. La mesa del cardenal ocupaba una estrecha acera, a la sombra de una
iglesia antigua. Jardines colgantes y macetas adornando los pasos. Multitudes
de turistas, parejas de novios, y artistas aspirantes a fotógrafos que llenaban
la plaza, en la parte superior de la misma, disfrutando de una cálida noche de
enero. Las palmeras se balanceaban con la brisa.
Una sombría sotana negra, con ribetes púrpura y botones, hacían ver el
denotado rango elevado del cardenal en la Iglesia. Una cruz pectoral colgaba
de una cadena encima de su pecho. Una faja escarlata ciñó su torso
corpulento. Una gorra roja cubierta por trenzas plateadas. Un rostro
mofletudo, con una papada pronunciada, dieron testimonio de su apetito.
Calabria regó un bocado de spaghetti alla Pescatore con un chorro de vino
blanco. La salsa Frascati complementaba la pasta divinamente.
Saboreó otro bocado bañado de salsa. En momentos como éste, estaba
agradecido de haber sido asignado a esta identidad particular. A pesar de las
tediosas cargas impuestas a él como sumo sacerdote de esta religión
primitiva, había ventajas innegables de estar ubicado en Roma. Era casi
imposible conseguir una mala comida.
Una pena que una ciudad así fuese destinada a ser destruida muchas
generaciones después, pero así tenía que ser. La historia exigía sus sacrificios,
al menos si quería conservar su futuro. El cardenal, o más bien la nanomáquina
ubicada en el interior del cuerpo de Calabria, de mediana edad, se
lamentaba brevemente por la ciudad brillante que él, y su compañero
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Bienvenidos A Ciudad Promesa
Science Fictionsi te quedaste con ganas de saber que paso despues de la terminacion de la serie este libro es para ti. terminando continuare con promesas incumplidas y asi darle cierre a esta serie de ciencia ficcion que quedo inconclusa esta es una traduccion no...