Capítulo 1: Quinto año.

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El verano pasó con lentitud. Todo en lo que podía pensar era él. Quería pelear con él, enfrentar su ingenio al de él. Para poder recordarle el baboso idiota que era, por supuesto. Querer besarlo luego de hacerlo no tenía nada que ver con eso. Nada de nada.

Ella tan solo quería gritarle, razón por la cual cuando recibió su carta de Hogwarts, informándole que era Prefecta, estaba fascinada. Había dicho que era un gran honor, lo cual era cierto. Sin embargo, si era honesta con ella misma, cosa que no lo era, estaba encantada de tener otra razón para poder gritarle.

En el expreso de Hogwarts, asistió a la reunión de los prefectos y estaba emocionada y a la vez decepcionada de descubrir que su compañero sería Remus Lupin. Emocionada porque ambos se llevaban bastante bien y decepcionada porque Remus era su amigo, y lo podría mantener bajo control, lo cual arruinaría sus oportunidades de pelear con él. Si Lily fuera honesta consigo mismo, eso pensaría. Pero continuaba diciéndose a sí misma y a cualquiera que preguntara, que el problema era que Remus podría dejarlo ir de rositas.

Los dos nuevos prefectos de Gryffindor volvieron de la reunión juntos, charlando amenamente sobre el año que se les venía encima. Primero llegaron al compartimento de Remus y su corazón latió con anticipación: él estaría allí, estaba segura de aquello. Remus abrió la puerta. Él estaba allí. Él logró vislumbrarla mientras ella saludaba a su compañero, lista para irse.

— ¿Qué, Evans? — chasqueó, con la misma miradita traviesa que tenía cada vez que la molestaba. — ¿Eres prefecta ahora? Como si necesitaras una placa para ser más insoportable.

— ¿Lograste entrar al tren, Potter? — devolvió ella. — Me sorprende que pudieras caber con esa gorda cabeza tuya.

Los otros tres Merodeadores gruñeron al unísono.

— Vamos, chicos, — sugirió Sirius Black, — Dejemos a estos dos pelear en paz.

— O cortarse en pedacitos, — añadió Remus, mientras iba saliendo.

James apenas esperó a que la puerta se cerrase antes de estampar su boca con la suya. Ella cedió ligeramente antes de que la realidad la golpeara y lo empujó lejos.

— ¡Potter! — siseó. — Las personas pueden vernos.

— ¿Y? — James volvió a moverse para quedar cerca de ella. — Que miren si quieren.

— ¡No! Nadie puede saber.

— ¿Por qué no? — preguntó molesto.

— ¡¡Porque!! — resopló, sintiendo como comenzaba a perder la paciencia. — Mira, Potter, — susurró duramente, — yo no tengo ningún problema con besarme contigo, — lo miró directo a los ojos avellanas y le clavó un dedo en el pecho, — pero eso es todo. Nada de tomarnos las manos, no abrazos, no apodos dulces, no nada. Nada más. — se giró para irse pero volvió la cabeza para mirarlo. — Y nadie puede saber.

Volvió a enfrentar a la puerta, intentando irse.

— De acuerdo, — declaró. — No es como si quisiera que alguien sepa que me estoy morreando con una arpía como tú, de todas maneras.

Ella se frenó en la puerta y bajó la cortina de la ventana que tenía el compartimiento. Se dio la vuelta, cargándolo como a un toro hasta empujarlo contra la ventana y besarlo con ferocidad.

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Su juego continuó. Las reglas eran simples. Provocarse el uno al otro. Gritarse el uno al otro. Besar el uno al otro. Hacerlo tan frecuentemente como pudieran pero jamás, jamás, besar y contar. Ellos no tenían una relación.

Prohibido besar y contar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora