3 - Ahora eres solo alguien a quien solía conocer.

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Tardé casi una semana en empezar a salir de nuevo, era extraño, mis amigos decían que yo era la más fuerte del grupo, la más fría, incluso insensible pero allí estaba yo huyendo de lo inevitable, sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar el mundo de afuera, pero me rehusaba aún a hacerlo.

Katy me dejó el 27, el 2 del siguiente mes ya estaba revolcándose en uno de los lavabos de un centro comercial con Yali, irónico, no? Sé que la foto no me la enviaron con buenas intenciones, pero no me dio tan duro ver esa foto, creo que me lo esperaba y que al final solo tenia decepción, era muy sabio quién decía que uno no debe esperar nada de las personas, le agregaría que es correcto, y que es peor esperar de alguien que quieres, porque tendrá el don de herirte como nada, a mi me ocurrió, y no fue lindo.

Ese mes me alejé de todos, excepto de Meredith, ella era mi mejor amiga, algo así como uña y mugre eramos, además de Dante, eran los únicos que dos con quienes salía y pasaba mi tiempo, cosa que al resto le molestaba. Cuando conocí a Mer, todo fue genial, teníamos muchas cosas en común, yo siempre fui de hacer locuras y ella me apoyaba en ellas y en cualquier cosa, esos últimos meses nos unimos mucho porque teníamos una historia en común: ambas teníamos  un corazón roto, y justamente esa persona que lo rompió, no iba a repararlo.

No conté que día, pero si sé que ella llegó una tarde a mi casa, se veía feliz, ya no tenía el rostro triste, incluso su mirada brillaba y la sonrisa confirmaba que había un trasfondo en aquel gesto, me inquieté y no sabía porqué, ella empezó a contarme de su día y yo del mío, de repente encendió la radio, colocando una emisora romántica, mi ceño se frunció observándola y ella también me miro, sólo rió.

– ¿Qué? No podemos pasar toda la vida deprimida, Ale. Lo sabes. – Murmuró sonriente, tomándome de las manos, me sacó del sofá y me puso en pie.

– Lo sé, Mer, ya no estoy triste.. Pero me tomaste de sorpresa con esta actitud. – Argumenté en mi defensa, encogiéndome de hombros.

–  ¿Qué actitud? – Su tono sonó a la defensiva y sus músculos se tensaron, eso me inquietó un poco más.

–  ¿Te gusta alguien, Mer? Eh! Sé que sí, te conozco. – Amplié mi sonrisa arqueando una fina ceja mientras veía a mi amiga pasar a todos los colores, primero palideció provocando que me asustará por un momento, pero luego la sangre volvió a su rostro, asentándose en sus mejillas y dándole un vergonzoso sonrojo en ellas.

–  ¿Cómo? ¡NO! Esto.. te estás enloqueciendo, de verdad que sí. Gustarme alguien!!! No, por supuesto que no. – Ella había empezado a balbucear, no le entendía bien, parecía tener un ataque de histeria y solo la palabra “No” resaltaba entre las líneas de su habla.

–  Claro.. Claro, campeona. – Está vez nuestras miradas se cruzaron y ella se sonrojó más, lo cual hizo que yo estará en carcajadas, era inevitable no reír cuando ella estaba así.

–  AGHHHH.. ¡No te burles! ¡Eres tan mala! – Me gritaba mientras yo reía sujetando mi abdomen que se contraía por las carcajadas, ella se acercó y me dio un golpe en el antebrazo.

–  Auch. – Chillé pasando mis dedos por la zona donde me había golpeado y me fijé que no hubiera marca, luego mordí mi labio para no reír más y la abracé con fuerza. – Lo siento.. Pero igual se te nota que alguien te gusta. – Finalicé aquella charla dejando un beso sobre su frente.

Las visitas de Meredith disminuyeron bastante, andaba muy perdida, pero supuse que andaría en algo importante, igual no tenía ningún contrato conmigo como para yo hacerles reclamos de porque ya no tenía tiempo para mi. Lo bueno de ser humanos, es que así como podemos acostumbrarnos a algo o alguien, también podemos dejar de hacerlo, brillante teoría de adaptación la nuestra.

Fue una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora