El Informante de Shinjuku - 4

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En algún edificio desconocido

Izaya Orihara tardó poco tiempo en llegar al sitio acordado por Hisame Minamoto. Lo anterior se explicaba fácilmente, o así lo pensó Izaya, porque sus habilidades como informante de alguna manera lograban compensar el daño que le había causado el monstruo. Claro, tenía que reconocer que la terrible rutina a la cual fue sometido por parte de Mairu debió de surtir algún efecto positivo y no únicamente mucho dolor (y vergüenza).

Sea como fuere, hacia bastante tiempo que Izaya no requería de mapas o indicaciones de ningún tipo para orientarse en el barrio sino que se limitaba a visualizar mentalmente cada una de las calles y callejones que conformaban su antigua zona de caza. Al respecto de esto, y convenientemente para ambos, Minamoto pidió reunirse con Izaya en el mismo edificio dónde hablaron la primera vez sobre el bar Yoshikawa y sus fallidos planes futuros (aunque en el momento, Minamoto no fue capaz de prever los resultados de su fe ciega).

Al llegar al último cuarto, Izaya se alegró de reconocer que el hombre estaba solo.

Si bien el informante no se enteró de la amigable sonrisa que se formó en el rostro de Minamoto, el primero supo que el extranjero se alegraba de verlo, sin importar cuales fueran sus razones. Sin prisa alguna, el hombre se levantó de su silla y con cautela tomó un desarmador que había colocado en la superficie de una desvencijada mesa. El que lo utilizara o no dependía por completo de la decisión del informante.

–Estoy seguro de que puedo adivinar perfectamente el motivo que has tenido para interrumpirme, Minamoto-san –dijo Izaya al tiempo que evitaba poner su extraña mirada sobre el otro.

–Llámeme Hisame, somos lo que se dice "socios", después de todo. Y al respecto de lo que menciona, le digo que yo le creo totalmente, signore –dijo Minamoto acercándose al informante–, no le mentí cuando dije que me había dejado pasmado su código a seguir. Un hombre como yo podría llegar a pensar que lo ha visto todo; no esperé encontrarme nunca con alguien que me dijera que cada ser humano merece ser amado. Sabiendo ese detalle, créame cuando le digo que siento profundamente su... condición.

Izaya soltó una risilla que al otro le sonó como una señal de ligero nerviosismo.

–¿Tanto odia al signor Shizuo Heiwajima como para buscar herirlo? Ahora mismo estoy muy tentado (pero solo tentado) a ensuciarme las manos por usted. Sería capaz de mandar matar al joven Heiwajima, pero no estoy seguro si pueda pasar por alto las veces en que he sido traicionado.

–Estoy al tanto de eso, Hisame-san. Y pienso probarte que, aun con todo lo que ha pasado, te amo a ti también. Aunque eres muy aburrido y predecible, te amo por ser lo que eres –dijo Izaya con aquel tono desapasionado que Shizuo había captado en su última reunión.

Izaya se percató de que el hombre estaba a tan solo unos centímetros de distancia. Pero, como si el asunto que trataban fuera completamente ordinario, Izaya se recargó en actitud despreocupada en el barandal de hierro que estaba tras de sí. Ambas manos las dejó descansar en el barrote pues el gesto le brindaba cierta estabilidad y confianza en su entorno ahora que no era capaz de ver.

–¿Eso es cierto, signore? ¿Me ama aun cuando lastimé a su hermana y secretaria?

–No tengo ninguna consideración especial con ellas. Como seres humanos que son, ciertamente las amo y quizá encuentre molesto lo que has hecho, pero no terminas por entenderme: el que yo ame a los demás no significa que busque su bienestar de ningún modo. Créeme que no lo procuro. En realidad, me parece igual de satisfactorio si sufren o no. Yo amo... amé observar sus diversas reacciones.

Duelo de MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora