ACTO CUARTO, ESCENA SEGUNDA

57 1 0
                                    


LA ESCENA PASA EN LA CASA DE ANTIFOLO DE EFESO ADRIANA y

LUCIANA

ADRIANA.-i Cómo, Luciana, te ha tentado hasta este punto? ¿Has podido leer

cuidadosamente en sus ojos si sus exigencias eran serias o no? ¿Estaba colorado o pálido,

triste o alegre? ¿Qué observaciones has hecho en ese instante sobre los meteoros de su

corazón que chispeaban en su rostro?

LUCIANA.-Desde luego, ha negado que tuvieseis derecho alguno sobre él.

ADRIANA.-Quería decir que él obraba como si yo no tuviera ninguno. Por esto mismo

estoy aún más indignada.

LUCIANA.-En seguida me ha jurado que era extranjero aquí.

ADRIANA.-Y ha jurado la verdad, pues ha perjurado de su hogar.

LUCIANA.-Entonces he intercedido por vos.

ADRIANA.-¡ bien! , ¿Qué ha dicho él?

LUCIANA.-El amor que yo reclamaba para vos,

lo ha implorado de mí para él.

A D RIANA.-¿Con qué persuasiones ha solicitado tu ternura?

LUCIANA.--En términos que hubiesen podido conmover, tratándose de una pretensión

honrada. Primero ha elogiado mí belleza, en seguida mi inteligencia.

ADRIANA.-¿Le has respondido como debías?

LUCIANA.-Tened paciencia, os conjuro.

ADRIANA.-No puedo, ni quiero tenerme tranquila. Es necesario que se satisfaga mi

lengua, si no mi corazón. Es deforme, contrahecho, viejo y marchito, feo de cara, peor

configurado de cuerpo, de todo punto deforme; vicioso, rudo, extravagante, tonto y bruto;

detestable en los hechos, y más detestable aún en los propósitos.

LUCIANA.-¿Y quién podría estar celosa de semejante hombre? Nunca se llora un mal

perdido.

ADRIANA.-¡Ah! Pero pienso mejor de él que lo que hablo. Y, no obstante, quisiera

que fuese aún más deforme a los ojos de los otros. El avefría grita lejos de su nido, para que

se alejen de él. Mientras mí lengua le maldice, mi corazón ruega por él.

(Entra Dromio.)

DROMIO.-¡Ea! venid. El pupitre, la bolsa: mis caras señoras, apresuraos.

LUCIANA.-¿Por qué estás tan fuera de aliento?

DROMIO.-A fuerza de correr.

ADRIANA.-¿Dónde está tu amo, Dromio? ¿Está bien?

DROMIO.-No; está en los limbos del Tártaro, peor que en el infierno; un diablo de

eterno uniforme lo ha cogido; un diablo cuyo corazón está revestido de acero, un malvado, un

genio brutal e implacable; un lobo, peor que lobo, un mozo vestido de piel de búfalo, un

enemigo secreto que os pone la mano sobre la espalda, y que os cierra el paso de avenidas,

esquinas y calles; en fin, alguien que arrastra las pobres almas al infierno antes del juicio.

ADRIANA.--¡Hombre de Dios! ¿De qué se trata?

DROMIO.-No sé de qué se trata; pero le han prendido

ADRIANA.-¡Qué! ¿Está preso? ¿Y por demanda de quién?

DROMIO.--No sé bien por demanda de quién está preso, todo lo que puedo decir, es

que el que lo ha prendido está vestido con uniforme de piel de búfalo. ¿Queréis, señora,

mandarle para rescatarse, el dinero que está en el pupitre?

ADRIANA.-Ve a buscarlo, hermana mía. (Luciana sale) . Me extraña que tenga deudas

que yo ignore. Dime ¿le han prendido por un pagaré?

DROMIO.-No por un pagaré, sino a propósito de algo más fuerte; una cadena, una

cadena: ¿no oís sonar?

ADRIANA.-¡Qué! ¿La cadena?

DROMIO.-No, no; la campana. Ya debía haberme marchado; eran las dos cuando me

separé de él; y he aquí que el reloj da la una.

ADRIANA.-¿Las horas retroceden pues? Jamás he oído tal cosa.

DROMIO.-¡Oh! sí, verdaderamente; cuando una de las dos horas encuentra a un

sargento, retrocede de miedo.

ADRIAN.-¡Como sí el tiempo tuviera deudas! Razonas como un loco rematado.

DROMIO.-El tiempo es un verdadero quebrado, y debe a la estación más de lo que él

vale. Y es un ladrón también; ¿no habéis oído decir que el tiempo adelanta a paso de lobo,

como un ladrón? Si el tiempo está adeudado y es ladrón, y encuentra en el camino a un

sargento, ¿no tiene razón de retroceder una hora en un día?

ADRIANA.-Corre, Dromio, he aquí el dinero, Llévalo pronto y trae a tu amo a casa

inmediatamente. Venid, hermana mía, estoy abatida por mis conjeturas que ya me animan, ya

me desalientan.

(Salen).    

La comedia de las equivocacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora