La amaba (Mostxa)

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Salt photographs - Brambles

El día en el que decidí no asistir al funeral de mi madre fue unos de los pocos en los que me sentí en paz, un poco más alejado del mundo de lo avitual... al menos, en mi propia paz y tranquilidad inventada. Decirlo así, es técnicamente cruel. Pero no podía negar la sensación de tranquilidad que invadió mi cuerpo entero al saber que mi madre ya no se encontraba en el mundo terrenal. Al saber que ella se habría librado al fin de aquella enfermedad.

Desde el primer día que la internaron hasta el último permanecí en compañía al lado de ella. Y en todos esos días me di cuenta de que mi cuerpo también moría. Aquel a quien yo creía el más fuerte de mi mismo parecía deteriorase siguiendo al cuerpo enfermo de mi madre. Que aquello que la estaba matando a ella, estaba también matándome a mí. Su respiración forzada y aquellos tubos que la mantenían con vida eran una prueba más que ella no aguantaría, que se iría y que sufría.

Su propio dolor me asesinaba y yo lo sabía. Pero ahora que ya no estaba sólo quedaba vacío.

Estar sin ella era cerrar los ojos y perderse. Sin luz, sonido y solo oscuridad.

Y estaba por enfrentarme a esa oscuridad.

•••  

Fui consciente del sonido de la manija de la puerta principal siendo girada, los crujidos de la madera de la escaleras y la maldición de estos al encontrar cerrada la puerta de mi habitación.

Sabía quienes eran. Y conocía plenamente que ellos creían que yo estaba escondiéndome en mi propia realidad. No era así... o al menos, quería creer que no era así. Los golpes se volvieron a escuchar con más insistencia provocándome dolores de cabeza.

—Andre tienes que bajar—habló a quien reconocí como mi tío—. Ahora.

No respondí. Levante mi brazo tomando una almohada entre mis manos y enterrando la cabeza en ella intenté fingir que aquel desconocido no estaba en la puerta. No deseaba ver a nadie, no quería a nadie y deseaba estar solo para llorar a mi madre.

Susurros tenues se escucharon seguidos de unos pasos que se alejaban. Me permití respirar con tranquilidad. No tenía las gana suficientes como para enfrentar otra disputa con mi tío y sobre todo; no quería que viera cuan herido estaba de que él tuviera razón. Cuando mis ojos decidieron cerrarse por el cansancio casi como lo habían hecho los ojos de mi madre fue que la escuché:— Andre... sé que estás ahí. Abre por favor.

Mi tía era lo más cercano a una madre que alguna vez pude tener. Era ella a quien solía acudir con los ojos llenos de lágrimas cuando veía a mi madre sufrir un poco más. Cuando los doctores comentaban que aquella enfermedades avanzaba.

—Sé que es duro, Andre—comentó su murmullo suave aplacado tras la puerta y yo la escuché apretando mis ojos—, pero tienes que despedirte de tu madre.

Seguí apretando mis manos y mi cara en la almohada casi como si buscara quitarme la respiración, casi como si quiera hundirme y dejar de existir.

—Andre...

Pasaron lo que sentí como horas cuando escuché sus pasos alejarse, cuando mis manos dejaron de apretarme contra la almohada y comencé a sentir aquel vació tan característico en el pecho que parecía querer acabar conmigo.

Por inercia me levante acercándome a la puerta, queriendo escapar de aquel vacío. Mis manos frías tomaron la manija abriéndola para poder escapar de aquella habitación y acercarme a mi tía para poder llorar con ella como lo hacía antes; cuando todo recién empezaba. Mis pies bajaron a la velocidad que mi mente borracha me permitía. Sentía y veía que mis pies iban en dirección correcta pero sabía perfectamente que mi cuerpo se balanceaba un poco. Cuando hube llegado al final de las escaleras sentí una mano dura tomarme el hombro con rudeza provocando que levantara la cabeza con sorpresa y casi cayera de espaldas. Una mirada de ojos oscuros sin ningún rastro de tristeza o llanto en la cara me observaron llenos de desaprobación.

—Eres una vergüenza—comentó en un siseo mientras yo apartaba su mano de mi con tanta fuerza que me balanceé hacia atrás.

Mi tío, el hermano de mi madre, pasó por mi lado escaleras arriba y tan pronto como lo escuché abrir la puerta oí cómo abría mis cajones rebuscando entre mis ropas. Sus gritos quemaban, sus palabras ardían en mis pensamientos. Miserable. Culpable. Mil veces culpable.

Cuando ya hubo bajado, sus manos me tendieron con fuerza en el pecho un par de zapatos de cuero y un saco negro.—Cámbiate en el auto.

Lo seguí porque ya no podía decir que no. Ya estaba afuera y debía decir adiós. Subí al auto bajo la atenta mirada de mi tía de ojos rojizos e irritados. Pensé entonces, si ella lucía de aquella forma tan desgastada qué reflejo mostraría yo ante sus ojos.

—¿Por qué bebiste, Andre?—me pregunto con la voz ronca, como si hubiera estado gritando.

Mi voz parecía haberse quedado sin palabras y la vergüenza que sentía de encarar a mi tía me hizo bajar la mirada al suelo, al ser espectador de mi propia miseria. Zapatos llenos de barro, pantalones rasgados y ojos rojos llenos de dolor y culpabilidad.

Despegué los ojos del suelo cuando sentí que el auto se había detenido del todo. Mi mirada se dirigió a la ventanilla y vi a todas aquellas personas vestidas de negro, sentadas, de pie, pero todas llorando y mirando a un punto en particular. Un cajón de madera donde yacía mi madre. Las puertas de conductor y copiloto se abrieron haciendo que despegara la mirada de aquel escenario, porque eso era; un escenario lleno de actores y actrices.

—Vamos—me llamó mi tía ayudándome a bajar y a ponerme el saco.

En ningún momento la miré, no tenía las fuerzas para hacerlo. Seguí a mi tío quien había avanzado sin nosotros mientras sentía a mi tía caminar a mi lado.—Andre... sabes que puedes llorar, ¿verdad? Nadie te dirá nada.

Asentí mientras tomaba asiento entre todas aquellas personas sintiéndome un completo extraño. Alguien ajeno a sus vidas y a aquella realidad. Con el pasar de los minutos y de los lamentos no me atreví a moverme de la silla y acercarme a mi madre. Y termine siendo observador de cómo una máquina empezaba a depositar lentamente a mi madre dentro de su cajón en su tumba.

Mis tías derramaban lágrimas, unas más escandalosas que otras, quizás —pensé— tratando de competir por quién sufría más por la muerte de un familiar. Me daban ganas de taparme los oídos con las palmas de las manos, cubrir mis ojos y no mirar pero no podía hacerlo porque no era por ellas que estaba ahí. Sino por alguien que ya ni si quiera respiraba.

Cuando el ataúd comenzó a descender mi mirada fue atrapada por él con cierto anhelo, algo dentro de mí deseaba fuertemente ocupar el lugar de mi madre y si no era así, por lo menos, deseaba seguirla ante aquellas profundidades... porque yo, a pesar de todo, en serio la amaba.

-Mostxa.

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