Epílogo: Eterno esmeralda

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El invierno estaba en su estación terminal y poco a poco las nubes del cielo se despejaban.

Los retoños en las ramas apenas iban floreciendo. Al igual que el corazón de un joven muchacho. En su mano la suavidad de una de las primeras flores después de la estación blanca le hace aligerar el abrasador hielo que evoca su pecho ante la próxima lápida.

— Hola, Yuu-chan.

Una ligera brisa susurra a su espalda, colándose a través de sus orejas tocando sus mejillas. Pareciera que el mismo aire le estuviera mimando con amor desde el exterior. Cómo si las manos de Yuuichiro le estuvieran acariciando esos mofletes levemente sonrosados a causa del frío.

Mikaela se arrodilla frente a la tumba de su mejor amigo observando el grabado en letras blancas sobre esta. No puede evitar esbozar una linda sonrisa. ¿Cuántas veces ha regresado a este sitio intentando ganar la batalla de su corazón? ¿Cuántas agonías han suprimido sus ojos intentando no derramar lágrimas en vano?

No. Llorar no es vano. Mikaela se dio cuenta de ello cada que devolvía los pasos a casa, destrozado con la misma flor en sus manos. Esa que a cada año se marchitaba como el aliento necesario para inspirar el respiro del viento. Se secaba, se hacía pequeña, se extinguía el color y moría supremamente.

Pero algo dentro del alma de Mika iba renaciendo cada expresaba con lágrimas lo que a su pequeños 6 años no entendía.

Oh, los niños son la expresión más sublime y perfecta que los adultos tienen para la pureza. No hay maldad en cada uno de sus actos, sólo bondad y honestidad. Aún si la tristeza iba cubriendo con una mancha negra esas cualidades en Mika, cada que lloraba esa malicia se purificaba.

Un alma que no llora es un corazón que se oxida. Y todas esas lágrimas estaban llenas de sentimientos hacia Yuuichiro. Alejando pesares malignos.

Querer un juguete, hacer berrinches por conseguirlo, para Mikaela eso no era primordial. No si la razón para sonreírle a cada amanecer se había ido. ¿Por qué Yuu no le dijo nada de su enfermedad?

Ahora que tiene quince, Mikaela no puede hacer más que sonreírle con ternura a cada uno de esos cálidos recuerdos alado de ese niño de hermosas esmeraldas.

— Ah... El tiempo se va y casi no me doy cuenta. Pero miro hacia atrás y me doy cuenta de cuanto hemos crecido... Me hacías sonreír por dentro y por fuera como si no hubiera otro día para hacerlo.

Mikaela cierra sus ojos inclinando el cuello hacia atrás, respirando con éxtasis el aroma de pino y hierba fresca por la nieve derretida a su alrededor. Muy a lo lejos, el viento se lleva dos copos de nieve hasta el horizonte de las montañas. Sus mechones rubios le hacen cosquillas al moverse al compás del viento.

Tomar tantos años de valor y despedirse finalmente de un amigo... Mikaela al fin puede hacerlo, abandonando cualquier vestigio de culpa en su espíritu. No fue su responsabilidad todo lo qué pasó en aquél entonces, sí solamente hubiera hecho más que sonreírle aquella vez en la escuela, le hubiera dado la más grande de sus sonrisas. Pero no, en todo momento se debe otorgar lo más bello de uno, jamás se sabe cuándo es el adiós. La ausencia y la presencia de alguien te hacen valorar los efímeros instantes de felicidad y gratitud.

El innecesario desliz de su alma se ha derretido como el hielo que trajo la estación. Sus remordimientos han sido expiados. Ahora puede sonreírle cada mañana a los recuerdos que pasó alado de Yuuichiro.

Por supuesto, no puede olvidarlo. Claro que no. Pero pensándolo un poco, probablemente Yuu lo único que deseaba era conservar el brillo de la esperanza en los ojos de Mika.

GureShin ♠Amatista y Zafiro: Eterno esmeralda♠ {REEDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora