Adolf Hitler, Joseph Stalin, Alca Pone, Delphine LaLaurie, Shiro Ishii, Katherine Knight, Ted Bundy, Ed Gein, Andrei Chikatilo, Manuel Blanco Romasanta, Aileen Wuornos... Y ¡Ah! El asesino del Zodiaco. Todos ellos, a manos mías, han fenecido. ¿No estáis sorprendidos? Hasta cierto punto, me produce cierta satisfacción, pero en el fondo sé que escorias como ellos deberían seguir en el mundo de los mortales en vez de estar descansando eternamente como lo están haciendo ahora, debajo de vuestros pies. Le hicieron bastante daño a seres que en realidad no lo merecían... No en ese momento. Y tuve que hacerme cargo de ellos por esos mortales que sufrían demasiado a pesar de que su hora no había llegado. Lo único que estas bazofias lograron fue acelerar el plazo. Creyéndose yo. Robando vidas, arrebatándolas.

Quiero suponer que este tipo de personas hacen que la idea de la vida después de la muerte tenga sentido para los mortales: "Sufrí demasiado en mi vida siendo una persona pura e inocente, pero a manos del enemigo no era más que basura, Señor, ¿puedo ir al cielo? ¿Merezco llegar allí a pesar de las circunstancias?". Y me surgen dudas.

Hay que destacar que soy un ser sumamente fisgón, sobre todo en lo que concierne a vosotros los mortales y vuestras raras costumbres. Sois unas criaturas tan, pero tan singulares, que os podría jurar que si decidieseis perderle el miedo a lo que desconocéis, otra cosa sería de vosotros.

¡Oh, mortales!

¿A qué —o a quién— le debéis tal temor tan aberrante?

Adalt. [En edición]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora