Capítulo IV: Dulce tentación

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Desdoblé el pequeño papel que guardé, por casi, cinco días en mi chaqueta negra. Camila, antes de irse de la cafetería, me había anotado su número celular en ese trozo de hoja.

Miré el reloj que colgaba de la pared de la sala: eran las cinco de la tarde. Llamaría a Camila y le diría que iba a su casa a recogerla a las siete. Había planeado llevarla al cine, a ver «La entidad», la última película de terror peruana que estaba de estreno, de allí a comer, la dejaría escoger el restaurante y después... Sonreí. La noche aún sería joven y ella podría darme las caricias pasajeras que deseaba.

El sonido de llaves se escuchó desde afuera del departamento. Dana entró, venía con ropa holgada y cómoda, me miró minuciosa, la ropa que llevaba le indicaba que estaba próxima a salir.

―¿Una cita? ―Aunque sonó a pregunta, era una afirmación.

Disfrutaba de la comodidad, más si era en la ropa. Los ajustados jeans sólo los usaba en la calle, donde me gustaba estar presentable para coquetear con la primera chica bonita que viera.

―Sí ―contesté.

Dana hizo un gesto de desagrado. Mis citas consistían en invitar a cenar a la joven de turno y, luego, llevarla a mi departamento a tener sexo.

―Que tengas una noche placentera.

Aún no le decía a Dana de mi decisión. Le conté de Camila y de mis imprevistos encuentros con ella en la cafetería.

***

Estaba aterrada. Keila mostraba una faceta desconocida. Me mordí los labios, dudando de la decisión que tomé, tal vez no fue buena idea aconsejar a Keila de conocer a alguien y entablar una relación seria. Los ojos azules, eran distintos, en ellos había un pequeño brillo especial que, podía asegurar, la rubia todavía ignoraba. Suspiré. La palabrería de Keila sobre la cita y sus metas, a conocer más ese sentimiento ajeno le daba dolor de cabeza.

―¿Qué piensas?, Dana ―dijo Keila, había acabado su monólogo.

―Que me duele la cabeza ―contesté, sincera.

Keila esperó unos minutos a que dejará de masajearme la frente.

―¿Eso es todo? ―preguntó Keila, desanimada.

Terminé el masaje y miré las facciones de Keila. Podría mentir y decir que era buena idea, pero comenzaba a dudar que lo fuera. En ese momento, sentí que era la menos indicada para aconsejarle, pensé que Lucero podría ayudar.

―No sé qué decir. No tengo experiencia con parejas. Tal vez, Lucero pueda decirte si vas por buen camino.

Le palmé el hombro derecho, tratando de incentivar. Keila sonrió, al parecer sentía la necesidad de hablar con Lucero.

***

Mis ojos marrones brillaban en éxtasis y sonreía presuntuosa.

Keila nunca me había preguntado cómo tenía que comenzar a cortejar a una joven, con intensiones a iniciar una relación seria.

―Algún día tenía que pasar ―dije, mirando a Dana que se encogió en su sitio.

―Sólo lo hago por mis libros ―replicó Keila, cortante.

Mi sonrisa disminuyó y mis ojos marrones dejaron de brillar, busque con la mirada a Dana, se mostraba indiferente en el asunto.

―Sólo la estás usando ―sentencié, después de unos minutos.

―Se podría decir, Lucero ―contestó Keila.

La escaneé, tratando de convencerme que ella no podría ser así de cruel, pero al ver directamente sus ojos azules, la verdad golpeó fuerte. A pesar de la incomodidad que sentí, lo atribuí a su nula experiencia en el romance, quería convencerme de ello. Y lamenté la suerte de la joven que Keila había estado hablándole.

Sabor a café [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora