Capítulo 2: Verano.

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Evans,

¿Estás bien? Solo quería asegurarme de eso. Parecías bastante ida luego de que nosotros, bueno, tú sabes... Escríbeme.

James.

**

Evans,

Lo siento si estás molesta. Pero de verdad, ¿estás bien? Podemos vernos y hablar de esto si quieres. Solo, por favor, escríbeme. Estoy (varias cosas estaban tachadas) preocupado por tí. Yo (varias cosas más estaban tachadas) te extraño.

James

**

Lily,

Por favor, por favor, respóndeme. Necesito saber de tí. Necesito verte. Te extraño. Por favor, por favor, por favor, solo responde. Escríbeme. Veámonos. Por favor.

James

Lily no había tenido intención de ignorar las cartas. Había tenido la intención de responder la primera y había logrado escribir una oración antes de que las lágrimas comenzaran a salir y arruinaran el pergamino. Al siguiente día había intentado escribir otra carta. Una vez más, sus lágrimas arruinaron el papel. Decidiendo que no valía la pena, había dejado ese pensamiento de lado y esperado que James estuviera simplemente siendo cortés.

La segunda carta le dijo otra cosa. James no estaba simplemente siendo amable. Parecía como si él... ¿realmente se preocupara? La asustaba. No se suponía que él se preocupara. Pero, si pensaba sobre aquello, tampoco ella debería hacerlo. Responder a esa carta había sido mucho más difícil que a la primera. No tenía idea de qué escribir. Había mirado un pedazo de pergamino vacío durante al menos una hora antes de decidir que simplemente podía no molestarse por eso.

La tercera en cambio lo hizo. Tomó su destrozado corazón, juntó los pedacitos y luego lo rompió otra vez en maneras completamente nuevas. No podía ignorar esa. Se enfrentó a los mismos problemas que había tenido con las primeras dos cartas al responder; arruinó varios pedazos de pergamino y finalmente, se las arregló para rasgar una solo palabra antes de que las lágrimas comenzaran a salir nuevamente.

Okey.

****

Lily llegó al Caldero Chorreante exactamente a las doce y media, como habían acordado. Estaba agradecida que el lugar estuviera casi vacío. Aunque después de todo, era Martes y la mayoría de las personas tenía trabajos o reuniones o chicos de los cuales cuidar como para dejar todo de lado y visitar un pub.

Encontró un asiento en una mesa frente al fuego y esperó. El tabernero le ofreció una bebida, la cual rechazó amablemente.

Golpeteó el pie contra el suelo, impaciente. En el reloj se leían las doce y treinta y dos. Se sonó los dedos. Doce y treinta y tres. Se pasó los dedos por el cabello. Doce y treinta y cinco. Estaba tarde. No iba a ir. Se le revolvió el estómago. Doce y treinta y siete. Él no la dejaría plantada. No le rogaría que vaya para luego no aparecer. Doce y cuarenta. El fuego crepitó con un color verde y sus ojos se abrieron con esperanza. Una vieja bruja salió. Doce y cuarenta y dos. Chequeó su maquillaje con su polvera. Doce y cuarenta y ocho. Otra vez, el fuego se tornó esmeralda. Retuvo la respiración y la soltó con alivio.

— Lo lamento, llegué tarde.

— Está bien, — respondió fríamente.

— ¿No llevas mucho esperando, no?

Dieciocho minutos.

— No, para nada.

— Bien, — asintió, — ¿deberíamos ir yendo entonces?

Prohibido besar y contar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora