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Derek se sentó en la misma mesa donde lo hacía cada tarde; la vista era única, no sólo al lado de la inmensa ventana que dejaba en vista la ciudad, sino también una en la que podía ver al castaño trabajar en la cocina o en la barra de bebidas. Se relajó sobre el asiento de cuero y simplemente esperó, tenía un plan.

Una moza se acercó a su mesa para tomar su pedido, era una chica que desde hace días le venía haciendo ojitos. Si fuera el Derek de hace unas semanas, probablemente hubieran ido junto a ella a follar en algún lado. Pero el Derek actual sólo quiere que la zorra se mueva, ya que ella le estaba tapando la preciada vista de su castañito trabajando de forma apresurada, casi errática.

Negó con desinterés ante el ofrecimiento de la rubia, alegando que todavía no había elegido su pedido; la chica, cuyo nombre decía Kate en la placa sobre su camisa, lo miró extrañada, ya que siempre pedía lo mismo; pero a Derek no podría importarle menos, como ya había dicho, tenía un plan, y la rubia con implantes estaba irrumpiendo en ellos.

La ahora llamada "Kate" se fue ofendida, pero Derek ni siquiera se dio cuenta de ello, estaba muy metido en sus pensamientos, planeando meticulosamente qué decir y cómo actuar.

Pasaron veinte minutos y aún no ocurría nada, Derek tenía la sensación de que no faltaba mucho para que los dueños lo echaran si no hacía ningún pedido. Empezó a pisar frenéticamente el suelo con su pierna derecha, y lo empezaron a consumir los nervios.

¿Y si hoy no era el día?

Seguramente era eso, quizá si volvía mañana tendría más oportunidades.

Sí, estaba actuando como un cobarde.

Pero, como siempre, nunca lo admitiría.

Había pasado más de media hora en el local, y decidió que podía hacerlo cinco minutos más, aunque la esperanza era poca, y quizá simplemente esperaba ese mínimo tiempo para autoconvencerse de que no era un cobarde.

No, Derek Hale no era un cobarde.

Y en ese preciso momento, una niña que desde hace minutos no paraba de llorar, tiró una soda al suelo, rompiéndola en pedazos.

Por eso, Derek odiaba a los infantes, y también odiaba a las madres que no podían controlarlos.

Sí, Derek en definitiva no era un hombre de niños, en especial, los mocosos llorones y malcriados.

Pero una imagen de su castañito con un bebé entre sus brazos lo invadió.

Y Derek supo que los niños no estaban tan fuera de su alcance como pensaba.

La zorra, es decir, Kate, se acercó con el ceño fruncido a los pedazos de vidrio derramados en el suelo, y suspiró con cansancio. Derek llegó a sentir mínima pena por ella, y se levantó para ayudarla. La rubia plástica se sonrosó levemente y le sonrió agradecida, mientras que Derek simplemente asintió.

La puerta que daba de la cocina a la cafetería se abrió y el castaño caminó a través de ella, llegando a su lado.

Toda estaba pasando demasiado rápido. Y Derek no llegaba a asimilarlo.

El castaño le acercó un trapo a Kate, y se acuclilló frente a la niña, sonriéndole con dulzura al mismo tiempo que le entregaba una paleta, a lo que la niña dejó de llorar inmediatamente.

Derek pudo jurar que su corazón se había detenido.

Joder, ¿es que el castaño no podía ser más perfecto?

Y ahora que lo tenía cerca, podía observar con atención los cientos de lunares que invadían su rostro, los pocos que estaban en su cuello, y los que se perdían en zonas que Derek se moría por explorar; notó que sus ojos era de un tono miel opaco, casi whisky, pero en ellos habían un brillo inapagable de dulzura y amor, incluso cierta pasión que no pudo descifrar; hasta pudo notar lo delgado y pálido que era el castaño en comparación con él. 

The Magic is in the Air.  •Sterek•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora