Lejos de vos

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      Cuando la vi por primera vez, allá por el sesenta y pico, encabezaba alguna protesta en defensa del medio ambiente. Reía y cantaba al son de las tantas voces que copaban la plaza, acompañadas por el olor del porro que inundaba con su dulzura el aire. Recuerdo perfectamente su cabello revuelto, castaño, apenas enrulado, brillante con la luz del sol del mediodía, como encendido por alguna especie de aura mágica. Nunca en mi vida había visto tantos colores juntos en una persona. Desiré era un combo perfecto de belleza y libertad. Su espíritu traspasaba su cuerpo flacuchento envolviéndome en una atmósfera de psicodélica tranquilidad, no necesitaba drogarme para experimentar la magia de otras realidades como la que me invadía cuando contemplaba a aquella mujer. Era ella la más dulce droga.

      Yo, en cambio, era un falopero deslucido que se acurrucaba a la sombra de los árboles de alguna plaza, buscando en donde envenenarme, siempre acompañado por los de mi especie, con fuego en la sangre y misterios en el alma, y un destino que me esperaba entre las sábanas de la cama de alguna mujer.

      Aquel día estaba solo, recostado contra el tronco de una planta, ella saltaba de acá para allá como poseída por algún tipo de frenesí incontrolable. Yo la observaba detenidamente, parecía una mariposa que revoloteaba abriendo sus alas al mundo, cargada de luces, de tierna fragilidad. La libertad era su estandarte, la paz su lucha y el amor su espada. Pero detrás de la mujer yo vi a la niña, esa que ansiaba ser acogida, aunque ella no se permitiría reconocerlo nunca.

      Después de mirarla fijo durante unos minutos, no sé si por energía visual o por casualidades del momento, ella desvió la mirada repentinamente sobre mí, como si supiese que yo estaba allí observándola. Me asaltó un nerviosismo inexplicable, como si los ojos de esa alocada muchacha se hundieran ferozmente en la intimidad de mi ser, desnudó mi alma en un instante de efímera vulnerabilidad... y no lo pude creer. Caminó entonces en dirección a mí, engarzados sus ojos en los míos, con una sonrisa que evocaba bellezas de otros mundos.

      —When the power of love overcomes the love of power, the world will know peace —me dijo, extendiendo su brazo para que le convidase del porro que estaba fumando.

      — ¿Cómo? —pregunté confundido. Respondí a su ademán mientras liberaba una densa nube de humo.

      —Tu remera —contestó, después de dar una larga y profunda succión.

      —Cuando el poder del amor supere el amor al poder, el mundo conocerá la paz...— claro, Hendrix, sonreí como un idiota —soy bastante malo con el inglés, la verdad.

      —Es buena —continuó, mientras me devolvía el faso y se acomodaba junto a mí. Finalmente, quitó la mirada de mi rostro para detenerse sobre la masa de hippies que saltaban y cantaban eufóricos en medio de la plaza— ¿te digo algo?

      — ¿Qué cosa?

      Volvió a mirarme.

      —Deberíamos hacer el amor —el rojo alrededor de sus iris enardecía aún más el azul brillante de su intensa mirada.

      — ¿Por qué alguien tan hermosa como vos querría coger con alguien como yo? —repuse, sorprendido, pero esperando que insistiese en acostarse conmigo.

      — ¿Por qué no? —me quitó el porro de la boca —ese es el problema de las sociedades, la intolerancia a la diferencia.

      —Totalmente de acuerdo... pero qué se yo, viste como es... vos estás tan llena de colores y yo, bueno, yo...

      — ¿Tan pálido? —me interrumpió, anticipándose a mis palabras.

      —Algo así... soy de otro palo.

      — ¿Y eso qué tiene que ver? Digo... ¿nuestra estética o ideología debería disgregarnos irremediablemente?

      Sus mejillas enrojecidas ardían bajo el sol caluroso de las doce y media. Callé por un instante de silenciosa meditación. Mientras, encendía un cigarrillo.

      —Ramiro, me llamo Ramiro, ¿vos?

      —Desiré.

      Por alguna razón que no comprendí, Desiré despertó en mí sensaciones desconocidas, hacía tan sólo diez minutos que la había visto por primera vez, y ya sentía que nos conocíamos de toda la vida. Temí, muy en el fondo de mi consciencia, que esa mujer fuera la chispa de algo que pudiera incinerarme. Pero ¿cómo saberlo?, si jamás había sentido aquello antes.

      Esa misma madrugada terminamos enredados en su cama, y la siguiente, y también la que siguió. Desde entonces, pasaba cada noche con Desiré, me encantaba hacerle el amor una y otra vez, fumar después de los mejores orgasmos del mundo y dormirnos con su cabeza en mi pecho. La dulzura angelical que me embriagó la primera vez, se había multiplicado por millones, ahora yo era adicto a ella. No me di cuenta del deseo incontrolable que me invadía con tan sólo verla. ¿Estaba enamorándome?

      Pero su mundo era distinto al mío, ella volaba por horizontes que yo simplemente miraba desde la tierra, sus alas de libertad brillaban encendidas por los rayos de sol mientras que yo no era otra cosa que un ermitaño en la oscuridad de una caverna. Y aunque Desiré no lo comprendía, ni, por amor y por orgullo, lo aceptaría nunca, íbamos por rieles separados, viajeros en mapas diferentes. Cada uno bicho de su propio hábitat.

      — ¿Me amás, Rami? —me preguntó una tarde. Pintaba en una remera un arcoíris con algunas flores que parecían deslizarse por él, me pregunté si tendría algún significado particular que no lograba captar.

      La ausencia de respuesta se prolongó más allá de lo que ella esperaba, o podía tolerar. No hacía falta verle el rostro para comprender que había odiado con todo su ser mi silencio. Yo la quería, pero no quería permitírselo saber.

      Me sonrió, le sonreí, y nos abrazamos. Después me fui, sin imaginarme que aquel abrazo extenso sería el último que le diese en mi vida a Desiré.

      Esa noche dormí solo, y entendí que el vacío de su ausencia era una soledad espantosa con la que no sabía convivir. Tan sólo una noche me bastó para comprender que amaba a Desiré, y que callar había sido un error insoportable.

      Al día siguiente la busqué, necesitaba responderle aquella pregunta. Golpeé la puerta de su casa, pero en lugar de Desiré apareció una mujer de aspecto cuarentón, pelo oscuro y una mirada algo perdida, como si acabara de despertar.

      —Busco a Desiré —le dije apenas asomó su redondeado rostro frente a mí.

      —No vive más acá ella.

      — ¿Cómo que no vive más acá? Ayer por la tarde estuve acá con ella —repuse sorprendido, sonriendo por la absurda contestación. Nadie se muda de un día para el otro... me hubiese avisado.

      —Así como te digo, ella me dejó cuidando la casa, se fue anoche.

      Una mezcla de confusión con desesperación se apoderó entonces de mis latidos.

      —Pero cómo que se fue... ¿a dónde se fue?

      —Mirá, no pregunté mucho y no me explicó demasiado, al parecer hay un lugar en donde se iban a reunir varios pibes, de su grupo, viste. El Bolsón se llama, o algo así... por lo que entendí se iba a vivir allá, al sur.

      En alguna parte de mi cabeza, intenté en vano encontrar algo de sentido a lo que acaba de volcarme la desconocida, pero el desconcierto era tan grande que ni siquiera sabía, exactamente, qué carajo sentir al respecto.

      —Está bien... gracias —le dije, y me fui.

      Saqué el último cigarrillo del paquete, y caminé sin volver la vista atrás.

      Ya no volví a ver a Desiré. Nunca intenté seguir su rastro, ni me cuestioné inquietudes que el común de las personas se plantea ante las sinrazones, especialmente aquellas que involucran sentimientos tan fuertes. Yo, por mi parte, opté por aceptar la realidad tal cual se nos presentó y seguir mi camino dentro de mi cotidianeidad, convencido de que todo era mejor así.

      Tampoco volví a sentir aquella drogadicta adrenalina que me poseía al oler la dulzura de Desiré.

      Ella fue luz, yo... soy sólo sombra.    

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