CAPÍTULO 1.

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Era Viernes. Otro Viernes que no me entusiasmaba absolutamente nada.

Me levanté a las 7, como cada maldito día. Miré el móvil, ilusionada por encontrar algo que me alegrase en algo la mañana, pero lamentablemente tan solo había un mensaje de mi amiga:

"- Marta, estoy resfriada, lo siento. No iré a clase."

Justo lo que me faltaba.

Ella, Susana, era mi único apoyo en clase, la única que conseguía hacer que el instituto no fuera tan odioso como ya es de por sí. Hoy sin ella será un día difícil, incluso insoportable.

Mis compañeros y compañeras no es que sean de las personas más simpáticas del mundo, y para colmo, yo soy la menos sociable de toda esa panda de inmaduros.

Durante un momento me planteo quedarme en casa, ir a cualquier otro lugar donde me sienta más a gusto que en mi aula de cuarto de la ESO. Pero lo veo inútil, ya que este curso tengo que aprobar todas las asignaturas o me despido de Barcelona. Mis padres me mandarían a algún lugar remoto de este mundo, a saber cuál, a algún internado o colegio de monjas, simplemente para perderme de vista, y no les daré esa satisfacción.

Acabo de vestirme y me dirijo hacia cocina a desayunar algo, lo mas mínimo, para calmar el hambre que tengo ahora mismo. No hay nada. Decido que lo mejor es coger dinero y comprar algo en alguna tienda, aunque dudo que haya muchas abiertas a las 8:00 de la mañana. Por suerte encuentro una y, no me lo pienso dos veces, cojo una bebida energética, que es lo único que me hará soportar este día con fuerzas.

Por fin llego a clase, tarde. Como la mayoría de días.

Entro en la pequeña aula y todos se me quedan mirando, como si jamás me hubiesen visto. Atravieso toda la sala, dispuesta a sentarme en mi sitio y no tardo en escuchar cuchicheos detrás de mis pasos, decido pasar de ello, es lo mejor que puedo hacer.

Comienza la clase, pasan horas y cada vez se me hace más pesado atender. Tengo el presentimiento de que las chicas que cuchicheaban sobre mí esta mañana vuelven a ello, por el simple hecho de que después de cada frase se giran a mirarme, no lo entiendo. ¿Acaso no pueden decirme las cosas directamente? Bueno, y yo que me esperaba, sí total estamos en un mundo de hipocresía, incluso no me extrañaría que hablaran mal unas de otras y después no dejaran de colgar fotos todas juntas en Facebook, denominándose "hermanas" las unas a las otras, de verdad qué no sé que ganan con hablar mal de todo el mundo.

Llega la hora del patio, y hago todo lo posible para poder quedarme en clase esa media hora que tenemos, pero mi tutor se niega a permitírmelo.

Obligada, bajo al patio de mi instituto, busco algún lugar donde no haya nadie, pero me es imposible.

De repente se me enciende la bombilla

"Los lavabos", pensé aliviada.

Prometí que no lo volvería a hacer, pero es demasiado el estrés y demasiada la tentación.

Me acerco un cigarrillo a la boca, saco mi mechero y lo enciendo. Yo odiaba el sabor del tabaco, pero me gustaba notar algo en mí, aunque tan solo fuese el humo, me hace sentir viva. Escucho el timbre sonar y apago el cigarro rápidamente para volver a clase y hacer como si nada hubiese pasado.

Toca el timbre de nuevo a las 2:45 del medio día. Al fin libre de nuevo.

Las chicas de mi clase aún siguen mirando y hablando sobre mí...

Lo mejor será pasar de ello, aunque me duele el ser tan distinta y el tener tantos defectos para que cinco chicas puedan criticarlos durante todo un día... Es simplemente surrealista.

Yes, i'm fine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora