Capítulo VIII
Las rosas blancas se mueren
¿Olvido a Eduardo? Yo no, llegué a casa con una sonrisa en mi cara. Me mordía el labio inferior para no soltar esas pequeñas risitas estúpidas que me provocaba Eduardo. Entre a la cocina, abrí el refrigerador tomando el jugo y a su vez un vaso de cristal, lo llene. De pronto antes de salir vi las rosas que me había dejado Eduardo, era obvio eso. Pensé en su tierno rostro, en cómo me sonreía cada vez que me veía reír. Era algo que no sabía cómo expresarlo. Esa confusión que sentía. Regresé para tomar las rosas de la mesa. Cayó una tarjeta.
"Je t'adore"
Leí el francés fluido en esa nota escrita a mano con la caligrafía perfecta de Eduardo, esa nota color café la guarde en el bolsillo de mi chaqueta y me fui a mi habitación. No pensaba más que en Enrique. Y por suerte del destino, llegó un mensaje a mi celular.
"Mañana al cine, te espero fuera de tu casa a las cuatro de la tarde."
Y así olvide completamente que Eduardo me había invitado al cine. Para no decirle los detalles de mi dormir y despertar la resumiré en pocas palabras. Me levanté a las ocho de la mañana, un domingo como los que me agradan a mí, frío, con llovizna, y así lo hice. Me preparé un chocolate caliente, y estaba viendo caricaturas en la televisión, mi padre se levantó más temprano para acompañar a Margaret a ver unos detalles como tarjetas, manteles, mesas para la próxima semana.
Terminaba mi chocolate, y dejaba la taza en el lavabo. Mi cara demacrada hacía notar que no dormí bien la noche anterior por la incertidumbre que sentía por la invitación repentina de Eduardo. Las rosas blancas daban alegría a la mesa principal, eso lo note cuando pasaba del comedor a mi habitación. Me recosté y mire mi celular, ningún mensaje; sin embargo, faltaban siete horas para que viera a Eduardo. Sin más decidí arreglar mi habitación y parte de la casa. No tenía que hacer mucho, solo barrer.
Terminé en mi habitación. Tomé la escoba y comencé a barrer, desde mi habitación hasta la sala. El silencio me mataba, encendí la grabadora y coloque la radio. Una radio que se escuchaba solo Pop, salió una canción movida, y como un maldito imbécil me puse a bailar. La verdad no recuerdo el nombre solo recuerdo que después de un minuto alguien tocaba la puerta. Al abrirla me sonrojé. No solo por el baile, sino por la pijama con la que estaba.
- Trágame tierra. –Susurré.
- ¿En serio? –Dijo Enrique con una sonrisa en la cara.
- ¿Qué haces aquí? –No lo miraba a los ojos.
- Son las doce de la tarde y quería ver si tenías planes hoy. –Seguía sonriendo. –Por cierto, me gusta ese pijama, es de ¿Batman?
- ¡Cállate! –Seguía rojo. –Es caliente por eso la utilizo.
- Me gusta. Yo utilizo un short y una camiseta banca. –Miró mi rostro. -¿Eres friolento?
- Sí, lo herede de mi madre. –Recordé.
- Cambiando de tema. ¿Los tienes?
- Sí. –Cortante y frío.
- ¿Qué harás? –Preguntó con una manera brusca.
- Iré al cine con un amigo del colegio. –Lo miré.
- Las rosas eran de él. –Contestó molesto.
- Sí. –Mi mirada estaba triste.
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Mi historia jamás contada
Romance"Y así comienza mi historia, la que compartiré con usted. Y solo con usted, señor." Este es Alejandro, un chico normal, que tiene la oportunidad de contarle a alguien su historia de amor. La maldita historia de amor que lleva en sus recuerdos, y nun...