Capítulo 2

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- Esto no puede ser, tiene que ser un sueño - Susurró Rob, dando pasos hacia atrás.

Sus pensamientos giraban en torno a la persona que había violado la privacidad de su hogar.

Si abro esta puerta haré demasiado ruido y es muy probable que, quienquiera que haya entrado, me este esperando.

Su cabeza trataba de formular un plan para entrar en su hogar, esperaba que aquel personaje no se diera cuenta de la arma que ocultaba en uno de sus cajones de la cómoda de su dormitorio.

Pensó en entrar por la puerta trasera, donde generalmente dejaba los cubos de basura, pero le pareció una idea un tanto peligrosa ya que esa puerta llevaba directo a la cocina, ¿Y si la persona que lo estaba esperando se ocultaba en su sala?, no saldría con vida después de recorrer la cocina, la sala y luego subir los peldaños de las escaleras.

¿Qué tendrá por arma?, ¿Un cuchillo, un revolver o la destreza de sus manos envolviéndome el cuello?, tengo que llegar al dormitorio sin recorrer el piso de abajo.

Recorrió la calle con la vista y se fijó en el árbol de su vecino Leo, la altura era la suficiente para alcanzar la ventana del costado izquierdo de su hogar, sabía que aquella ventana era fácil de abrir, tan solo unos cuantos tirones. Por un momento agradeció al cielo su temperamento de no ponerle seguro a esa ventana, aunque tendría que valerse de un salto de fe para llegar hasta ella y alcanzar el alféizar que era lo suficientemente grande para subirse en el.

Por fortuna, Leo no estaba en su residencia, se encontraba en un vuelo a la ciudad de Monterrey, resolviendo asuntos financieros.

Bien, era lo que necesitaba. Dejo su bata blanca en su coche y tomando impulso saltó la cerca perimetral de su vecino con facilidad, ahora tenia que trepar por ese laberinto de ramas frágiles y otras duras. Empezó a subir, tratando de aferrarse al tronco con sus zapatillas deportivas blancas. Poco a poco alcanzaba altura, asegurándose de que las ramas que utilizaba para sujetarse soportaran su peso. Casi al llegar hasta el punto donde saltaría, una rama crujió bajo sus pies, partiéndose completamente hasta quedar colgado de manos, la rama que sujetaba empezaba a astillarse rápidamente, soltó un grito ahogado y armándose de valor se tomó de otra rama mas robusta y se subió encima de ella cargando todo su peso, tenía que actuar rápido sino se partiría. Desde ese lugar se veía perfectamente su objetivo, consciente de que si fallaba era una caída de mas de dos metros, flexionó las rodillas y se lanzó con las manos extendidas.

Sus dedos se tomaron fuertemente del alféizar y luchaban por no soltarse. De su boca salían gruñidos de esfuerzo por cargar con su propio peso, finalmente se subió en el reducido espacio y se permitió y leve descanso.

Dio unos cuantos tirones a la ventana y como esperaba, se abrió fácilmente, se coló en su habitación a oscuras, esperó a que sus ojos se acostumbraran a la obscuridad para distinguir la cómoda con su arma, trató de no tropezar con nada y llego hasta ella sin hacer ruido, abrió lentamente el cajón y tentó su revolver, en cuanto rozó la fría culata se le activo una sensación de control sobre las cosas que pasaban.

- Excelente - Susurró el doctor.

La sacó con cuidado quitándole el seguro, lista para disparar.

Valiéndose solo de su sentido de la vista a oscuras comenzó a recorrer su casa caminando, siempre alerta, pensó que la persona que había entrado a su casa seguía bastante ocupado en el piso de abajo, razón por la cual su revolver seguía en su sitio, no quiso revisar las demás habitaciones para no perder más tiempo y fue directamente a las escaleras, con la pistola al frente de el en todo momento bajó con cuidado cada peldaño, al pendiente de cada sonido entraño, pronto llegó a la sala y le sorprendió no ver a nadie, fue a la cocina y el resultado fue el mismo. Nada, el piso de abajo estaba desierto.

Las ideas de su cabeza se volvían confusas y con un tinte de miedo.

El lugar que el doctor consideraba tranquilo y privado se encontraba perturbado por una persona que ya se había marchado, o eso creía el.

Regresó a la sala de estar y encendió una lámpara color mate cerca de su sofa.

Lo que observó le heló la sangre.

La pared iluminada estaba pintarrajeada de pintura obscura y el doctor sintió que perdía el equilibrio al leer las palabras escritas:

«FOX, LO ESTOY OBSERVANDO».

Una Muerte PlaneadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora