Prólogo: Pelear, gritar, besar.

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Alzó su cuello, rascando su nariz contra la incipiente barba de él, sonriendo levemente mientras le besaba la barbilla. Vagamente, comenzó a trazar líneas y formas en su pecho desnudo. Círculos, flores, estrellas y sonrisas; no corazones. Jamás corazones.

Aún tenía los anteojos puestos y su respiración era profunda; no estaba durmiendo, ella lo sabía, y sin embargo él no jugaba con su cabello como siempre lo hacía cuando yacía a su lado, ocasionalmente sosteniendo sus manos, frotándole la nariz, la frente o los labios. En lugar de eso, simplemente estaba sobre su espalda, con la mirada perdida en el dosel de su cama. Estaba distraído y ella no estaba segura de por qué.

Se estiró, presionándose contre su lado, tratando de ganar su atención. Falló.

Giró de vuelta para acostarse sobre su espalda, bostezando y todavía sin obtener su atención, decidió un acercamiento más directo: rodó sobre su cuerpo nuevamente, para esta vez quedar sobre su pecho, con la barbilla apoyada sobre sus manos.

— ¿Qué sucede?

— Nada, — murmuró, aún sin mirarla.

— Estás mintiendo, — lo regañó ligeramente, usando uno de sus dedos para jugar con los pocos pelos que habían crecido en su pecho. — Nada de secretos, ¿recuerdas?

Bufó, casi con burla.

— James, — insistió, — ¿qué pasa?

El azabache gruñó y algo violentamente se sentó, provocando que ella cayera sobre la cama bruscamente. Abrió los doseles que los rodeaban, saliendo de la cama, e ignorando su desnudez, empezó a buscar frenéticamente su ropa. Ella lucía shockeada y herida mientras lo veía encontrar sus boxers y ponérselos.

— ¡James! — prácticamente le rogó, no entendiendo qué le sucedía al muchacho.

Se giró y la miró mientras se subía el cierre del pantalón del uniforme. No estaba enojado. Su expresión más bien mostraba confusión, y tristeza, y frustración. Suspiró y se llevó las manos al rostro, lentamente subiéndolas y despeinándose el cabello aún más.

Miró hacia atrás, tratando de ignorar la desnudez de ella que se había sentado en la cama, buscando las palabras correctas que decir.

— No puedo seguir haciendo esto, — declaró.

— ¿A q-qué te refieres? — balbuceó.

— Esta, esta, — no podía encontrar las palabras, — ¡cosa! — escupió. — Lo que sea que esto sea. No puedo seguir haciéndolo, Lily. No más.

No necesitaba decir nada, estaba segura de que sus ojos revelaban exactamente lo que sentía mientras lo miraba girar sobre sus talones y caminar fuera de la habitación.

Lentamente, hundió la cabeza en sus manos y permitió que un sollozo saliera.

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Todo había comenzado en cuarto año. Al final de éste, para ser más precisos. Después de que ella hubiera desarrollado algunas curvas y él hubiera crecido cerca de treinta centímetros, acompañado de un ego. Un gran, gran ego.

Ese fatídico día de abril habían estado peleado, como era usual entre ellos. Él había mencionado mal-intencionadamente el tamaño de sus pechos y luego asegurado que debía estar con el síndrome premenstrual por haber reaccionado tan mal. Y la cuestión era que ella sí tenía el SPM y él riéndose de su pequeño, pero creciente pecho, no le venía en gracia.

— ¡ERES UN BABOSO Y UN IDIOTA, POTTER!

— ¿Qué, Evans? ¿No puedes tolerar una broma? — se burló, con una sonrisa satisfecha. Un simple comentario y había logrado hacerla enfadar. Y Merlín sabía cuánto le gustaba verla enfadada, roja de la furia, sobre todo cuando sabía que él era el causante.

Prohibido besar y contar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora