Capítulo 3

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Me quedé inmóvil, escuchando tintineos provenientes de una maquina a mi derecha. Abro los ojos por completo y me encuentro en otra habitación parecida a la 115. Sigo con la misma ropa con la que entré, a excepción de la sudadera tejana que llevaba y mi brazo inyectado. Me levanto y observo el lugar. No hay nadie. Retiro la aguja de mi piel, gimo por la punzada que siento y me pongo de pie. Siempre fui valiente para las agujas, de niño estiraba el brazo muy recto y sin cerrar los ojos esperaba el chuzón. Gané muchas paletas por eso. Me acerco a la gran ventana que da al exterior y las nubes de un color gris se esparcen hasta donde el ojo humano no puede llegar. Debo de estar en los últimos pisos por la gran altura que hay. Todavía es de día, entre las 6 o 7:30 de la tarde, llevo más de 7 horas en este lugar.

Cuando llego a la puerta entre tambaleos debido al efecto de quitarme el medicamento, todo en mi cabeza comienza a dar vueltas, junto con los muebles, paredes y todo el lugar. Me detengo y me apoyo en el marco. El sedante tenía que ser fuerte para que me tuviera en este estado, reposo algunos segundos con los ojos cerrados y controlando mi respiración; inhalar y exhalar, recogiendo grandes bocanadas de aire. Al intentar mirar más allá del pasillo lo único que consigo es absolutamente nada, mi vista se estaba nublando y las paredes seguían temblando.

- ¿Qué es esto? –grita una enfermera, con la voz más chillona del mundo y el pelo recogido hacia atrás; o eso creo, sí, porque la voz es muy aguda para un hombre-. ¿Qué crees que haces? ¿Por qué no estás en tu cama?

- ¿Siempre haces tantas preguntas? –miro a al centro de su rostro intentando mirar sus ojos, que ni sé si le atino o no-. Mi cama está en mi casa, ¿me podrías dejar ir? –forzo una sonrisa.

- No tienes autorización para salir –dice.

- Creo que no me entiendes, fue un error. Yo vine aquí para visitar a una amiga, Anna Salazar. ¿Te suena? –mi visibilidad cada vez se va aclarando más.

- Eres el señor, Peter Florez –dice mirando un cuadernillo que lleva en sus manos-. ¿Es correcto?

- Sí, pe...pero todo fue un mal entendido.

- Te has vuelto loco, gritando sin cesar y arrojando todo a su paso, hasta quedar desmayado en el piso –me observa de pies a cabeza moviendo sus ojos con condescendencia.

Saca de un bolsillo de su batola blanca lo que parece ser un radio teléfono y se lo lleva al nivel de la boca.

- RR, tenemos un 453. Séptimo piso –vuelve y lo coloca en su bolsillo-, te pido por favor que me acompañes adentro de la habitación.

¿Salir corriendo hasta donde pueda llegar o acceder a las peticiones de la umpa lumpa que está frente a mí?

Vale. Lo sé. Debo respetar, pero es que es tan pequeña ahora que la comparo. Sí, mido 1.82, pero ella no medirá más de 1.65. Sigue siendo enana. Una enana joven y sin experiencia en maquillaje; lo que parece un intento de rubor y polvos, fue un accidente en exceso. Tiene el mismo color de la pared en sus mejillas y frente. De un beis muy claro.

- Vale –retrocedo.

Me resigno y me dirijo a la camilla en la que pocos minutos estaba acostado. Me siento al borde de la cama pensando en todo, en cuánto falta para finalizar el día. Porque ya me sentía agotado, quería meditar y organizar mi mente.

En la puerta, un hombre pasado de kilos, pero muy alto, casi tan alto como la puerta; sostenía una bandeja de aluminio en sus manos. Una bandeja de esas con fondo, porque por más que intentase levantar mi cabeza para ver su contenido no lograba visualizar nada.

- SATH -Mentes PerdidasWhere stories live. Discover now