Capítulo 2.

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-Hola, Noah.-No veia a Nathan desde que acabamos secundaria y, en ese momento, me di cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado. Al ver que no hablaba, él prosiguió.-¿Puedo pasar?
Sinceramente, hasta después de un tiempo no caí verdaderamente en la cuenta de que era Nathan quien estaba delante de mi puerta.
-Dios, ¡el grandísimo Nathan Parker!-exclamé.-Claro que sí, pasa. Espera aquí un momento.
Fui rápidamente a por una toalla lo suficientemente grande para que Nathan pudiera enrollarse en ella y volví. Le entregué la toalla y el entró, mojando todo el parqué del pasillo de entrada.
-Muchas gracias.-me dijo.-Madre mía, cuanto tiempo.-parecía algo tímido.
-Y que lo digas.-le respondí, con una sonrisa.
-¡Noah! Sea quien sea el que esté ahí, ¡dile que vuelva mañana! No son horas.-la voz de Christine se oyó desde el salón.
Le hice un gesto con la mano a Nathan para que viniese conmigo hasta la entrada del salón.
-Cariño,-dije, dirigiéndome a Christine.-Él es Nathan, Nathan Parker.
Christine pareció horrorizada. Rápidamente estiró una manta que había sobre el brazo del sofá y se tapó con ella.
-Dios, podrías haber avisado desde el pasillo.-dijo Christine. Acto seguido, se levantó y se dirigió hacia Nathan.-Encantada, soy Christine Kennedy.
-Un placer, Nathan Parker.-se presentó él.
-Ahora vuelvo.-dijo ella con una sonrisa, la cual percibí algo falsa. Dejó la sala y entró a nuestro cuarto.
-Ven. Siéntate, hombre.-le dije a Nathan. Él, sin mediar más palabra que un gracias, se sentó. Yo me senté a su lado y le dí dos golpecitos en la espalda. Noté como la su chaqueta se pegaba a su cuerpo por culpa del agua helada de la lluvia.
-Joder, Noah. ¡Cuanto tiempo, tío. He intentado contactar contigo de todas las formas posibles!-al fin habló.
-¡Yo igual! Pero yo vine a Seattle a estudiar la carrera y todo se complicó. Me cambié el teléfono y perdí tu número.
-Yo llevaba siglos escribiendote al mismo número una y otra vez, hasta que caí en la cuenta de que a lo mejor te habías cambiado.-contestó él.-Y después, hace unos meses, vi en las noticias un caso que resolviste tú. El gran abogado de Seattle, Noah Kennedy. Sabía que llegarías alto.
-Gracias tío. ¿Qué tal tu? Cuéntame.
-Pues, verás... me señaló un par de maletas, una más grande y otra más pequeña. Del mismo color amarillo. Justo caí en la cuenta de que las llevaba consigo.-Conocí a una chica en los últimos años de universidad. Nos enamoramos, teníamos planes de futuro. Nos alquilamos un piso en Boston, cerca de donde antes vivíamos tú y yo. Casi nos llegamos a casar. No obstante, últimamente habíamos estado teniendo peleas y discusiones por cosas tontas y sin sentido y, bueno, vi que vivías aquí, en Seattle, y pense que a lo mejor tu podrías darme un sitio donde vivir hasta que pudiese alquilar otro piso, sea donde sea, y poder volver a irme.
-Tío, lo siento mucho. Claro que puedes quedarte.-le contesté.-En ese momento, volvió Christine al salón.-¿Verdad, cariño?-Le pregunté.
-¿Qué? ¿De qué estás hablando?-preguntó ella.
-Nate puede quedarse a dormir aquí unos días, solo hasta que encuentre un piso donde vivir.
-Eh... sí,-dijo ella, no muy convencida. Al darse cuenta de su poca convicción, corrigió su tono.-Sí, claro que sí. Bienvenido, Nathan.
-Muchas gracias, señorita Kennedy.
-Puedes llamarme Christine. O Chris, si quieres.
-Vale, Chris. Muchas gracias.
-¿Te gustaría darte una ducha? Te veo con bastante frío.
-Bueno, sí. Muchas gracias.-contestó él.
-En ese caso,-dije yo.-ven conmigo. Te enseñaré tu cuarto y los baños.-Él asintió y se levantó también.-Chris, ¿podrías hacerle algo a Nate para comer?
-Sí.-dijo, y me dedicó una sonrisa.

****NARRA NATHAN.****

Subimos las escaleras de caracol que subían al segundo piso, donde habían diferentes puertas, que supuse que daban a habitaciones.
-Y bien, este es tu cuarto.-dijo Noah, abriendo la puerta de madera blanca. Ésta daba a una habitación, si bien no muy grande, lo suficiente para una persona. Las paredes de color azul celeste, en contraste con el friso blanco, daban sensación de paz. En la esquina derecha de la habitación, pegada a la pared en posición vertical, se encontraba una cama unipersonal, cubierta de sábanas de color azul oscuro. Al lado, había una mesita de noche de madera blanca con una pequeña lámpara redonda encima. Un pequeño televisor de pantalla plana ocupaba un espacio en el centro de la pared de enfrente, sujeta a la pared por un soporte. En la esquina izquierda, se veía un armario esquinero con la puerta recubierta de cristal negro. Todo estaba pulcramente limpio.-Espero que te sientas cómodo.
-Sí, claro.-respondí.- Es una habitación muy bonita.
-Hay un baño al lado de la habitación de Lionel y otro en la planta de abajo. Las toallas están colgadas al lado de la bañera.
-¿Lionel?-pregunté, ya que la verdad me parecía un tanto extraño.
-Mi hijo pequeño,-respondió él-Lionel.
-¿Tienes un hijo?
-Tengo dos, en verdad. Un chico y una chica. Lionel y Meredith, la mayor.
-Dios, Noah. Tienes mucha suerte.
-Lo sé. Son estupendos.-dijo.-Bueno, te dejo aquí para que saques tus cosas. Te espero abajo.
-De acuerdo.-asentí y Noah cerró la puerta, dejándome solo en la habitación.
Cogí una camiseta blanca y ancha y unos pantalones de chandal grises para ponerme en cuanto saliera de la ducha. La verdad es que, después de todo lo que había pasado, me hacía falta una buena ducha.
Fui hacia el baño, pasando por las que en ese momento supe que eran las habitaciones de Meredith y Lionel.
Las paredes del amplio baño lucían un fuerte contraste, ya que los colores rojo y blanco cubrían las paredes. El mobiliario, blanco en su totalidad, estaba colocado de manera que se dejaba un amplio espacio desde la puerta hasta la bañera.
Cerré la puerta con pestillo, dejé la ropa en una esquina del lavamanos pegada a la puerta y empecé a desnudarme, hasta quedarme en calzoncillos.
Me miré en el espejo, el cual mostraba mi cuerpo hasta mi cadera. El cristal reflejaba las marcas, morados y cicatrices que envolvían mi pecho y mi abdomen.
Noah no podía ver eso, ni de coña.
Abrí el grifo y esperé a que la bañera se llenara de agua caliente. Cuando estuvo llena, le eché un chorro de jabón con aroma a chocolate y me metí dentro.
El cambio de temperatura del frío del exterior al agua caliente me dio escalofríos.
Al fin, agua caliente. Había recorrido bastante camino desde la estación de tren hasta esa casa, con litros y litros de lluvia cayendo sobre mi y sobre mis maletas, con los rayos iluminando el oscuro cielo de la noche, acompañado de un sonido brutal.
Estuve en la bañera hasta que senti que el agua se estaba enfriando. Salí de ahí y puse mis pies sobre la suave alfombra azul oscuro que cubría esa parte del suelo. Me sequé un poco y envolví la parte inferior de mi cuerpo con la toalla blanca. En ese momento, mi móvil vibró. Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Cogí mi móvil, que había dejado junto a la ropa, y vi el mensaje, que decía:

"Podrás escapar, pero no por mucho tiempo. Te pillaremos, y cuando lo hagamos, te arrepentirás de haber escapado."

El calor que el agua de la bañera me había dado se me fue al instante y una sensación de frío helado invadió mi cuerpo. Tragué saliva y apagué el móvil.
Eso no lo podía ver Noah. Ni Noah, ni nadie.

Friendship's Laws (SPANISH)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora