Caminaba sin rumbo fijo, había discutido con mis padres y al parecer no tenia ningún deseo de regresar a casa, me sentía vacío, como si el poco aire que recibían mis pulmones se hubiese extinto, recorde aquella vieja cafetería y empecé con la ruta.
Al llegar lo único que hice fue observar aquel cabello extravagante, su dueña, una chica blanca con ojos tan grandes como el mar se encontraba a unos cuantos pasos de mí, movía su pie con tal frecuencia que se podía escuchar el eco de sus zapatos, y fue en ese preciso instante,
Debía amarla, tenía una fuerte necesidad de abrazarle, acariciar su sonrisa, pero, al despertar de mi trance, no había rastro de aquella chica.