La brisa golpeaba con reconfortante docilidad el rostro blanquecino de Julián, mientras emprendía aquel lento ascenso final. Su semblante vacío dejaba traslucir el agobio de un alma estremecida por las tempestades de un amor enfermizo y una vida turbada que lo habían arrojado a la más trivial de las existencias posibles. Mientras caminaba por la orilla ascendiente del puente que conectaba ambas ciudades, observaba desangrarse el cielo del atardecer, cual si fuera el último suspiro de su espíritu agonizante. Las aguas del Paraná llegaban a sus oídos como ecos de olas aliviadoras que ahogarían sus tristezas bajo el cielo extasiado de fuego y sangre. Se detuvo en la mitad del trayecto del puente, en su punto más elevado. Colocó ambas manos sobre la baranda y observó hacia abajo su tumba líquida. El viento mecía sobre su frente mechones de cabellos oscuros que se desprendían violentamente del fondo pálido de su piel, al tiempo que una lágrima esquiva se rehusaba a brotar de sus ojos, como si su propio ser, negador del consuelo del llanto, lo incitara a morir.
Julián había tenido una infancia difícil de sobrellevar, reflejada aún en su adolescencia, y manifiesta en su adulta juventud en una personalidad retrotraída. Creció en un pequeño pueblo cerca de la capital, en el seno de una familia desestructurada, asediado siempre por la violencia y la confusión, la mayor parte del tiempo solitario y en silencio, tratando de escapar de una realidad que de ninguna manera un niño de su corta edad, en un mundo de adultos enloquecidos, lograría comprender. Y aunque él la amó desde el día en que la vio caminar por vez primera, tan viva y repleta de flores, con aquel vestido delicadamente sugestivo entre los frondosos árboles del parque Mitre, tan opuesta a él, tan complementaria y tan necesaria, jamás pudo explicarse siquiera él mismo, cómo es que a pesar de sus sentimientos tan puros y leales, jamás fue capaz de exteriorizarlos en actitudes. Su espíritu, pues, estaba atravesado por las espinas negras de la angustia, que desde su infancia las circunstancias habían hincado en su ser, y ahora, siendo ya un hombre maduro, la semilla de aquello había germinado en forma de innumerables conflictos que se enredaban en su mente, resultando Julián presidiario de su propio yo.
Sin embargo conocía la causa mas no la solución, entendía muy bien que su problema jamás permitiría a ella sentirse amada, porque era una condición que Julián, muy en contra de su sentir, no sabía ofrecerle. Pero allí acabaría todo finalmente, velado por las aguas dulces del río comprensivo, aplacado el alarido debajo del talante taciturno.
El sol derramaba su fulgor vivo sobre la masa de agua encendida que ondeaba refulgente el espíritu del Paraná, y pensó... "Anahí", y la vio reflejada más allá de la profundidad, allí donde la mente se encuentra con la esencia de las formas. "Anahí" se dijo nuevamente, y en su corazón se acopiaron un sinfín de sentimientos estremecedores. "Anahí". Se querían, pero no congeniaban, la pasión se había vuelto una rutina insoportable. "Anahí". Habían aprendido a convivir por costumbre, de una forma que había desnaturalizado su fondo. "Anahí". No sabía amarla, tampoco perderla. "Anahí"...
Desde la cabina de vigilancia del lugar, dos policías veían la figura indefinida del joven acercarse en la lejanía, pincelada en negro sobre un lienzo escalecido por el crepúsculo. Al pasar junto a ellos lo saludaron indiferentes. Probablemente jamás vieron la muerte en sus ojos, quizás porque cada día lo veían recorrer aquel sendero y meditar durante algunos minutos sobre el puente, luego de los cuales descendía para repetir incansablemente el mismo procedimiento la tarde siguiente.
Aun cuando ella significase la muerte, de igual modo la vida que avivaba frenéticamente los rincones más oscuros de su mente aletargada. Por ello moría un instante ahogado en las profundidades más alejadas de la realidad, bajo el manto apacible del río Paraná, y luego renacía en el escenario que lo había curtido tan encarnizadamente, allí donde no era más que una de las sombras de un sistema de cuerpos proyectada en el suelo de un desierto arenoso, allí donde existía Anahí, su ángel y verdugo, su luz y sombra, su absurdo amor.
Finalmente volteaba la mirada por unos segundos hacia atrás sin detener la marcha en su andar desacompasado, contemplaba la magnificencia del puente que comenzaba a iluminarse con la llegada de las primeras sombras nocturnas, y se perdía en la boscosa ciudad de cimentadas arboledas grises, sabiendo que volvería a recorrer aquel desolado trayecto hacia la muerte al día siguiente... una y otra... y otra... y otra vez.
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Lejos de vos y otros cuentos argentos
Короткий рассказ"Lejos de vos" es un cuento corto que refleja la forma en que el amor y la pasión pueden perderse por culpa del miedo a las diferencias, cuando las barreras están en uno mismo. Y es, a su vez, quien da apertura a una antología de cuentos ambientados...