Año 1530 - Nicaragua - América Central

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Lentamente y con el miedo apoderándose de su cuerpo, el fraile Blas del Castillo descendió al cráter del volcán. Tenía la certeza de que la lava era oro derretido y bastaba solo un poco del mismo para hacerse rico.

No fue fácil tomar la decisión de explorar el cráter del volcán Masaya. Otras expediciones de frailes ya lo habían hecho encontrando ni más ni menos que la "Boca del Infierno", y por lo mismo, el misionero Francisco Bobadilla instaló una cruz que restringe el acceso a las cavernas del volcán, y a su vez, exorciza el lugar del demonio vivo que lleva dentro.

Si antes los indígenas ofrecían sacrificios de niños y doncellas llevándolas hasta la misma lava y accedían a las cavernas para consultar al oráculo que supuestamente moraba dentro del volcán, Blas del Castillo no veía impedimento para hacer lo mismo solo para obtener un poco de lava que lo llene de dinero y poder.

La misma certeza de fray Blas del Castillo la tenía también fray Jorge de Albornoz. Ambos frailes y además militares de la Orden de Santa María de La Merced se confabularon para planificar la expedición al cráter del volcán Masaya haciendo caso omiso de las prohibiciones de acceso impuestas por la Orden de la Merced. El dinero que obtendría luego de esta expedición seria la puerta de entrada a la buena vida y al desenfreno, cosa que convenció inmediatamente a fray Jorge de Albornoz para participar en la expedición

Los tradicionales votos de los mercedarios (de pobreza, de obediencia, de castidad y de libertad a las almas más débiles en la fe) desaparecieron en estos frailes una vez pisado el nuevo mundo.

- ¿Las cuerdas son resistentes? –preguntaba fray Blas del Castillo.

- Absolutamente. Las conseguí del navío que nos trajo desde España –respondió sin vacilaciones fray Jorge de Albornoz.

- Y este sistema de poleas para descender al cráter, ¿será seguro?

- Totalmente. Lo he probado varias veces subiendo a la torre de la iglesia para limpiar las heces de las aves. Con las poleas bien engrasadas no debería haber problemas.

Eligieron la noche del 12 de junio de 1530 por tener una luna llena que les iluminaría el camino, y al ser de noche, los demás frailes no extrañarían la ausencia de ambos compañeros. Tomaron prestadas un par de mulas, y emprendieron el viaje rumbo al volcán.

Las seis leguas que separan la ciudad de Granada del volcán Masaya fueron recorridas rápidamente de forma instintiva, motivados por el oro derretido que podrían encontrar. Los frailes no sentían temor al calor imperante en el cráter del volcán, ya que, con el solo hecho de vivir en la ciudad de Granada ya estaban habituados al calor extremo de un lugar que se jacta de estar a solo seis leguas de la "Boca del Infierno".

La ladera del volcán Masaya les dio la bienvenida a los dos codiciosos frailes luego de cinco horas de viaje. Por suerte para el gordo fraile Jorge de Albornoz, la pendiente del volcán es muy poco pronunciada y podía subir caminando hasta el acceso a las cavernas, lugar preciso donde Francisco de Bobadilla instaló la cruz que impone el límite de nuestro mundo con el infierno.

La larga y delgada cruz tenía un tono negro por un lado y café claro por el otro, señal inequívoca que indica de qué lado se ubica el infierno y de qué lado nuestro mundo.

Amarraron las mulas a un árbol, cargaron los pertrechos en sus espaldas e ingresaron a las cavernas provistos de un par de antorchas.

El infierno les dio la bienvenida con un duro golpe de calor en el rostro y un suelo sinuoso y movedizo producto de las heces de miles de murciélagos que habitaban la caverna. El cielo de la caverna parecía tener vida, tapizado de cabezas de murciélago que se movían extrañados al fulgor de la luz de las antorchas. El hedor era solventado por los frailes solo cubriendo sus rostros.

Cada minuto dentro de la caverna era una eternidad. Pocos metros más adelante, la caverna se abría a un gran salón en cuyo centro ardía una piscina de lava en el fondo de un mini cráter con una pronunciada pendiente de unos quince metros de profundidad.

El tamaño de las poleas que usarían era pequeño para la envergadura de las potentes cuerdas que consiguió fray Jorge de Albornoz, por lo que armó dicho sistema de poleas como pudo y lo aseguró a una gran roca ubicada al borde del cráter. La temperatura era insoportable, pero los rostros de ambos frailes evidenciaban la ambición a la luz de lava proveniente de las entrañas del Masaya.

Fray Blas del Castillo comenzó a descender por el cráter acercándose cada vez más a la lava, mientras arriba, Jorge de Albornoz se aseguraba que las poleas cumplieran su misión. Mientras más cerca se encontraba Fray Blas del Castillo de la lava, más difícil se hacía pensar correctamente los movimientos que realizaría. De pronto la polea se trabó y Jorge de Albornoz gritó avisando el percance ocurrido, sin obtener respuesta. Se apresuró en corregir el desperfecto mientras su compañero, suspendido sobre la lava, permanecía impertérrito.

Fray Blas del Castillo escuchaba a lo lejos unas palabras, que poco a poco se fueron haciendo evidentes: "Llévate lejos de aquí esa cruz que está en la entrada de la caverna. Que siempre te acompañe y el oro que tanto anhelas llegará a ti..."

De pronto, tenía ante su mirada el rostro de Fray Jorge de Albornoz, que desesperadamente había subido a su compañero antes que muriera colgado sobre la piscina ardiente.

La misión había fracasado y ya era hora de retirarse del lugar antes que los gases tóxicos hicieran su trabajo.

Atravesaron raudos el acceso principal de la caverna, chapoteando en el excremento y los murciélagos alzaron su vuelo espantados por los rápidos movimientos de los frailes. Finalmente, de entre una nube de murciélagos, aparecieron nuevamente en el exterior donde pudieron respirar aire fresco.

Descansaron unos minutos, cargaron sobre las mulas los pertrechos que pudieron salvar y emprendieron camino de regreso a la ciudad de Granada.

- ¡Un momento, falta algo! –exclamó fray Blas del Castillo, devolviéndose a la entrada de la caverna.

Cerró los ojos, luego suspiró y jalando con ambas manos desenterró la Cruz de Bobadilla y se la llevó.

- ¿Qué haces Blas, estás loco? –replicó fray Jorge del Albornoz al ver que la Cruz de Bobadilla era extraída por Blas.

-Tranquilo amigo mío. En el camino, rumbo a casa te explicaré.




La cruz negra de cal y cantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora