"El estúpido florero"

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Me dirigí hacia una de las viejas camas en las que dormíamos, con la intención de cubrirme con las sábanas, y dejar mi mente en blanco. Casi siempre sucedía algo bastante abrumador para mí, hoy no fue una excepción. Mi madre sólo me ignoró y fue a ¿servirse un trago? Esto es nuevo, aunque últimamente bebe más, lo usual es que me demuestre lo cabreada que estaba.

Y unos minutos después sólo escuché cómo se estrellaba una botella de licor contra la puerta y los pasos de mi madre, acercándose. Me arrinconé en una esquina de la cama, y mamá me quitó las sábanas de encima bruscamente.

—¡¿Empujaste a Jemma a propósito?! —ese nombre comenzaba a darme cólera al escucharlo.

Sentí cómo su cálida mano se impactaba contra mi mejilla izquierda. Es curioso, se supone que su mano debería darme caricias a la mejilla, como hacen todas las madres normales, no golpes. Pero bueno, ya estoy acostumbrado a eso.

—¡CONTESTA! —espetó, al mismo tiempo en que me soltaba otra bofetada.

—¡Ya te dije que no! La idiota se tropezó —no debí decir eso. La fuerza de su mano aumentaba cada vez más.

—Más te vale que la trates bien, a ella y a su mamá. Las necesitamos aquí en el circo ¡ASÍ QUE NO LO ARRUINES!

Dijo aquello, y se largó. Probablemente iría con uno de esos estúpidos trapecistas. Así es ella, todo el día descarga sus desplantes conmigo, me recuerda que soy igual de patético que mi padre, se larga con hombres, y finalmente finge ante las demás personas que todo está bien, y que realmente intenta darme (no sólo a mí, también a ella misma) "lo mejor". Qué buen esfuerzo. Pero a mí no me engaña, a pesar de mi corta edad, me doy cuenta de muchas cosas, y ella no lo sabe; yo sé perfectamente lo que hace cuando en las noches no regresa a casa.

Me quedé unos segundos inmóvil, y después me volví a cubrir con las sábanas. Cerré mis ojos mientras escuchaba mis propios sollozos de frustración. Hoy había hecho de todo para que mi madre no estuviera molesta conmigo, realmente intenté complacerla en todo, y llegó la niña tonta a arruinarlo; no, no diré su nombre, no quiero morir de cólera.

[...]

Cuando abrí los ojos, las cortinas de las ventanas del remolque dejaban una pequeña parte descubierta, dejando escapar los rayos del sol. No supe en qué momento me quedé dormido. Mamá aún no regresaba, qué sorpresa. Me levanté y cambié de ropa. Siempre que mamá no regresaba, salía a perder el tiempo o a ver cómo peleaban territorio los diversos bandos familiares del circo. A veces pienso en cómo sería tener una familia de verdad, ¿también pelearía con las otras familias? eso sería divertido.

Dispuesto a salir me dirigí a la puerta, y en todos mis intentos de abrirla, fallé; mi madre le había puesto seguro ¡¿Acaso se volvió más loca?! Tomé uno de los pequeños pedazos de vidrio roto de la botella que estrelló mi madre, e intenté atravesarlo a través de la perilla, a modo de llave, pero fue inútil. Pensé en golpear fuertemente el picaporte con un bate de baseball que tenía guardado y que nunca usé, pero eso estropearía la puerta y mi madre no estaría muy contenta. No me quedaría ahí encerrado; así que volteé a ver una de las ventanas y pensé lo obvio. Coloqué una silla pegada al muro del remolque, me subí a ella y abrí la ventana, justo cuando saqué mi torso, un reflejo hizo que mi pierna se moviera con brusquedad y pateara algo. Otra vez escuché un sonido sordo de algo quebrándose, así que regresé la mitad de mi cuerpo para ver.

MI-ER-DA. Era el florero favorito de mi madre. Era.

Yo tratando de que mi madre no me gritonee, y hago esto. Me apuré a recoger y envolver los pedazos de cerámica, y los guardé.

[...]

Más tarde me dispuse a buscar a alguien que me prestara un poco de pegamento, lo que sea que pudiera pegar los trozos del florero; porque por supuesto que no dejaría que mi madre lo viera así. Seguramente ya llegó al remolque ebria o con resaca, lo suficiente para no darse cuenta de que algo faltaba en el buró y que yo sí logré salir por la ventana. Hoy es jueves, hoy todos en el circo están ocupados montando sus espectáculos para el fin de semana, todos me ignoraban o respondían con un "no puedo ayudarte ahora", "tengo cosas de hacer", "fuera de aquí, pequeña zanahoria".

Mientras caminaba como desesperado, algo se cruzó en mi camino. La niña tonta, quiero decir, Jemma chocó conmigo al salir de la carpa donde estaría su madre, leyendo las cartas.

—Hola —dijo ella, pero yo solo la miré e intenté ignorarla. Seguí caminando, pero recordé que ella me podría prestar el pegamento, no parecía ocupada.

—¿Tienes pegamento? —dije mientras volteaba a verla.

—¿Para qué?

—Eso no te importa ¿Sí tienes o no?

—Sí, pero está en nuestro remolque, mamá y yo nos dirigimos hacia allá, acompáñanos para que te lo dé —dijo amablemente, eso fue nuevo para mí. Yo dudé unos segundos, por su culpa mi madre se puso como loca y pagué por eso, pero podría ser mi única esperanza en estos momentos. Terminé aceptando a regañadientes y me dirigí con ella y la señora Minerva a su "nuevo hogar".

—¿Necesitas ayuda para eso en lo que necesitas el adhesivo? —dijo la señora Minerva, rompiendo el silencio entre los tres —Jemma puede ayudarte

—No gracias —respondí, mientras volteaba a ver a Jemma, quien tampoco lucía muy emocionada por esa propuesta.

Llegamos al remolque y mientras entraba la señora Minerva, la niña mimada me tomó del brazo, deteniendo mi paso.

—Lamento lo de ayer ¿te duele mucho? —dijo en voz baja y señalando mi mejilla.

—¿Qué? —dije, bastante atolondrado.

—Ayer busqué el remolque donde podrías vivir con tu mamá, y di con él porque escuché los gritos de la señorita Lila. Vi por una ventana y...

—¿Nos espiaste? —dije sin dejarla terminar de hablar.

—Mamá dijo que tenía que disculparme contigo por haber dicho que me empujaste, entonces, después de que ustedes nos dejaron aquí, los seguí. Les perdí la pista un rato, pero como ya dije, escuché a tú mamá preguntándote si lo habías hecho a propósito. —dijo mientras agachaba la cabeza —Me asomé por una ventana y vi cómo te daba una bofetada. Lo siento.

—Y todo eso fue por tu culpa —reclamé.

—¿Siempre que te regaña, te pega?

—Por supuesto que no —mentí, pero apenas la conozco, eso a ella le debe tener sin cuidado, además quería recargar en ella un poco de culpa —y ahora debo de arreglar un estúpido florero porque con el drama de anoche ya es suficiente.

—¿Qué drama? —dijo la señora Minerva, asomándose por la puerta.

—Le decía a Jemma que accidentalmente tiré un florero anoche, es el favorito de mi madre, para eso necesito el adhesivo —me apuré a decir, sacando de mi abrigo la tela con los pedazos de cerámica.

—Entonces nosotras te ayudamos, además Jemma está muy apenada por haber mentido ayer ¿cierto Jemma?

—Sí —dijo Jemma aún con la cabeza gacha.

La señora Minerva me invitó a pasar; yo accedí pensando en que Jemma podría compensar lo de ayer, ayudándome. Me ofrecieron galletas, las había horneado la mamá de Jemma. Estaban deliciosas; mi madre no hornea galletas, no cocina muy bien a decir verdad.

Entre los tres arreglamos el florero, mientras la señora Minerva me hacía muchas preguntas.

—¿Entonces toda tu vida has vivido en el circo?

—Así es, señorita Minerva

—No me digas así, solo Minerva —decía mientras se dibujaba una gran sonrisa en su rostro.

Minerva fue muy amable conmigo; Jemma habló poco, pero podía sentir que me lanzaba miradas llenas de culpa. Realmente se sentía mal al respecto. Comencé a sentirme cómodo con ellas, a pesar del silencio extraño de Jemma. Ella es una suertuda, su mamá en ningún momento pareció estar loca, a diferencia de la mía; y además hace las galletas más geniales que he probado. Por un segundo deseé que mi mamá fuera como Minerva, pero yo qué puedo decir, las acabo de conocer. 

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⏰ Última actualización: Oct 05, 2016 ⏰

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Everything Changes || Jerome ValeskaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora