Cuando el miedo hierve

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Y ahí se desvanece todo. Esa seguridad y arrogancia que mostré antes todos, se me consume en el pecho. Ahora es cuando tomo verdadera conciencia de mi posición. Suelto con un leve empujón la mano de Jaime, que había vuelto a tomar luego de esa horrible caída. Bueno, no fue tan horrible, fue vergonzosa en realidad. 

Cuajo los dientes, mientras me aliso el vestido por delante y por detrás. El estúpido tul sigue enredándose y me doy por vencida. Ya no tiene importancia de todas formas. Me desharé de el en cuanto suba al tren camino al Capitolio.

Sigo a un Agente de la Paz directo a una habitación espaciosa y ventilada. Las alfombras son mullidas, al igual que los almohadones desperdigados en un enorme sofá rojo. Me siento a esperar, a sabiendas de que vendrán a despedirme, fingiendo felicidad por mi; genial. Como las esperas siempre se me hacen aburridas, no puedo evitar juguetear con mis desastrosas cutículas, que a estas alturas ya están rotas y arrancadas, formando bolitas de piel muerta en los extremos. Le pediré expresamente a mi grupo de preparación que me las arreglen, aunque no creo que pasen el detalle por alto.

Cuando esté ya en la ciudad, me asignaran a un equipo de preparación que consta de tres estilistas menores (no se si siquiera merecen el mote de estilistas) y mi estilista principal. Ellos se encargarán de ponerme bella, pulir mi imagen y otorgarme el aire que requiera según mi personaje. Se supone que debo plantear el tema del personaje con algún o algunos vencedores de nuestro distrito que estén dispuestos a pasar toda una tarde enseñándome a actuar. De todas maneras, yo ya decidí que enfoque quiero dar de mi misma. Quiero ser sensual y peligrosa, y es algo que me va de lo más bien, porque llevo mi vida entera intentando mostrarme así, y además, mi pelo rubio y mis ojos claros ayudarán al papel.

Intento seguir desvariando mis pensamientos,pero las visitas tardan en llegar lo que me parece una eternidad, y el miedo no tarda en subirme burbujeando por la garganta. Ningún entrenamiento me preparó para la ansiedad, para los días previos al comienzo oficial de los Juegos. Me había dicho a mi misma que sería los mejores días de toda mi vida, con toda la atención centrada en mi. Pero era mentira, ahora lo veo claro. 

Son los nervios los que me van a matar, no los otros tributos, si sigo pensando a este ritmo. La cabeza me da vueltas y ya me siento enferma cuando se abre la puerta de doble hoja y entra mi familia.

Reparo en que la habitación tiene un aire suave y claro, con las paredes tamizadas en un crema parecido al melocotón y muebles tallados en madera blanca, formando rubiés, diamantes y amatistas incrustados. Mi familia encaja perfectamente en ella, como si estuvieran diseñados en el mismo molde. 

Pero yo se que no es así. Para el resto del distrito, somos personas de tradiciones, caracterizados por nuestra bondad y comprensión, pero en la realidad eso es una farsa más. Mi madre es una histérica hipócrita, aunque dejo eso en consideración, porque supongo que todos los adolescentes piensan eso de su madre, y mi padre es tan frío como el mármol de nuestro piso. Si muero en la competencia, solo seré una decepción, no me recordarán con tristeza ni remordimiento. Mis hermanos son buitres de otra calaña. Burlones y engreídos para adentro, divertidos para la sociedad.

Les dirijo una sonrisa que espero que parezca de lo más sincera, porque sé que hay cámaras y hay vigilantes observándonos. Mi madre abre los brazos y corro a refugiarme en ellos. Está fría y sudorosa, y me pregunto si tal vez no se siente mal por mi verdad. Si me extrañará cuando ya no esté.

Mi padre me palmea la cabeza, cerrando los ojos para demostrar su pesar y mis hermanos me sonríen con cierta nostalgia. Pero vaya que somos una familia perfecta. 

-Los voy a extrañar -digo con firmeza un poco robótica. Suelto a mi madre y vuelvo lentamente al sillón, mostrando tanta resolución como se supone que sentía afuera.

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⏰ Última actualización: Dec 05, 2013 ⏰

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