Capítulo I

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Mis dedos tecleaban rápido, faltaba poco para acabar la novela que mi editora había estado exigiendo desde hacía dos semanas. El último capítulo me costaba trabajo escribirlo, los diálogos precisos para crear la atmósfera romántica no los encontraba.

Suspiré. Mis ojos se desviaron del monitor a la ventana. La ciudad estaba siendo azotada por la lluvia, había empezado hace unas horas y con el correr del tiempo parecía que no iba a terminar pronto. Regresé mi vista a la pantalla, al documento de Word estaba abierto. El cursor de texto parpadeaba. Había estado escribiendo y borrando los últimos diálogos por más de dos horas. Nada productivo había encontrado.

Guardé el documento, apagué la computadora y me quité los lentes, me picaban los ojos, pedían un descanso, y mi mente estaba agotada. Me recosté en la silla reclinable de color negro, en la que me sentaba frente a la computadora. Cerré los ojos por algunos minutos.

Recordé que hacía tiempo no visitaba la cafetería Vlandy. Me encantaba ir a tomar una taza de café y una rebanada de pastel, cada vez que llovía. En verano, los helados estaban en su apogeo, me gustaban, pero mi afición por el café era más placentera.

Abrí los ojos y fui al dormitorio, tomé la casaca negra que descansaba en la silla, frente a la cama. La noche anterior la había puesto allí tras regresar de dejar a mi última conquista nocturna en la puerta de su casa.

Milagros, desesperada, me había pedido que la acompañara porque el toque de queda en su hogar estaba por terminar; si llegaba sola estaría en problema con sus padres. Dudé en llevarla, no quería dar explicaciones a unos desconocidos ni muchos menos comprometerme más con ella, pero al mirar sus ojos suplicantes no pude negarme. Molesta conmigo misma, tomé la casaca, bajé con ella al auto y conduje hasta la casa de Milagros.

La madre de milagros abrió la puerta, nos miraba de forma suspicaz sin decir nada, sólo nos escuchaba atenta. La forma más rápida de volver a mi departamento fue el pretexto de la hora. Los padres entendieron y dieron por terminada la charla.

—Gracias —dijo Milagros—. Me hubieran hecho un lío si llegaba sola —murmuró cuando ellos estaban alejados de nosotras.

—De nada —respondí—. No deseo que estés en problemas.

Los ojos marrones de Milagros brillaron de alegría, por unos segundos me desconcerté. El deseo de irme incrementó.

—Nos vemos. Tal vez dentro pocos días pase de nuevo a tu departamento para repetir lo de hoy —susurró.

Sonreí, pero en mi mente respondí: «Sólo fue una noche, no se repetirá. Tómalo como un lindo recuerdo». Me despedí de Milagros con un beso en la mejilla, cerca de la comisura de los labios. Subí al auto.

Llegué al departamento cansada y aburrida. El placer que obtuve del sexo quedó en el olvido en las últimas dos horas, al dejar a Milagros en su casa y con las miradas desconfiadas sus padres sobre mí. Me dispuse a dormir, si seguía pensando en ella tendría migraña.

Los recuerdos de la noche anterior solo me provocaron apresurar la salida y querer saborear la taza de café. Busqué la llave del automóvil en la mesita de noche que estaba cerca de la cama, no la encontré. Con la vista recorrí el cuarto, de pronto, recordé que lo dejé en la sala. Tomé la casaca negra y fui a la sala a tomar la llave.

***

Había pocos autos en la calle. El calor acogedor del vehículo me fascinaba, en el departamento se había malogrado la calefacción.

Me detuve en un cambio de luz. Miré a las pocas personas que caminaban en la vereda que estaba al frente, todos estaban abrigados y trataban de cubrirse de la lluvia; algunos entraban a los establecimientos a consumir y esperar que el clima cambiara.

Sabor a café [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora