ACTO TERCERO, ESCENA SEGUNDA

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LA CASA DE ANTÍFOLO DE EFESO LUCIANA aparece con ANTIFOLO de Siracusa

LUCIANA.-¡Ab! ¿Es posible que hayáis olvidado completamente los deberes de un

marido? Qué, Antífolo, ¿vendrá el odio desde la primavera del amor a corromper los primeros

brotes de vuestro amor? ¿El edificio empezado a fabricar por el amor amenazará ruina desde

ahora? Si habéis desposado a mi hermana por su riqueza, al menos, por consideración a ésta,

tratadla con más bondad. Si amáis en otra parte, hacedlo en secreto; ocultad vuestro amor

pérfido con alguna apariencia de misterio y que mi hermana no lo lea en vuestros ojos. Que

vuestra lengua no sea heraldo de vuestra vergüenza; el aspecto afable, las palabras honestas convienen a la deslealtad; revestid al vicio con la librea de la virtud; conservad la actitud de la

inocencia, aunque vuestro corazón sea culpable; enseñad al crimen a llevar el exterior de la

santidad; sed pérfido en silencio. ¿Qué necesidad hay de que ella sepa nada? ¿Qué ladrón es

tan torpe que se jacte de su propio delito? Es doble injuria abandonar vuestro lecho y hacerlo

comprender en la mesa por vuestro aspecto. Hay para el vicio una especie de buena fama

bastarda cuando se le maneja con habilidad. Las malas acciones se duplican con las malas

palabras. ¡Ah! ¡Pobres mujeres! Puesto que es fácil engañarnos, hacednos creer a lo menos

que nos amáis. Si otras tienen el brazo, mostradnos al menos la manga; estamos avasalladas a

todos vuestros movimientos y nos hacéis mover como queréis. Vamos, querido hermano,

entrar en casa; consolad a mi hermana, regocijadla, llamadla vuestra esposa. Es una mentira

santa el faltar un poco a la sinceridad, cuando la dulce voz de la lisonja subyuga a la

discordia.

ANTIFOLO.-Amada señora (pues no conozco vuestro nombre ni sé por qué prodigio

habéis podido acertar con el mío) , vuestra inteligencia y vuestra gracia hacen de vos nada

menos que una maravilla del mundo. Sois una criatura divina; enseñadme lo que debo pensar,

lo que debo decir. Manifestad a mi inteligencia grosera, terrena, ahogada por los errores,

débil, ligera y superficial, el sentido del enigma oculto en el disfraz de vuestras palabras. ¿Por

qué trabajáis contra la sencilla rectitud de mi alma para hacerla vagar por :in campo

desconocido? ¿Sois un dios? ¿Querríais crearme de nuevo? Transformadme, pues, y cederé a

vuestro poder. Pero si soy yo mismo, sé bien entonces que vuestra llorosa hermana no es mí

esposa ni debo homenaje alguno a su lecho. Mucho más, mucho más arrastrado me siento

hacía vos. ¡Ah! No me atraigas con tus cantos, dulce sirena; para ahogarme en la corriente de

las lágrimas de tu hermana. Canta. sirena, para ti misma y te adoraré; extiende sobre la onda

plateada tus dorados cabellos y serás el lecho donde me recline. Si tal gloría fuese posible,

La comedia de las equivocacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora