Invencible

599 12 4
                                    

Introducción

Un inmenso techo se alza sobre nuestras cabezas. La amplia estancia esta inundada por un agresivo olor a desinfectante. No hay elementos visibles, solo un espejo empotrado en la pared rompe el blanco esquema de la habitación.

Me observan, sé que lo hacen.

Tras el espejo, veo a cuatro personas observándome, atentos a mis movimientos. Cualquier pequeño gesto, cualquier respiración, cualquier atisbo de acción es observado y anotado por esos cuatro extraños. Antes me molestaba, ya no. Me he acostumbrado a estar las veinticuatro horas del día, vigilada por extraños, y en el fondo les comprendo. Comprendo el porqué estoy atada, porqué me observan, porqué me temen. Soy altamente peligrosa, y, aunque ellos se crean capaces de retenerme, no pueden. Claro que eso no lo saben. Si ellos supieran que todas las medidas de seguridad que toman son innecesarias, se sentirían temerosos por lo que pudiera llegar a ocurrir, pero debo esperar, debo esperar al momento justo. El día de la visita, sí, cuando absolutamente todos estén dentro, cuando incluso los guardias no vigilen, cuando estén demasiado ocupados intentando proteger a sus familiares como para detenerme a mí. Solo así conseguiré que nadie salga herido, o al menos casi nadie.

Parece que los observadores han acabado.

En el techo se abren dos compuertas semicirculares de las cuales comienza a bajar un cilindro transparente. Del suelo, a cada lado de mis pies surgen tiras metálicas que los "inmovilizan", acto seguido una película transparente los cubre. El tubo me envuelve y se estrecha hasta más no poder mientras que la película transparente que me envolvía los pies se vuelve gris y pesada, es de plomo. Una máscara se acerca a mi cara y la cubre por completo, solo un pequeño tubo une mi respiración con el exterior. Y como cada día, el líquido pesado comienza a caer sobre mí. Como ya he dicho, medidas innecesarias...

Esta especie de prisión es un laberinto. Hay habitaciones con gravedad inversa, puertas que no llevan a ninguna parte, celdas donde ni siquiera yo quiero entrar.

El único problema para salir de aquí es saber cómo, porque claro, puedes empezar a destrozar puertas paredes y techos para salir, pero si no sabes en que dirección, puedes estar dirigiéndote al centro de la Tierra sin saberlo. Por eso he tardado tanto en trazar mi plan de huida. Cada día el camino a mi celda es diferente, aunque tiene unos elementos comunes, lo que me ha permitido entrelazar los diferentes caminos hasta tener una especie de mapa mental de las diferentes direcciones que puedo coger. El elemento más importante en los caminos es la celda 513. Sea el camino que sea, la celda 513 está justo en el medio. Es una columna que se alza, hasta no poder verla, sobre los pasillos. Se encuentra en el medio de un área circular que se abre en seis corredores. Siempre hay que llegar hasta ese área circular para acceder a mi celda. Se coge el pasillo que está justo delante de la puerta de la celda 513 y se sigue todo recto hasta el final, y, allí, se encuentra en el suelo una trampilla por donde dejan caer mi tubo, y lo último que alcanzo a ver son los candados cerrándose.

Mi celda se podría llamar también la celda profunda... Para llegar al suelo, se tardan quince minutos de caida libre.

La gravedad es cinco veces mayor. Cuando llego abajo, la estructura que me envuelve se hace pedazos y se une a los demás escombros mientras mi cuerpo choca bruscamente contra la base de la celda, donde ya hay varios cráteres con mi silueta. Tras un par de minutos escalando para salir a la superficie, salgo al exterior y me siento sobre los desperdicios a esperar a que todo vuelva a empezar. Día tras día, lo mismo. Salir, pruebas, entrar. Salir, pruebas, entrar... El tiempo no pasa aquí dentro, sobretodo para alguien como yo, a quien los años no le dejan más que recuerdos. Este es el reino donde nada acaba, donde todo es infinito. Sufrimiento, agonía, desesperación... Así es este purgatorio donde todos, mental o físicamente, morimos.

Tres días para la Visita

«Tres días más, tres días más, tres dí...»

-¡Cállate!-

-P-pero si no he dicho nada Jib...-

-Ya lo sé, pero deja de pensarlo, Metz. Me pones nerviosa.-

Metz había entrado aquí un mes después que yo. Siempre venía conmigo a la hora trimestral sin cadenas.

Conté por lo menos 25 guardias que estaban apuntandonos en ese momento, aunque ninguno estaba muy pendiente de Metz, ella no causaría daños. La atención se concentraba en mí, como siempre.

-¿Vendrá alguien a visitarte esta vez?- preguntó Metz interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.

-No.-

-¿Por qué?-

-Nadie quiere estar cerca de mí.-

-Pues no lo entiendo. Eres inofensiva, no creo que pudieras hacerle daño a nadie.-

Claro que podía, y tanto que podía...

-Podría hacerlo ahora.-

Los guardias se ponen tensos.

-No lo harás.-

No es una pregunta.

Los guardias cargan. Se preparan.

-No, claro que no.-

Aún están tensos.

-Si lo hiciera, ellos dispararían. Y no queremos eso, ¿verdad?-digo con una pequeña sonrisa.

-No, podrían matarte.-

«Y eso les vendría mal, muy mal»

Sonrío ante su pensamiento, lo ha pensado aposta.

-¿Les escuchas?-pregunta Metzel.

«¿Escuchas a los guardias?»

-Sí-

«¿Saben ellos que los escuchas?»

-Aún no, pero pronto se darán cuenta-

Los guardias se están poniendo nerviosos. Presiento que la hora acabará antes de tiempo.

Unbroken (Invencible)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora