¿Morfina?

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Sherlock tenía un problema. No sabía realmente los efectos de esa droga, y ahora tenía un gran, gran problema. Los golpes en la puerta no ayudaban en nada.
— ¡Sherlock! ¡Te juro por Dios que si no abres esta puerta ya mismo...— escuchó a John debatir consigo mismo. Incluso pudo escuchar el suspiro resignado antes de tocar suavemente, tratando de mantener un tono educado, pero subiendo cada vez más de decibeles—. Estamos en la mitad de un caso, ¿recuerdas? No es momento para drogarse.
El temperamento del doctor (o la falta de este) le habría causado gracia, sin duda, de no estar en esa incómoda situación.
Sentía que su cuerpo se quemaba, la garganta seca, una agonía terrible, toda la sangre concentrada en esa zona específica de su cuerpo... Veía borroso, la ropa le estorbaba.
Se desnudó, tratando de quitarse el calor ardiente que lo abarcaba, sin querer recurrir a las medidas a las que estaba pensando, tendría que recurrir, por el mero hecho de que John Watson estaba esperando, y escuchando cada sonido que hacía, atento a señales de vida.
Tuvo una convulsión involuntaria, probablemente por negarle a su cuerpo dejarse llevar por los efectos de la droga. Miró hacia abajo, viendo ese objeto erecto que se hacía llamar pene, ahí. Burlándose de él. Diciéndole lo humano que era. Recordandole que incluso él, el grandioso Sherlock Holmes, debía ceder a los impulsos carnales.
Sin poder aguantarlo más, rodeó su miembro con una mano, sintiendo la excitación aumentada por la droga recorrerle con escalofríos por todo el cuerpo. Se contorsionó contra su mano, aumentando el ritmo, desseperado por alcanzar esa liberación... Pensó, con cierta culpabilidad, que era John el que lo acariciaba, sin darse cuenta de los pequeños gemidos que salían de su boca.
La idea del Doctor susurrandole al oído, mientras lo acariciaba, lo hizo llegar al orgasmo, manchabdo su abdomen. Suspiró con alivio mientras esperaba que su erección desapareciera, pero para su sorpresa, (y hastío), no se iba.
Subió a su cama, y ya, libre de pudor, se frotó contra su almohada, dejando a su cuerpo tomar el control. Disfrutando, a su pesar, de las sensaciones que le proporcionaba. Las estocadas cada vez iban más rápido, pormetiendole un orgasmo aún más fuerte que el anterior, gemidos roncos y cada vez más fuertes saliendo de su garganta sin que pudiera evitarlo.
La segunda liberación fue mucho más larga y placentera, arrancándole un grito que le desgarró la garganta.
Un grito que evitó que escuchara como su compañero de apartamento abría la puerta con la llave de repuesto.
John se quedó viendo el sudado cuerpo del detective consultor, embobado, mientras este daba más estocadas, inmerso en su corrida, sintiendo que los efectos de la drgoa seguían en él.
— maldita sea— murmuró Holmes, para masturbarse furiosamemte con la mano, si cambiar de posición.
No fue hasta que John soltó un jadeo ahogado, que no se dio cuenta de su presencia en la habitación.
Dejó de hacer lo que hacía, oara  mirar a John entre exitado y apenado.
— lamento... Esto— dijo sin mucha convicción. Pudo ver los signos de excitación en su compañero, incluso estando drogado. Pupilas dilatadas, labios secos, un bulto haciéndose cada vez más grande en sus pantalones. Envalentonado por la droga, se levantó y caminó hacia el más bajo, deteniendose con los labios a la altura de la oreja del menor, quien que se paralizó—. ¿Me ayudas?
El ex soldado soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo cuando sintió la torpe mano de su mejor amigo tantear su cinturón, reaccionando. Se echó un paso hacia atrás.
— ¿Sherlock? ¿Qué demonios pasa contigo?— revisó la habitación con la mirada, encontrándose con la jeringa vacía, abandonada en el suelo—. ¿Estás drogado otra vez?
— Por favor, John ¡Ayudame!— el de rulos masajeó su pene sin pudor, acercándose más al doctor, rozando con su mano y miembro el estómago del más bajo. Su voz era temblorosa y desesperada—. Tengo calor, mucho calor. Duele.
El rubio trató de mantener la compostura, pese a que a estas alturas ya estaba más que duro y deseoso, y llevó lentamente a Sherlock a su cama, tomó el vaso de agua en la mesita de noche y se lo dio de beber a Sherlock, quien no había dejado de masturbarse.
— John— gimió después de tragar el agua, mandando una punzada de placer justo a la entrepierna del aludido, quien sólo lo miraba sin saber que hacer. Sus ojos se encontraron, ambos consumidos por el deseo—. Ah, John. Por favor. Ayúdame.
La voz, de por sí grave, del detective, estaba aún mas ronca, lo que hizo que el doctor perdiera la cabeza.
Se quitó los pantalones y calzoncillos, buscando el propio placer mientras veía como su mejor amigo se masturbaba gimiendo su nombre.
— mmh— gimió tímidamente, sentado a un lado del menor de los Holmes—. Sherlock— jadeó cuando sintió la mano de este sobre su pene, cerró los ojos y lanzó un gemido ronco.
Rápidamente se colocó a horcajadas sobre el de rulos, tomando ambos miembros con una mano, y masturbando en conjunto, sintiéndose cada vez más cerca del cielo.
— oh, John. Sí, sí — lo alentaba sin recato el otro, fuera de sí, hasta que se corrió por tercera vez, esta en las manos de su mejor amigo.
El sentir el semen caliente del de ojos azules en su mano hizo que el rubio no aguantara más  y se corriera ahí mismo, manchando el abdomen del que había sido su padrino de bodas tan solo tres años atrás.
Respiraron superficialmente con las frentes pegadas, el miembro del doctor abandonando la erección, pero el del detective aún no.
— ¡oh! ¡Por favor!— se lamentó este al sentir que su pene no regresaba a su tamaño original.
El doctor miró con lujuria la erección de su compañero, y bajó hasta poner su cara a la altura de esta.
Sacó la lengua con un poco de reticencia, pero ya que estaba ahí, con Sherlock mirándolo expectante, la excitación brotando de cada poro, no se podía dar marcha atrás.
Podía sentir cómo él mismo se ponía duro sólo esperando lo que iba a hacer.
Chupó la punta, envolviendo sus dientes con los labios para evitar hacerle daño al de rulos, quien gritó un improperio y agarró la cabeza de John, haciéndolo ir más abajo.
Pronto marcó un ritmo, el ex soldado sólo dejándose hacer mientras se masturbaba, sintiendo como Sherlock follaba su boca, llegando algunas veces a la garganta, sin poder abarcarlo todo en ningún momento, pero ayudando con las manos en la base del pene.
Las embestidas de su mejor amigo en su boca subieron de intensidad, avisándole que estaba cerca. Aumentó  el  ritmo de su propia estimulación, corriendose a la vez que su compañero. No pudo abarcar todo en su boca, por lo que su cara quedó manchada con semen.
Finalmente, Sherlock sintió con alivio que su erección bajaba, junto con su temperatura corporal. Su visión y u mente se aclararon, dándose cuenta de lo que acababa de hacer.
Se sentó en la cama, sintiendose sucio y pejagoso, detestándose por haber mancillado uns amistad tan pura como la que tenía con el Dr. Watson por algo tan básico como sus deseos carnales, sin contar que ahora sus sentimientos parecían estar devorándolo, liberando endorfinas por el acto semi sexual, causándole felicidad, pero sintiéndose miserable, porque de ahora en adelante, nada sería igual con su compañero. ¿Debía confesar los sentimientos que llevaba guardados hace más de cinco años? No ke había pasado desapercibido que al rechazar en aquella primera instancia a John, le había advertido que estaba casado con su trabajo, pero... ¿Dónde terminaba su trabajo y empezaba su relación con Watson? ¿Acaso el doctor no era parte de su trabajo?
— ¡Sherlock!— el detective consultor volvió a la realidad, dándose cuenta de que se había ido en sus pensamientos otra vez.
— disculpa, John. ¿Decías?— lo miró  a los ojos, pero el aludido no correspondió.
— Estaba diciendo que eres un grandísimo idiota.
— lo sé.
— que arriesgar el caso...
— lo sé.
— ¿Entonces por qué lo hiciste?— la voz del ex soladado no sonó dura, como si estuviera enojado. Sonó  decepcionada, sus miradas se encontraron por unos segundos, y esta vez fue el turno de los ojos azules de bajar la vista, herido. No quería que viera que sentía algo.
— Discúlpame, John. No volverá a pasar. Nunca más sabrás de este tipo de acción de mi parte, reprimiré cualquier impulso que tenga y nunca lo volveremos a mencionar.
— ya lo has prometido antes, Sherlock— acotó el más bajo con rabia.
El aludido levantó la mirada con confusión.
— me parece que no nos estamos entendiendo. ¿De qué estás hablando?
— de esto, ¡por supuesto!— el rubio se levantó de la cama, en algunos momento mientras el más alto pensaba se había vuelto a vestir, y volvió con la jeringa en la mano—. ¿De qué hablabas tú?
Sintió sus mejillas enrojecer, y evitó mirar a su mejor amigo a la cara. Dejó que atara cabos por sí solo, lo que luego de unos segundos, sucedió.
— ¡Por Dios Santo! ¿Crees que si no hubiera querido hacerlo, lo habría hecho igual? Eres el genio más idiota que he conocido, Sherlock Holmes. Honestamente.
El aludido lo miró con sorpresa, aún con el pesar de sus sentimientos  detrás, pero sin siquiera pensar en confesarlos.
— ¿entonces...? ¿Te atraigo sexualmente? Pensé que eras heterosexual.
— y yo que eras de piedra, por lo visto, ambos nos equivocamos.
Soltó una pequeña risa, más parecido a un bufido.
— Entonces... ¿estamos bien?— preguntó cautelosamente, el otro negó con la cabeza.
— No, tendremos que hablar de algo de lo que odias hablar, Sherlock; los sentimientos— sentenció, a lo que el otro renegó, con la intención de pararse, pero el más pequeño hizo acopio de su fuerza para devolverlo al colchón de un tirón de brazo.
— ¿me puedo dar una ducha primero? El semen comienza a pegarse en las vellocidades, y dolería mucho sacarlo cuando se endurezca— el otro hizo una mueca por lo gráfico de la explicación, pero asintió.
Una vez aseados, vestidos y en el living, se sentaron en sus respectivos sillones.
— así que...— empezó John, sin saber cómo empezar.
— querías hablar de sentimientos, hablemos de sentimientos— dijo Sherlock acomodandose en su sillón—. ¿Qué sientes?
— ¿Respecto a qué?
— no lo sé, tu eres el experto en la materia.
Ninguno quería dar su brazo a torcer por miedo a arruinar todo, sin saber que ambos querían lo mismo. Se quedaron unos minutos en silencio, observándose con seriedad, sumidos en sus pensamientos, atormentados por las dudas.
— así no llegaremos a ningún lado— dijo Holmes descruzando sus piernas, para apoyar los codos en sus rodillas—. Di lo que sientes respecto a lo que acaba de pasar.
— Bueno... Llevaba un tiempo queriendo que pasara-
— especifica "tiempo"— lo interrumpió.
— desde que las cosas con Mary... No resultaron.
— continúa.
— Ok... Esto no es fácil de decir, y sólo lo diré una vez, ¿está bien? No lo repetiré, así que presta atención— ambos estaban rodilla con rodilla, casi cayendose de sus sillones. —. Creo qué— carraspeó luego de que le fallara la voz, hizo esa adorable mueca que hace cuando se frusta, para susurrar rapidamente—. Te amo, Sherlock Holmes, y no precisamente como a un amigo.
Sherlock abandonó su asiento para abalanzarse a abrazar a John, apretándolo como si no hubiera un mañana.
— son demasiadas emociones— confesó en su oído, sintiendo las  lágrimas aflorar—. No sé qué hacer con ellas.
— Bueno, expresarlas— dijo el otro, devolviendo el abrazo con calidez.
El de ojos azules rió mientras las lágrimas caían, sintiéndose tontamente aliviado.
— Te amo, John Watson.
— lastima que no podamos salir, estás casado con tu trabajo— bromeó el aludido.
— entonces no es problema— informó el otro, separándose para mirarlo anlos ojos, con la chispa de antaño revivida—. Eres parte de mi trabajo. Y el juego... El juego está en marcha.

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Tomó la jeringa en la que la etiqueta "Morfina" se leía. Eso no era morfina. No podía serlo.
Se fijó más en la etiqueta, y golpeó su frente. En las ansias por experimentar los efectos de la droga, no se había parado a observar la jeringa.
La etiqueta era demasiado nueva, no estaba gastada y no mostraba ningún síntoma de rasguño mientras que él mismo sabía que habían estado en el mismo bolsillo que unos cigarrillos, lo que habría rayado el papel adherente.
Revisó las orillas, dándose cuenta del pegamento. Alguien había despegado la etiqueta anterior y puesto la de morfina encima. Alguien con mal pulso. Pero, ¿Quién? ¿Quién tenía acceso a su habitación? John quedaba descartado, porque no podría haberse conseguido la droga ni aunque la tuviera dos dedos frente a la nariz, y su pulso era envidiable.
¿Quién más entraba a su habitación?
Mycroft no arriesgaría su reputación comprando drogas, y la Señora Hudson ko lo dejaría entrar sin el concentimiento de...
La Señora Hudson.
Todo encajó en el puzzle.
¡La Señora Hudson!
La Señora Hudson los quería juntos, tenía acceso a drogas y a su habitación, además de que su avanzada edad hacía que sus manos temblaran cuando requería habilidad.
La Señora Hudson lo había planeado todo.
Y no podía querer más a esa bizarra, insignificante y molesta señora.

Johnlock One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora