Tomo la delicada mano que, cubierta por un guante de tela blanca y suave, se deja atrapar por la mía con serenidad. Indeciso de besar el dorso con tela pulcra encima o no, termino retirando la inútil prenda de la mano de la joven. Luego, acerco mi rostro con lentitud a la blanquecina piel, hasta que mis labios son capaces de tocar suavemente la tez de la princesa. Con toda la euforia que siento, creo que no necesitaré dormir por un mes. Entonces, arrepentido, pienso en que, si así fuera, no podría soñar nunca con ella. Pero, tranquilo, le sonrío. Siempre se puede soñar despierto.
Me alejo enseguida, ya no contenía mis ganas de entablar una conversación con ella.
Imposible es mirar a sus ojos y no sentir que estoy volando entre muchas nubes, de un color puro; ninguna suciedad se hacía presente en ella. Sus iris, celestes como el bendito cielo, que juro tocar cuando oigo su voz saludándome formalmente, aquel lugar que nunca he conocido y al que, seguramente, jamás podré acceder; su sonrisa, brillante, inocente y endemoniadamente adorable, se deja ver cuando termina de presentarse; su cabello rubio, bien peinado y de un largo excepcional, cayendo por sus hombros, cubriendo casi toda su espalda, dándole un hermoso y fresco estilo a su lindo rostro. Si enamorado perdidamente estaba de sólo oír los rumores sobre ella, no me imagino ahora, que incluso atónito estoy por su belleza.